Un año después: Pedro Carmona cuenta la historia del 11 de abril
¿Por qué volvió Chávez?¿Cuál fue su error?¿Qué no haría en una oportunidad similar?¿Prevalecieron consideraciones anímicas sobre las racionales?¿Cómo salió de Miraflores?¿Cuándo lo designaron presidente?
Le he pedido a los protagonistas del 11 de abril, incluido el presidente Chávez, quien nunca respondió, reconstruir la historia en frío. ¿Historia de qué? Del 11 de abril del año 2002, cuando una combinación cívico militar casi empuja a Chávez al exilio. De haberse aceptado la salida del Presidente a Cuba, seguramente –y lo admite el propio Carmona- el exiliado sería el comandante Hugo Chávez Frías.
Esta historia la publicaremos en varias entregas; ésta es la primera.
–¿Qué pasa por su mente, un año después del 11 de abril? –Un sentimiento de angustia por el estado de cosas en el cual se encuentra sumida la nación. Si la situación era difícil en abril, fecha compleja que aún no se ha evaluado en su justo término, continuamos deslizándonos hacia la peor crisis política, económica, social e institucional de nuestra historia. El país ni el mundo entienden cómo se lleva a Venezuela hacia el abismo y que aún no se vislumbren salidas. Las evidencias hablan por sí solas: populismo delirante; fractura social y lucha de clases como bases de sustentación del Gobierno; impunidad; bancarrota económica, inflación, desinversión, desempleo; fuga de talentos; corrupción galopante; politización de las instituciones –entre ellas el Poder Judicial, la Contraloría, la Fuerza Armada, el BCV y Pdvsa-; subordinación de los poderes; violencia de Estado y ahora la destrucción del sector privado, en aras de un modelo estatista y controlista. El paradigma ceresoliano: caudillo-ejército-pueblo y el radicalismo de izquierda emergen con mayor nitidez. No puedo ocultar mi pesar porque los acontecimientos de abril no hayan permitido consolidar una transición, en mucho porque no obedeció a un plan premeditado y porque no se interiorizó la importancia de la renuncia escrita del Presidente, pese a la validez jurídica del hecho comunicacional plasmado en el anuncio de Lucas Rincón, y que no se accediera al viaje del Presidente a Cuba. Prevalecieron consideraciones anímicas sobre las racionales. Ello cambió el curso de la historia, incluyendo las alternativas del decreto, y facilitó el reflujo de fuerzas que devolvió a Chávez al poder, ayudado por inconsistencias militares y civiles. Es claro que si se hubiese actuado con la técnica de un golpe de Estado, se habrían suspendido garantías, declarado toque de queda o se habría encarcelado a funcionarios gubernamentales, lo cual no ocurrió. –¿Tuvo usted contacto previo al 11A con militares? ¿Fue permitida la marcha a Miraflores? ¿Acaso buscaban ustedes muertos? ¿Cuándo se inicia la violencia? –La tal conspiración es parte de la propaganda oficialista. La única conspiración tuvo lugar a cielo abierto en un país que presenciaba el deterioro de la situación nacional y lo debatía. Los hechos se precipitaron en función de la masacre –aún impune-, la invocatoria del Plan Ávila, los desacatos militares, el vacío de poder y la deslegitimación del régimen ese día. Conocí a la mayoría de los altos oficiales de la Fuerza Armada en desobediencia esa madrugada en Fuerte Tiuna. A muchos de ellos no los había visto jamás y a otros de manera ocasional. Es cierto que la marcha hacia Miraflores no estaba permisada, pero respondió a una voluntad indetenible de esa masa humana que desbordó las expectativas, con una actitud pacífica. Es injustificable que la misma haya sido recibida con criminal alevosía por parte del oficialismo. El llamado de jerarcas del Gobierno a los grupos armados que lo apoyan para defender Miraflores, quedó documentado en las interpelaciones en la Asamblea. Si la marcha hubiese llegado a Miraflores, habría insistido en la renuncia del Presidente, pero cívicamente, y por tanto no justificaba la violencia del Calvario y de puente Llaguno. El mundo fue testigo de la masacre, pero a un año de los hechos, no se conformó una Comisión de la Verdad, pues no convenía al oficialismo. El país recibe ahora perplejo e indignado la liberación de los principales autores de la masacre, consagrando una impunidad similar a los crímenes de la plaza Altamira, los ataques a las sedes diplomáticas y tantos otros actos que han cobrado cerca de 300 muertos y cientos de heridos en la oposición. –¿Cuándo supo que los generales Vásquez Velasco, Rosendo y otros se habían declarado en desobediencia? ¿Quién lo contactó y le ofreció la Presidencia? ¿Le llegaron a informar que Chávez había renunciado? –Estuve en la marcha hasta avanzada la tarde del 11. Es bueno recordar que ante la decisión de los manifestantes de ir a Miraflores, pedí por micrófonos desde Chuao llegar sólo hasta la avenida Bolívar. Había hablado con el alcalde Peña y éste me había advertido sobre el peligro de las hordas chavistas. Reiteré mi pedido desde un megáfono en la plaza de El Silencio, pero la gente insistía... ¡A Miraflores! Allí se iniciaron las bombas lacrimógenas y los disparos. Carlos Ortega se comunicó pidiéndome que me dirigiera a la CTV para una posible reunión con militares oficialistas y más tarde para que lo hiciera a un hotel capitalino, pero consideré inapropiado abandonar en ese momento la marcha. Esa llamada me alertó además que, según informaciones serias, los francotiradores me buscaban para matarme. Por tal razón, cerca de las 4:30 p.m. fui evacuado con mi esposa en moto desde El Silencio en dirección al hotel señalado, pero al llegar allí la reunión se había frustrado. Me indicaron una casa en el este, a donde llegué, y me reuní con dirigentes de la CTV para evaluar la situación. En ese lugar y luego en Venevisión, donde fui al anochecer en compañía de Ortega, escuchamos como todo el país los pronunciamientos militares. No hubo de mi parte ni un solo contacto con militares, ni siquiera con Lucas Rincón, quien dijo que me había llamado durante la marcha, lo cual es falso. En Venevisión permanecí con mucha gente hasta cerca de la medianoche y participé dos veces en el programa que moderaba Napoleón Bravo. Niego que saliera de allí casi a hurtadillas para dirigirme hacia Fuerte Tiuna. Hacia la medianoche, fatigado y con la misma ropa de la marcha, me aguardaban en el hotel Four Seasons –hay testigos- para alojarme con otro nombre, pues esa noche se esperaban allanamientos o detenciones. Al llegar al hotel recibí la llamada de un vocero en nombre de los militares reunidos en Fuerte Tiuna. Dudé en concurrir, pues era riesgoso, pero al final decidí hacerlo en compañía de dos amigos gremialistas. A mi llegada allí se daba como un hecho la renuncia del Presidente, pero ello sólo fue confirmado después a través del anuncio hecho por Lucas Rincón. –¿Conoció usted el decreto de disolución de los poderes y quién lo preparó? –No conocí previamente ningún proyecto. Si existió alguno, no estuvo jamás a mi alcance, pues fue esa madrugada cuando inicié el análisis de las opciones existentes, al solicitárseme encabezar el gobierno provisional, posición que por cierto ni ambicioné ni busqué, pero que asumí con coraje. Las opciones iban desde el retorno a la Constitución del 61, que fue descartada, hasta la invocatoria del artículo 350 de la Constitución, pues había un vacío de poder, se había deslegitimado el régimen y se habían violado los derechos humanos. Lucía difícil que tras los acontecimientos pudiese prosperar una transición con poderes electos a dedo, sin apego a las normas constitucionales bajo el subterfugio de la transición y subyugados al jefe de Estado. Se dice que la Asamblea Nacional podría haber legitimado la provisionalidad por un supuesto cambio en la correlación de fuerzas en esos momentos. Pero ello no pasa de ser una conjetura. Si así fuera, a casi un año de distancia, ya la oposición contaría con la mayoría requerida para el control del Poder Legislativo y ello no ha ocurrido. Miquilena fue evasivo. Con todo, el sábado 13 anuncié una rectificación del decreto para evitar controversias y llamé a sesiones a la Asamblea para juramentar al gobierno provisional, reafirmando que los órganos del Poder Público seguirían en funciones hasta su relegitimación, incluyendo gobernadores y alcaldes. Sobre la redacción del decreto, fueron consultados varios juristas, incluyendo abogados militares. No era fácil lograr consensos, pero la decisión fue llamar a rápidas elecciones, como lo sigue exigiendo hoy la mayoría de los venezolanos, abriendo un breve período de facto y de allí que el día 13 se solicitó el apoyo de la comunidad internacional para colaborar en el pleno restablecimiento del hilo constitucional invocando el artículo 17 de la Carta Democrática Interamericana. No fueron decisiones personales. Aun minutos antes del acto de la tarde del 12, llamé al despacho presidencial a representantes de varias instituciones, incluyendo la castrense, y les expuse las alternativas, entre ellas la de dejar la decisión en manos de la Asamblea Nacional, pero prevaleció el criterio recogido en el decreto. Algún día se conocerán detalles en las memorias que escribo y que saldrán en un futuro a la luz pública. –¿Por qué no designa a Vásquez Velasco ministro de la Defensa y por qué a Molina Tamayo en la Casa Militar? –Vásquez Velasco fue ratificado como comandante general del Ejército, pero no gozaba de consenso para ser designado ministro de la Defensa. El Ejército fue la fuerza en la cual más se evidenciaron forcejeos y discrepancias. La falta de unidad de mando en la Fuerza Armada dificultó la adopción de medidas vitales en las primeras horas de la provisionalidad. Consideré por ello necesario designar inicialmente al VA Héctor Ramírez Pérez, quien había tenido un papel protagónico en esas horas. Pero al día siguiente, el 13, tras una reunión con líderes de las distintas fuerzas, se llegó a conformar un Alto Mando Militar con criterios de jerarquía, antigüedad y méritos. El ministro de la Defensa iba a ser un general de división del Ejército que gozaba de aceptación, y a ello contribuyó la actitud desprendida de Ramírez Pérez, quien quedaría como inspector general de la Fuerza Armada. Los comandantes de fuerzas fueron también escogidos por consenso, incluyendo a Vásquez Velasco en el Ejército, pero ya era tarde, pues la negativa previa de éste a comparecer al despacho del ministro de la Defensa donde me encontraba, para hacer anuncios consensuados en lugar del pronunciamiento público que hiciera en nombre del Ejército, golpeó a la provisionalidad, cuando ya se había perdido el control de Miraflores y se sabía del pronunciamiento del general Baduel. Ello marcó el regreso de Chávez, no obstante que yo estaba decidido a llamar a sesiones a la Asamblea Nacional para resolver sobre la transición, al margen de presiones. Vásquez y oficiales del Ejército optaron, pues, por el pronunciamiento público, quizás influido, según él mismo, por el asesoramiento del Dr. Hermann Escarrá. Así se reagrupó el oficialismo, el retorno a la calle de los miembros del Gobierno y la celebración de una sesión espuria de la Asamblea Nacional, en la cual se juramentó a Diosdado Cabello. Ante esos hechos y las inconsistencias anotadas, decidí renunciar y acatar la decisión de la Asamblea Nacional, teniendo como testigo a toda la nación. Que cada cual asuma su responsabilidad ante la historia. La izquierda trabajó intensamente en favor de Chávez, incluyendo grupos de inteligencia y de seguridad cubanos. Lo importante de retener es que no busqué esa función y que la dejé con desprendimiento. El capital de mi vida del cual me precio, ha sido una trayectoria limpia y honesta, que ni siquiera las circunstancias más difíciles por las que he atravesado pueden empañar. A Molina Tamayo no lo impuso nadie. Consideré que sus posturas valientes lo acreditaban para ocupar la Casa Militar, aun cuando por circunstancias lamentables no haya logrado la inmediata remoción de la guardia pretoriana de Chávez, lo que permitió que desde el cuartel de la Guardia de Honor se organizara la retoma de Miraflores, frustrando el acto de juramentación del gabinete, en el cual se anunciaría la invocatoria de la CID, la integración del Alto Mando, un llamado a la calma, la condenatoria a cualquier desbordamiento de pasiones y las garantías a gobernadores y alcaldes. –¿Cuándo abandona Miraflores? –Abandoné Miraflores minutos antes de iniciarse el acto de juramentación del gabinete, pues el subjefe de la Casa Militar informó a Molina Tamayo sobre la inminente pérdida del control del Palacio. Éste me solicitó dirigirme de urgencia a la puerta del despacho presidencial, donde un vehículo conducido por su asistente se hizo presente, subí a bordo y nos dirigimos a Fuerte Tiuna con el propósito de tratar, desde allí, realizar el frustrado acto y designar el Alto Mando. La pérdida del control de Miraflores fue un hecho nefasto, en el cual confluyeron extrañas situaciones, pues Molina me asegura que pidió refuerzo de seguridad en Miraflores y el reemplazo de la Guardia de Honor, pero que ese pedido no fue atendido por el Ejército, lo cual me fuera confirmado después. –¿Cuál fue el criterio para la integración del primer gabinete? –Las premisas fueron honestidad, competencia y equilibrio. Los anuncios parciales realizados el viernes no permitieron tener una visión de conjunto sobre un equipo en el cual había pluralismo. El Ministerio de Planificación y del gabinete económico estaba siendo encomendado a un hombre de centro-izquierda cercano al sector sindical y el Ministerio del Trabajo iba a ser encargado a un joven y competente abogado laboralista. Ambos fueron consultados a Ortega. Al Ministerio de Educación iba un luchador social de trayectoria, representante de ONG´s, y como si fuera poco, ofrecí el sábado la Vicepresidencia Ejecutiva de la República a un alto dirigente sindical, cuyo nombre me reservo, pero que demuestra mi preocupación por la integración plural del gabinete. En todas las posiciones había nombres de intachable trayectoria, pero sectores de la izquierda y del oficialismo trataron de hacer ver que la selección de personas de los méritos de José Rodríguez Iturbe, equivalía a entregar al país en manos de la derecha y del Opus Dei. Si Rodríguez Iturbe hubiese sido musulmán o judío, le habría ofrecido igualmente el cargo, pues lo habría ejercido extraordinariamente. –¿Por qué decide juramentarse ante el país y qué respaldaba ese juramento? –Al optarse por el llamado a elecciones –con plazos máximos que se reducían a mínimos- y existir un vacío de poder, era obvio que la juramentación tradicional ya no cabía. Confieso que en una de las versiones del decreto se mantenía al Tribunal Supremo de Justicia y que ese órgano habría podido juramentarme, pero una eminente jurista presente en Miraflores, que era más partidaria de una Junta, opción que no fue considerada en sus inicios por el sector castrense, me hizo desistir de la idea de mantener vivo al TSJ, señalando que era el primer órgano que debía ser disuelto por incompetente e ilegítimo. Así se escribe la historia. En todo caso, al abrirse un breve período de ipso, cuyo único propósito era llamar a elecciones y que el gobierno renunciante se deslegitimó no en su origen, sino en el ejercicio, había que entender que no todas las formas legales podían cubrirse y que se buscaba remitir la decisión al poder que radica en el pueblo, a través de rápidos comicios. Después de conversar con líderes políticos, estaba decidido a que la elección de la Asamblea Nacional se celebrara en julio de 2002, y la de Presidente en diciembre, previa discusión en la nueva Asamblea de algunas reformas constitucionales, entre ellas para incorporar la segunda vuelta electoral, restituir el carácter no deliberante de la FA, pues la mayoría de los militares compartía que era la forma de salvar a la institución, reducir a cuatro años con una reelección el período presidencial y confirmar el restablecimiento del nombre de la República de Venezuela. Quienes se rasgaron apresuradamente las vestiduras en la defensa de las formas jurídicas, terminaron por minar a la provisionalidad, con consecuencias que estamos pagando, en lugar de ayudar a su consolidación y a enderezar entre todos las cargas en el camino. –¿Cuál fue su reacción ante los atropellos a dirigentes políticos? –De total rechazo. De mi boca ni de los colaboradores más cercanos no emanó instrucción alguna a ese respecto. Los casos registrados obedecieron más bien a reacciones espontáneas, aun cuando reprobables, incluyendo a la Embajada de Cuba. El canciller designado recibió dos instrucciones precisas: la invocatoria de la Carta Democrática Interamericana, para lo cual hablé con el secretario general de la OEA, y una vez juramentado hacerse presente en la Embajada de Cuba para presentar disculpas y garantizar su inmunidad. Yo mismo hablé con la esposa del embajador Sánchez para rechazar los hechos y asegurarle protección. Ello era ajeno a la voluntad del gobierno provisional y más bien producto de reacciones asociadas a la injerencia política de Cuba en asuntos internos de Venezuela. En cuanto a los sonados casos de un diputado y un ex ministro, las expresiones de rechazo se originaron en el primero, en sus vecinos, por lo cual la policía lo protegió y lo liberó; en el segundo, también en los vecinos de una amiga que frecuentaba, quienes le propinaron algunos coscorrones. Hicieron, no obstante, alharaca para victimizarse. También reprobé las reacciones contra algunos gobernadores y había anunciado una reunión para el lunes siguiente con todos ellos. En cuanto a los desórdenes públicos, fue al regresar Chávez al poder cuando se iniciaron los saqueos, lo que ha sido interpretado como un botín de guerra. –Si usted tuviese que cambiar algo de lo que ocurrió en esos días, ¿qué cambiaría? –Optaría por la figura de una Junta de Gobierno amplia y persuadiría a quienes eran interlocutores con Chávez, vale decir, los militares, de que era mejor que éste perfeccionara la renuncia escrita y viajara a Cuba. En mi opinión, ese fue el error capital de ese día y todo lo demás fue derivación del mismo. La próxima semana, en la segunda y última entrega, Carmona explicará cuándo y por qué decidió asilarse.
Nota: a solicitud del señor Carmona, esta entrevista se realizó fuera del territorio colombiano.