El tratado “chucuto” con Brasil
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Domingo Alberto Rangel
Quinto Día
Luiz Inacio Lula da Silva y Hugo Chávez Frías representan o encarnan a sendos sectores de la oligarquía brasileña o venezolana. Mientras un gobernante no declare su propósito de abolir la propiedad privada de los medios de propiedad y de cambio y marque inequívocos y solemnes pasos en tal dirección, tendrá el apoyo o expresará en el poder las miras, intereses o esperanzas de un sector de la oligarquía existente en un país. Pero hay una diferencia entre Lula y Chávez aparte de sus personalidades, harto dispares. La oligarquía que envuelve a Lula es coherente y lúcida, un verdadero estrato dominante y tiene en el Gobierno brasileño de hoy a dos intelectuales orgánicos como los hubiera llamado Gramscci: Alencar y Meirelles. La oligarquía que rodea a Chávez es zafia, trepadora y rapaz. Aquí vuelve a darse y se está dando la vieja relación entre el caudillo mesiánico y una oligarquía sin ambiciones propias, podada y recortada por la escorfina de la historia. Mientras Lula tiene una orientación clara y va a sus objetivos como el astro hacia el cenit, Chávez zozobra y se contradice entre ministros que sólo sobresalen por sus dotes de aprovechadores y postulantes con mucha codicia y poco talento. El reciente tratado con Brasil para animar el comercio entre los dos países viene a demostrarnos por ironía la superioridad de Lula y de su equipo. Hablando como Bolívar o con su estilo, podríamos decir que la Providencia parece habernos creado para demostrar la superioridad diplomática de otros.
El tratado con Brasil
Ese tratado tiene un acierto, el de abrir una comunicación o labrar un camino de acercamiento a Suramérica. Brasil es hoy Suramérica, es tal su peso actual y va a ser tan grande su peso futuro que toda Suramérica gravitará en torno de ese país. No es atrevido ni arbitrario decir ahora que América del Sur será en veinte años un continente concéntrico, de países que giren alrededor de un eje llamado Brasil. Ignorar o soslayar tal eje sería estúpido. Pero entregarse a tal eje es un suicidio. Venezuela no debe olvidar jamás que en tanto subsista el Estado-nación, tal como existe desde el siglo XV, los intereses nacionales pesan o influyen de alguna manera en la conducta de todo estadista. Quien quiera verlo como a través de un prisma, puede acudir a un texto que sería como la Biblia. Es la recopilación, publicada en Estados Unidos tras la evaporación de la URSS y en la cual se recogen las minutas de la primera conversación entre Stalin y Mao-Tse-Tung (al ascender el último al poder). Detrás de Stalin o con la voz de Stalin parece hablar allí Iván el Terrible y por la de Mao, uno de los muchos emperadores de China.
La diplomacia brasileña es la más ilustrada y habilidosa de todo el continente americano, como lo reconoció The Nation en un número reciente. Y nos ganó una batalla y obtuvo una ventaja en el reciente tratado. Allí se satisfacen sólo los intereses brasileños, no los nuestros.
Brasil: hasta Puerto La Cruz
El tratado o convenio otorga a Brasil el derecho de usar nuestras instalaciones portuarias de oriente y de cruzar, con vehículos suyos, nuestras carreteras entre los límites de los dos países y el mar Caribe. Acertada tal concesión que redundará en beneficio de nuestras deprimidas zonas orientales. Fue la concesión que la estúpida política exterior de Chávez retiró a Colombia en 1999, y en la cual se manifiesta ese complejo de inferioridad que nuestros militares sienten ante el país vecino. Entre más gandolas recorran nuestras carreteras, sean de Jehová o de Luzbel, tanto mejor para nuestra economía. Pero en la cabeza de un militar no parece entrar la lógica de la economía. Porque es una cabeza nutrida de prejuicios. Venezuela, cuando otorgue el beneficio de las facilidades en sus carreteras y puertos debe, al mismo tiempo, alcanzar o reclamar ventajas para sí que sean compensatorias de las que haya concedido.
Con Brasil parecen haberse olvidado de tal precepto o creo que ni siquiera lo vislumbraron los negociadores venezolanos a quienes no conozco. No se trata de pedir que nuestras gandolas lleguen hasta Manaos, tal concesión carece de importancia. Nuestra exigencia para Brasil pertenece al universo de la política petrolera. ¿Por qué no haberle arrancado a Brasil el derecho para Pdvsa o para empresas suyas filiales de tender un oleoducto entre Anaco o El Tigre y Manaos? Con ese derecho, el de erigir una refinería en la misma Manaos y las redes de gasolineras y otros establecimientos en todo el norte de Brasil.
Nuestro problema
Venezuela sufre de una debilidad extrema hoy en el campo internacional. Ya su petróleo dejó de ser vital. El paro de sesenta días demostró que Estados Unidos y Europa pueden prescindir por completo de los abastecimientos petroleros desde Venezuela. Y cuando funcionen, en menos de cinco años, todos los oleoductos entre el mar Caspio y el Mediterráneo nuestra debilidad será mayor. Estamos como el rico heredero que olvidó trabajar y sus riquezas se evaporan de repente.
Buscar nuevos mercados, diversificar nuestros clientes es cuestión hoy de vida o muerte. En los mercados tradicionales somos ya abastecedores marginales. El único mercado emergente de envergadura es el de Brasil, país que no tardará en ser segunda o tercera potencia económica del mundo. ¿No es vital para nosotros tomar posiciones en el mercado brasileño de energía? Y dentro de tal mercado, en aquellas zonas de mayor dinámica relativa de crecimiento y más proximidad a Venezuela. Ninguna otra zona como la amazonía brasileña cuya capital, Manaos, fue una joya del arte hasta hace unas décadas y ahora es el corazón de un imperio selvático que viene surgiendo en silencio, pero con pasos audaces y firmes. Cuando Brasil termine la conquista ya avanzada de sus selvas será como Estado Unidos en 1890, cuando el presidente Cleveland dijo a lord Salisbury a propósito de Venezuela: somos ya la primera potencia del hemisferio occidental. Un imperio se agazapa ya en la selva. Vamos a darle el petróleo que necesite.
Chávez no supo quién le pidió la renunciaChávez no supo quién le pidió la renuncia.
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Testimonios de una crisis
Quinto Día
¿Cómo enfrentó el Presidente a los militares disidentes?Les hago menos daño afuera que aquíConsidérenme un Presidente prisionero, pero yo no firmo ni ese ni otro papel así“Monseñor Porras, perdóneme todas las barbaridades que he dicho contra usted”“No hay nada que discutir”, me dijo González González, confesó ChávezLas amenazas de bombardeo a Miraflores. ¿Ocurrió eso?El general Fuenmayor declaró que nunca manifestó eso
Los siguientes son los testimonios del presidente Chávez y otros protagonistas de la crisis del 11 de abril.
Chávez no supo quién pedía su renuncia
El presidente Hugo Rafael Chávez Frías, en entrevistas con los fiscales comisionados, manifestó.
–A la pregunta, ¿le mencionaron quiénes eran esas personas que exigían su renuncia?, respondió: “Era difícil, ¿sabe por qué?, porque me decía Lucas Rincón que esa era una algarabía de gente y que no se ponían de acuerdo; que había entre ellos, incluso, ya un conflicto, y que era difícil quién, pero todos asumimos que era Vásquez Velasco, el jefe de Ejército, uno de los que dirigía la acción; él era el más antiguo, todos estaban manifestando contra el Gobierno...”.
–A la pregunta, ¿le mencionó el general Lucas Rincón algún nombre de las personas que estaban presionando?, respondió: “No, entiendo que todo ese grupo que estaba allá, como 40 generales, almirantes... (...) Bueno, fíjense entonces, es allí cuando en ese marco de cosas, cuando Lucas hace su aparición, incluso yo le dije que la renuncia mía es la de él y la del Alto Mando...”.
¡Vale!, así no
Siguió narrando el Presidente en su declaración que llegaron los generales Damián Bustillo, Camacho Kairuz, uno del Ejército llamado Narváez y otros más.
“Bueno, recuerdo que llegan. Entonces, permito que pasen los generales que se habían manifestado contra el Gobierno: el general Damián Bustillo, el general Camacho Kairuz, estos dos de la Guardia Nacional, uno del Ejército llamado Narváez y otros más, recuerdo que eran tres; ellos vinieron a decirme con mucho respeto: ‘Usted es el presidente de la República, nosotros queremos respetarle su investidura y queremos facilitar esto, pero allá en Fuerte Tiuna, hay una cosa de conflicto, unos que sí, unos que no’. Incluso, ellos venían con la idea de que yo aceptara ir en un helicóptero a Maiquetía. Yo les contesto: no vale, de esa manera no. Yo quiero que ustedes se pongan de acuerdo. Yo no puedo irme del país como si nada (...) No hubo forma de convencer a nadie, así que ellos vuelven a llamar y dicen que no hay condiciones, que si en diez minutos yo no salía de allí para allá, tenían una columna de tanques ya listos para bombardear el Palacio (...) ... Dicen que ‘ellos vuelven a llamar’, pero sin decir quiénes son. Desde luego que no pueden ser los antes nombrados, pues ‘ellos’ afirman que tenían una columna de tanques”.
Siguió contando que salieron de Palacio a las 4:00 de la mañana, pero resulta que desde hora y media antes ya el pueblo venezolano y la comunidad internacional, estaban convencidos de que en Venezuela el Presidente había renunciado y no se explicaba cómo se presiona para que renuncie a quien ya lo hizo. Continúa:
“... Y es así como salimos de aquí, creo que a las 4:00 de la mañana, para ir a Fuerte Tiuna (...). Conmigo van los conductores de aquí. Íbamos en caravana. Iba el general Rosendo en la parte delantera, el general Hurtado a mi derecha, yo en el centro y el mayor Suárez Chaurio, mi escolta personal, en la parte izquierda. Yo iba uniformado (...) ahí estaban muchos generales, almirantes y los obispos Baltasar Porras y Azuaje (...). El general tomó la palabra una vez que yo me siento, es el general de Cavim, Fuenmayor León; entiendo que lo designaron y hace una exposición y me dice: ‘Bueno, señor Presidente, lo hemos llamado’, fue respetuoso de verdad, ‘para que usted firme aquí la renuncia’. Y me vuelven a poner la misma hoja. Yo ni la leí, vi que la pusieron ahí y me dicen: ‘Bueno, es lo más conveniente para el país, le agradecemos su gesto’, ¡qué sé yo!, todas esas cosas, entonces yo le contesté: ‘Mira, Fuenmayor’, y le hablé a todos, recuerdo que le hablé a todos, ‘yo en esas condiciones no voy a renunciar a la Presidencia”.
Se refiere al general Fuenmayor y además repite que fue respetuoso, lo cual aparte de no ser imputado, este general aleja la idea de la coacción.
“... Así que ni siquiera me pongan esta hoja aquí. Yo les voy a repetir –y les repetí las condiciones, una, dos, tres, cuatro-, si me quieren oír y empecé a darles más orientaciones. Tengan mucho cuidado con lo que va a pasar: aquí hay un pueblo, una Constitución, unos oficiales, tengan mucho cuidado, manejemos bien esta situación. Yo estoy diciéndoles eso y recuerdo que me interrumpen de una manera altanera. Es el general González González (...), quien me dice: ‘No, aquí no hemos venido a discutir nada...’.
Agregó que se quedó con los obispos Baltasar Porras y Azuaje y el general Vietri Viteri. Que pasó un tiempo y volvieron a insistir. ‘Ahí está la renuncia, usted tiene que firmar la renuncia...’. Y manifestó que tomó la palabra un general de división de la Guardia Nacional, no recordó su nombre, para decir: ‘Nosotros no podemos aceptar que él se vaya del país, porque, ¿cómo le vamos a explicar al pueblo después, por permitirnos que se fuera un asesino, o quien produjo todas estas muertes..?’.
Luego de transcurrido un tiempo, “ellos entran”, como les decía, “me presionan un poco más, me habla ya este general de la Guardia Nacional, quien prácticamente me estaba enjuiciando: tiene que ir preso por este genocidio, por toda esa sangre. Si es así háganlo, soy el Presidente prisionero. No se olviden: tienen preso al presidente de la República; no se olviden, yo no voy a firmar esa renuncia (...) agarraron la hoja y señaló uno:;’Bueno, eso no importa, que no firme nada...’”. (Folio 432 al 438 del expediente pieza N° 2). (Resaltados de la Sala)
Un año después: Pedro Carmona cuenta la historia del 11 de abril
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Quinto Día
¿Por qué volvió Chávez?¿Cuál fue su error?¿Qué no haría en una oportunidad similar?¿Prevalecieron consideraciones anímicas sobre las racionales?¿Cómo salió de Miraflores?¿Cuándo lo designaron presidente?
Le he pedido a los protagonistas del 11 de abril, incluido el presidente Chávez, quien nunca respondió, reconstruir la historia en frío. ¿Historia de qué? Del 11 de abril del año 2002, cuando una combinación cívico militar casi empuja a Chávez al exilio. De haberse aceptado la salida del Presidente a Cuba, seguramente –y lo admite el propio Carmona- el exiliado sería el comandante Hugo Chávez Frías.
Esta historia la publicaremos en varias entregas; ésta es la primera.
–¿Qué pasa por su mente, un año después del 11 de abril?
–Un sentimiento de angustia por el estado de cosas en el cual se encuentra sumida la nación. Si la situación era difícil en abril, fecha compleja que aún no se ha evaluado en su justo término, continuamos deslizándonos hacia la peor crisis política, económica, social e institucional de nuestra historia. El país ni el mundo entienden cómo se lleva a Venezuela hacia el abismo y que aún no se vislumbren salidas. Las evidencias hablan por sí solas: populismo delirante; fractura social y lucha de clases como bases de sustentación del Gobierno; impunidad; bancarrota económica, inflación, desinversión, desempleo; fuga de talentos; corrupción galopante; politización de las instituciones –entre ellas el Poder Judicial, la Contraloría, la Fuerza Armada, el BCV y Pdvsa-; subordinación de los poderes; violencia de Estado y ahora la destrucción del sector privado, en aras de un modelo estatista y controlista. El paradigma ceresoliano: caudillo-ejército-pueblo y el radicalismo de izquierda emergen con mayor nitidez. No puedo ocultar mi pesar porque los acontecimientos de abril no hayan permitido consolidar una transición, en mucho porque no obedeció a un plan premeditado y porque no se interiorizó la importancia de la renuncia escrita del Presidente, pese a la validez jurídica del hecho comunicacional plasmado en el anuncio de Lucas Rincón, y que no se accediera al viaje del Presidente a Cuba. Prevalecieron consideraciones anímicas sobre las racionales. Ello cambió el curso de la historia, incluyendo las alternativas del decreto, y facilitó el reflujo de fuerzas que devolvió a Chávez al poder, ayudado por inconsistencias militares y civiles. Es claro que si se hubiese actuado con la técnica de un golpe de Estado, se habrían suspendido garantías, declarado toque de queda o se habría encarcelado a funcionarios gubernamentales, lo cual no ocurrió.
–¿Tuvo usted contacto previo al 11A con militares? ¿Fue permitida la marcha a Miraflores? ¿Acaso buscaban ustedes muertos? ¿Cuándo se inicia la violencia?
–La tal conspiración es parte de la propaganda oficialista. La única conspiración tuvo lugar a cielo abierto en un país que presenciaba el deterioro de la situación nacional y lo debatía. Los hechos se precipitaron en función de la masacre –aún impune-, la invocatoria del Plan Ávila, los desacatos militares, el vacío de poder y la deslegitimación del régimen ese día. Conocí a la mayoría de los altos oficiales de la Fuerza Armada en desobediencia esa madrugada en Fuerte Tiuna. A muchos de ellos no los había visto jamás y a otros de manera ocasional. Es cierto que la marcha hacia Miraflores no estaba permisada, pero respondió a una voluntad indetenible de esa masa humana que desbordó las expectativas, con una actitud pacífica. Es injustificable que la misma haya sido recibida con criminal alevosía por parte del oficialismo. El llamado de jerarcas del Gobierno a los grupos armados que lo apoyan para defender Miraflores, quedó documentado en las interpelaciones en la Asamblea. Si la marcha hubiese llegado a Miraflores, habría insistido en la renuncia del Presidente, pero cívicamente, y por tanto no justificaba la violencia del Calvario y de puente Llaguno. El mundo fue testigo de la masacre, pero a un año de los hechos, no se conformó una Comisión de la Verdad, pues no convenía al oficialismo. El país recibe ahora perplejo e indignado la liberación de los principales autores de la masacre, consagrando una impunidad similar a los crímenes de la plaza Altamira, los ataques a las sedes diplomáticas y tantos otros actos que han cobrado cerca de 300 muertos y cientos de heridos en la oposición.
–¿Cuándo supo que los generales Vásquez Velasco, Rosendo y otros se habían declarado en desobediencia? ¿Quién lo contactó y le ofreció la Presidencia? ¿Le llegaron a informar que Chávez había renunciado?
–Estuve en la marcha hasta avanzada la tarde del 11. Es bueno recordar que ante la decisión de los manifestantes de ir a Miraflores, pedí por micrófonos desde Chuao llegar sólo hasta la avenida Bolívar. Había hablado con el alcalde Peña y éste me había advertido sobre el peligro de las hordas chavistas. Reiteré mi pedido desde un megáfono en la plaza de El Silencio, pero la gente insistía... ¡A Miraflores! Allí se iniciaron las bombas lacrimógenas y los disparos. Carlos Ortega se comunicó pidiéndome que me dirigiera a la CTV para una posible reunión con militares oficialistas y más tarde para que lo hiciera a un hotel capitalino, pero consideré inapropiado abandonar en ese momento la marcha. Esa llamada me alertó además que, según informaciones serias, los francotiradores me buscaban para matarme. Por tal razón, cerca de las 4:30 p.m. fui evacuado con mi esposa en moto desde El Silencio en dirección al hotel señalado, pero al llegar allí la reunión se había frustrado. Me indicaron una casa en el este, a donde llegué, y me reuní con dirigentes de la CTV para evaluar la situación. En ese lugar y luego en Venevisión, donde fui al anochecer en compañía de Ortega, escuchamos como todo el país los pronunciamientos militares. No hubo de mi parte ni un solo contacto con militares, ni siquiera con Lucas Rincón, quien dijo que me había llamado durante la marcha, lo cual es falso. En Venevisión permanecí con mucha gente hasta cerca de la medianoche y participé dos veces en el programa que moderaba Napoleón Bravo. Niego que saliera de allí casi a hurtadillas para dirigirme hacia Fuerte Tiuna. Hacia la medianoche, fatigado y con la misma ropa de la marcha, me aguardaban en el hotel Four Seasons –hay testigos- para alojarme con otro nombre, pues esa noche se esperaban allanamientos o detenciones. Al llegar al hotel recibí la llamada de un vocero en nombre de los militares reunidos en Fuerte Tiuna. Dudé en concurrir, pues era riesgoso, pero al final decidí hacerlo en compañía de dos amigos gremialistas. A mi llegada allí se daba como un hecho la renuncia del Presidente, pero ello sólo fue confirmado después a través del anuncio hecho por Lucas Rincón.
–¿Conoció usted el decreto de disolución de los poderes y quién lo preparó?
–No conocí previamente ningún proyecto. Si existió alguno, no estuvo jamás a mi alcance, pues fue esa madrugada cuando inicié el análisis de las opciones existentes, al solicitárseme encabezar el gobierno provisional, posición que por cierto ni ambicioné ni busqué, pero que asumí con coraje. Las opciones iban desde el retorno a la Constitución del 61, que fue descartada, hasta la invocatoria del artículo 350 de la Constitución, pues había un vacío de poder, se había deslegitimado el régimen y se habían violado los derechos humanos. Lucía difícil que tras los acontecimientos pudiese prosperar una transición con poderes electos a dedo, sin apego a las normas constitucionales bajo el subterfugio de la transición y subyugados al jefe de Estado. Se dice que la Asamblea Nacional podría haber legitimado la provisionalidad por un supuesto cambio en la correlación de fuerzas en esos momentos. Pero ello no pasa de ser una conjetura. Si así fuera, a casi un año de distancia, ya la oposición contaría con la mayoría requerida para el control del Poder Legislativo y ello no ha ocurrido. Miquilena fue evasivo. Con todo, el sábado 13 anuncié una rectificación del decreto para evitar controversias y llamé a sesiones a la Asamblea para juramentar al gobierno provisional, reafirmando que los órganos del Poder Público seguirían en funciones hasta su relegitimación, incluyendo gobernadores y alcaldes. Sobre la redacción del decreto, fueron consultados varios juristas, incluyendo abogados militares. No era fácil lograr consensos, pero la decisión fue llamar a rápidas elecciones, como lo sigue exigiendo hoy la mayoría de los venezolanos, abriendo un breve período de facto y de allí que el día 13 se solicitó el apoyo de la comunidad internacional para colaborar en el pleno restablecimiento del hilo constitucional invocando el artículo 17 de la Carta Democrática Interamericana. No fueron decisiones personales. Aun minutos antes del acto de la tarde del 12, llamé al despacho presidencial a representantes de varias instituciones, incluyendo la castrense, y les expuse las alternativas, entre ellas la de dejar la decisión en manos de la Asamblea Nacional, pero prevaleció el criterio recogido en el decreto. Algún día se conocerán detalles en las memorias que escribo y que saldrán en un futuro a la luz pública.
–¿Por qué no designa a Vásquez Velasco ministro de la Defensa y por qué a Molina Tamayo en la Casa Militar?
–Vásquez Velasco fue ratificado como comandante general del Ejército, pero no gozaba de consenso para ser designado ministro de la Defensa. El Ejército fue la fuerza en la cual más se evidenciaron forcejeos y discrepancias. La falta de unidad de mando en la Fuerza Armada dificultó la adopción de medidas vitales en las primeras horas de la provisionalidad. Consideré por ello necesario designar inicialmente al VA Héctor Ramírez Pérez, quien había tenido un papel protagónico en esas horas. Pero al día siguiente, el 13, tras una reunión con líderes de las distintas fuerzas, se llegó a conformar un Alto Mando Militar con criterios de jerarquía, antigüedad y méritos. El ministro de la Defensa iba a ser un general de división del Ejército que gozaba de aceptación, y a ello contribuyó la actitud desprendida de Ramírez Pérez, quien quedaría como inspector general de la Fuerza Armada. Los comandantes de fuerzas fueron también escogidos por consenso, incluyendo a Vásquez Velasco en el Ejército, pero ya era tarde, pues la negativa previa de éste a comparecer al despacho del ministro de la Defensa donde me encontraba, para hacer anuncios consensuados en lugar del pronunciamiento público que hiciera en nombre del Ejército, golpeó a la provisionalidad, cuando ya se había perdido el control de Miraflores y se sabía del pronunciamiento del general Baduel. Ello marcó el regreso de Chávez, no obstante que yo estaba decidido a llamar a sesiones a la Asamblea Nacional para resolver sobre la transición, al margen de presiones. Vásquez y oficiales del Ejército optaron, pues, por el pronunciamiento público, quizás influido, según él mismo, por el asesoramiento del Dr. Hermann Escarrá. Así se reagrupó el oficialismo, el retorno a la calle de los miembros del Gobierno y la celebración de una sesión espuria de la Asamblea Nacional, en la cual se juramentó a Diosdado Cabello. Ante esos hechos y las inconsistencias anotadas, decidí renunciar y acatar la decisión de la Asamblea Nacional, teniendo como testigo a toda la nación. Que cada cual asuma su responsabilidad ante la historia. La izquierda trabajó intensamente en favor de Chávez, incluyendo grupos de inteligencia y de seguridad cubanos. Lo importante de retener es que no busqué esa función y que la dejé con desprendimiento. El capital de mi vida del cual me precio, ha sido una trayectoria limpia y honesta, que ni siquiera las circunstancias más difíciles por las que he atravesado pueden empañar. A Molina Tamayo no lo impuso nadie. Consideré que sus posturas valientes lo acreditaban para ocupar la Casa Militar, aun cuando por circunstancias lamentables no haya logrado la inmediata remoción de la guardia pretoriana de Chávez, lo que permitió que desde el cuartel de la Guardia de Honor se organizara la retoma de Miraflores, frustrando el acto de juramentación del gabinete, en el cual se anunciaría la invocatoria de la CID, la integración del Alto Mando, un llamado a la calma, la condenatoria a cualquier desbordamiento de pasiones y las garantías a gobernadores y alcaldes.
–¿Cuándo abandona Miraflores?
–Abandoné Miraflores minutos antes de iniciarse el acto de juramentación del gabinete, pues el subjefe de la Casa Militar informó a Molina Tamayo sobre la inminente pérdida del control del Palacio. Éste me solicitó dirigirme de urgencia a la puerta del despacho presidencial, donde un vehículo conducido por su asistente se hizo presente, subí a bordo y nos dirigimos a Fuerte Tiuna con el propósito de tratar, desde allí, realizar el frustrado acto y designar el Alto Mando. La pérdida del control de Miraflores fue un hecho nefasto, en el cual confluyeron extrañas situaciones, pues Molina me asegura que pidió refuerzo de seguridad en Miraflores y el reemplazo de la Guardia de Honor, pero que ese pedido no fue atendido por el Ejército, lo cual me fuera confirmado después.
–¿Cuál fue el criterio para la integración del primer gabinete?
–Las premisas fueron honestidad, competencia y equilibrio. Los anuncios parciales realizados el viernes no permitieron tener una visión de conjunto sobre un equipo en el cual había pluralismo. El Ministerio de Planificación y del gabinete económico estaba siendo encomendado a un hombre de centro-izquierda cercano al sector sindical y el Ministerio del Trabajo iba a ser encargado a un joven y competente abogado laboralista. Ambos fueron consultados a Ortega. Al Ministerio de Educación iba un luchador social de trayectoria, representante de ONG´s, y como si fuera poco, ofrecí el sábado la Vicepresidencia Ejecutiva de la República a un alto dirigente sindical, cuyo nombre me reservo, pero que demuestra mi preocupación por la integración plural del gabinete. En todas las posiciones había nombres de intachable trayectoria, pero sectores de la izquierda y del oficialismo trataron de hacer ver que la selección de personas de los méritos de José Rodríguez Iturbe, equivalía a entregar al país en manos de la derecha y del Opus Dei. Si Rodríguez Iturbe hubiese sido musulmán o judío, le habría ofrecido igualmente el cargo, pues lo habría ejercido extraordinariamente.
–¿Por qué decide juramentarse ante el país y qué respaldaba ese juramento?
–Al optarse por el llamado a elecciones –con plazos máximos que se reducían a mínimos- y existir un vacío de poder, era obvio que la juramentación tradicional ya no cabía. Confieso que en una de las versiones del decreto se mantenía al Tribunal Supremo de Justicia y que ese órgano habría podido juramentarme, pero una eminente jurista presente en Miraflores, que era más partidaria de una Junta, opción que no fue considerada en sus inicios por el sector castrense, me hizo desistir de la idea de mantener vivo al TSJ, señalando que era el primer órgano que debía ser disuelto por incompetente e ilegítimo. Así se escribe la historia. En todo caso, al abrirse un breve período de ipso, cuyo único propósito era llamar a elecciones y que el gobierno renunciante se deslegitimó no en su origen, sino en el ejercicio, había que entender que no todas las formas legales podían cubrirse y que se buscaba remitir la decisión al poder que radica en el pueblo, a través de rápidos comicios. Después de conversar con líderes políticos, estaba decidido a que la elección de la Asamblea Nacional se celebrara en julio de 2002, y la de Presidente en diciembre, previa discusión en la nueva Asamblea de algunas reformas constitucionales, entre ellas para incorporar la segunda vuelta electoral, restituir el carácter no deliberante de la FA, pues la mayoría de los militares compartía que era la forma de salvar a la institución, reducir a cuatro años con una reelección el período presidencial y confirmar el restablecimiento del nombre de la República de Venezuela. Quienes se rasgaron apresuradamente las vestiduras en la defensa de las formas jurídicas, terminaron por minar a la provisionalidad, con consecuencias que estamos pagando, en lugar de ayudar a su consolidación y a enderezar entre todos las cargas en el camino.
–¿Cuál fue su reacción ante los atropellos a dirigentes políticos?
–De total rechazo. De mi boca ni de los colaboradores más cercanos no emanó instrucción alguna a ese respecto. Los casos registrados obedecieron más bien a reacciones espontáneas, aun cuando reprobables, incluyendo a la Embajada de Cuba. El canciller designado recibió dos instrucciones precisas: la invocatoria de la Carta Democrática Interamericana, para lo cual hablé con el secretario general de la OEA, y una vez juramentado hacerse presente en la Embajada de Cuba para presentar disculpas y garantizar su inmunidad. Yo mismo hablé con la esposa del embajador Sánchez para rechazar los hechos y asegurarle protección. Ello era ajeno a la voluntad del gobierno provisional y más bien producto de reacciones asociadas a la injerencia política de Cuba en asuntos internos de Venezuela. En cuanto a los sonados casos de un diputado y un ex ministro, las expresiones de rechazo se originaron en el primero, en sus vecinos, por lo cual la policía lo protegió y lo liberó; en el segundo, también en los vecinos de una amiga que frecuentaba, quienes le propinaron algunos coscorrones. Hicieron, no obstante, alharaca para victimizarse. También reprobé las reacciones contra algunos gobernadores y había anunciado una reunión para el lunes siguiente con todos ellos. En cuanto a los desórdenes públicos, fue al regresar Chávez al poder cuando se iniciaron los saqueos, lo que ha sido interpretado como un botín de guerra.
–Si usted tuviese que cambiar algo de lo que ocurrió en esos días, ¿qué cambiaría?
–Optaría por la figura de una Junta de Gobierno amplia y persuadiría a quienes eran interlocutores con Chávez, vale decir, los militares, de que era mejor que éste perfeccionara la renuncia escrita y viajara a Cuba. En mi opinión, ese fue el error capital de ese día y todo lo demás fue derivación del mismo.
La próxima semana, en la segunda y última entrega, Carmona explicará cuándo y por qué decidió asilarse.
Nota: a solicitud del señor Carmona, esta entrevista se realizó fuera del territorio colombiano.