”Estamos perdiendo a Venezuela…”
Quien me haya venido leyendo – casi a diario – todos estos meses (desde el día 2 de diciembre de 2002, cuando comenzó el “Paro General” que luego se convirtió en “Indefinido”) no me creerá ahora cuando les diga que lamento enormemente NO HABERME EQUIVOCADO.
Estaba hoy viendo y escuchando – detenidamente – la entrevista que le hacía la valiente Marta Colomina a otro valiente: Monseñor Baltasar Porra. Me di cuenta que la profesora (aunque jamás me lo dirá y menos públicamente), está “como que” pensando un poquito como yo… que el régimen CASTRO-COMUNISTA de los señores Chávez y Castro no está “como que” muy maduro que digamos, sino “más bien” más duro que sancocho de pato viejo. En ella se notaba - tal vez - un toque de derrotismo, lo cual es perfectamente válido, aceptable y entendible para alguien quien como ella, con tanta euforia sentía que “la cosa” estaba ya a “punto de caramelo”.
La Profesora Colomina parecía tener que controlar el llanto ante los comentarios que le hacía a Monseñor sobre la pesadilla que vive Venezuela y los impunes desmanes a mano del “rancio oficialismo”. Así son las cosas en los regímenes comunistas, por eso es que no se podía estar con ínfulas triunfalistas pues la caída produciría tanto daño que retrasaría la moral de todo un pueblo al punto más allá de partida. Son cuarenta y cuatro años de sufrimiento con los que contamos los cubanos dignos, ANTI-CASTRISTAS y ANTI-COMUNISTAS, tanto dentro como fuera de Cuba. Eso no necesariamente nos debe inducir al derrotismo sino al más absoluto REALISMO. Nosotros los cubanos que hemos vivido la tragedia pareciéramos ver clarito donde la mayoría de los venezolanos que comienza a padecerla ve nublado. Es esa la razón por la cual me impuse el ingratísimo apostolado de alertar a la “oposición”, ardua labor que me ha producido no pocos enemigos en ambos lados.
Ahora está en el aire una extraordinaria cuña (propaganda televisiva) en la cual vemos a una familia de clase “media-humilde”, que se encuentra en su hogar venezolano. Algunos de los miembros del núcleo familiar están viendo la televisión mientras la mamá se encuentra en la cocina. De repente la madre se lleva las manos a la cabeza evocando una inmensa preocupación. Cuando el hijo la ve, se levanta del sofá, va hacia ella y le pregunta qué le sucede, la mamá le responde: “Es que estamos perdiendo a Venezuela…”
El primer paso para encontrar la solución de un problema – como perder la patria, por ejemplo – es identificar el problema en sí, luego: la causa del mismo. No podemos recuperar al país si no estamos concientes de que lo perdimos… o – en el mejor de los casos – que lo estamos perdiendo. Ese es el gran mensaje de esta extraordinaria cuña, la cual me hace pensar que las neuronas de algunos de nuestros líderes están funcionando – para variar - como debe ser.
Es cierto: ESTAMOS PERDIENDO A VENEZUELA, pero ante tal desgracia y realidad más grande que un templo, debemos luchar unidos, tal y como lo deciden los miembros de la familia que sale en la propaganda en cuestión. No nos podemos dormir en los laureles ni debemos darle más chance al enemigo a que se siga preparando y colocando a sus efectivos paramilitares medios y bajos (muchos de los cuales ya están aquí y forman parte del “Ejército Cubano de Ocupación”) en posiciones claves. La solución está en “LA GUARIMBA” y en la fe en Dios… digo yo.
Lo que tengamos que hacer, hagámoslo YA.
Caracas 9 de julio de 2003
ROBERT ALONSO
robertalonso2003@cantv.net
“La libertad no se mendiga…”
No voy a negar que estoy tremendamente belicoso últimamente. Creo que si no arreciamos la “estrategia”, el año que viene nos veremos todos en Jerusalén…
En la tarde de hoy recibí de una inmensamente-querida lectora un escrito sobre el destino de los 56 hombres que firmaron la declaración de independencia de los Estados Unidos de América. No sé si fue un “telegrama directo a mi pulmón” lo que me envió mi amiga -- influenciada por mis últimos “alertas” -- o simplemente el deseo de regalarme un hermoso relato sobre la heroica historia de uno de los grandes pueblos de la humanidad, una nación que se forjó a sí misma con el sudor, la sangre, el sacrificio y la vida de sus ciudadanos.
Cinco de esos 56 grandes hombres fueron capturados por los británicos y torturados hasta morir penosamente. Las casas de doce de ellos fueron saqueadas y quemadas hasta el suelo. Dos de ellos perdieron a sus hijos sirviendo en el “Ejército Revolucionario”; los hijos de varios de ellos fueron capturados por el enemigo y sufrieron largas prisiones.
Nueve de esos 56 patriotas, murieron en el campo de batalla o por las heridas sufridas combatiendo por la libertad e independencia en la “Guerra Revolucionaria”.
Al firmar el acta de la declaración de la independencia, estos individuos pusieron por juramento sus vidas, sus propiedades y el sagrado honor. ¿Qué clase de hombres eran?
Veinticuatro de ellos eran abogados y magistrados. Once eran simples comerciantes, nueve eran agricultores y hacendados; eran todos educados hombres de bien que firmaron el histórico documento a sabiendas de que serían acusados, juzgados y sentenciados por alta traición y – de caer en manos del enemigo -- colgados hasta la muerte en la plaza pública más cercana.
Carter Braxton era un rico hacendado y comerciante cuyos buques mercantes fueron destruidos por la armada británica. Se vio obligado a vender sus propiedades para pagar las deudas, muriendo en la total miseria.
Thomas McKeam fue acosado de tal forma por los británicos que se vio forzado a mudarse constantemente con su familia para evitar ser capturado. Sirvió en el Congreso sin paga alguna, mientras mantenía a los suyos en permanente escondite. Tras ser despojado de todas sus propiedades y pertenencia, fue premiado con la total pobreza.
Los bandidos o soldados enemigos arrasaron con las propiedades de Dillery, Hall, Clymer, Walton, Gwinnett, Heyward, Ruttledge y Middleton.
En la Batalla de Yorktown, Thomas Nelson Jr. se dio cuenta de que el general británico Cornwallis se había apoderado de su vivienda para instalar en ella su cuartel general. Ante la necesidad de la victoria, Nelson le pidió al General George Washington que abriera fuego cerrado sobre su propiedad. Su hogar fue destruido en la batalla; Thomas Nelson Jr. murió en la bancarrota.
El hogar y todas las propiedades de Francis Lewis fueron destruidas por los británicos, quienes tomaron prisionera a su esposa, muriendo ésta pocos meses después tras una penosa e infrahumana prisión.
John Hart fue abruptamente separado del lecho de muerte de su esposa mientras sus trece hijos corrían por sus vidas. Sus sembradíos y molinos fueron destruidos. Por un lapso mayor a un año fue forzado a vivir en bosques y cuevas; a su regreso su esposa había fallecido y sus hijos desaparecieron para siempre.
Muchos de nosotros no tenemos claro el sagrado valor de la libertad; al menos debemos todos entender que no es gratuita. El General en Jefe, Antonio Maceo y Grajales, -- El “Titán de Bronce” de Cuba, hijo de Don Marcos Maceo, un venezolano veterano de la Batalla de Carabobo que emigró a Cuba buscando paz y prosperidad para terminar entrenando a sus hijos en la lucha contra la corona española – dejó el siguiente pensamiento para la historia:
“LA LIBERTAD NO SE MENDIGA: ¡SE OBTIENE CON EL FILO DEL MACHETE…!”
Caracas 8 de julio de 2003
ROBERT ALONSO
robertalonso2003@cantv.net
'Codbata Vebde' - por Robert Alonso
No vayan a creer mis lectores y lectoras venezolanos y venezolanas que eso de “conchupar” con el amigo Fidel Castro es algo nuevo para Venezuela, achacable – única, exclusiva y totalmente – al señor Hugo Rafael Chávez Frías y su combo neo-revolucionario. ¡No señor! Los cubanos dignos – ANTICASTRISTAS y ANTICOMUNISTAS -- que habitamos en Venezuela desde hace décadas (en mi caso: 41 años, seis meses, 7 días… con unas horas) nos hemos tenido que calar la chupadera de medias al sátrapa mayor desde, por lo menos, 1974 si no antes.
Carlos Andrés Pérez, el inefable, perteneció a un famoso “cartel” junto a Omar Torrijo, Felipe González y – quien hoy nos ocupa – Fidel Castro Ruz, el actual Comandante-en-Jefe de la República de Cuba y ésta, la bolivariana. Ya entonces todos nosotros sabíamos la clase de negocios que hacían estos señores y nos cansamos de decirlo en la prensa venezolana, en especial en el vespertino El Mundo, donde colaboré por mucho tiempo.
En 1976 se produjo la llamada “voladura del avión cubano” y CAP se empeñó en una férrea e injusta cacería de brujas en contra de muchos de los cubanos que aquí vivíamos y que combatíamos – tanto física como intelectualmente – el CASTRO-COMUNISMO INTERNACIONAL. A uno de nuestros más destacados médicos cubanos en el exilio (con su debida reválida en Venezuela) -- el Dr. TEBELIO RODRÍGUEZ MASEDA -- se le retiró su nacionalidad venezolana por enfrentársele a Carlos Andrés Pérez y su adoración incontrolada y visceral por el tirano de las grotescas y sucias barbas.
Castro humilló a Venezuela, a los venezolanos, a las Fuerzas Armadas de este país, a la soberanía, al poder judicial y al gobierno nacional cuando en 1980 amenazó diciendo en un concurrido discurso en la Plaza Martí de La Habana: “No caben aquí excusas ni pretextos de ninguna clase. Todo el mundo sabe que ellos (Freddy Lugo, Hernán Ricardo, Luis Posada y Orlando Bosch) fueron los autores del sabotaje (de la voladura del avión cubano), todo el mundo lo supo desde los primeros días y las pruebas eran irrebatibles; las autoridades venezolanas (El Consejo de Guerra Permanente de Caracas, que luego de cuatro años de un juicio que terminó durando 18, absolvió a los cuatro indiciados en la primera instancia de la circunscripción militar) saben que están absolviendo a los culpables. Si son liberados en definitiva los autores de ese repugnante y monstruoso crimen, Cuba considerará a ese fiscal (Fiscal Militar), a esos jueces (jueces militares de la Corte Marcial, cuyo presidente – el General de División (Ej) Elio García Barrios – terminó siendo “pana” de Castro) y fundamentalmente al gobierno de Venezuela, como los responsables del monstruoso crimen cometido el 6 de octubre de 1976”.
En los últimos meses del primer gobierno de CAP, se firmó un acuerdo -- “y que” -- para reunificar al exilio. Castro sacó de Cuba a casi 100 mil cubanos, oigan bien: ¡100mil cubanos!. El exilio puso el grito en el cielo porque comenzaron a llegar cubanos castristas que no tenían – siquiera -- un amigo fuera de Cuba. Otro que se halaba los pelos era el State Department porque sabía que muchos de los cubanos (sobre todo los indeseables) utilizarían a Venezuela como puente para llegar a Estados Unidos… y así fue.
Todavía no había tomado posesión el sucesor en la presidencia de CAP, Luis Herrera Campins, cuando ya yo estaba hablando con el Dr. Gonzalo García Bustillo, quien se suponía sería el primer canciller del entonces nuevo gobierno. El Dr. García Bustillo terminó siendo el Secretario de la Presidencia y junto a él trabajé para prevenir – en nuestra modesta medida – el ingreso a Venezuela (y Estados Unidos) de muchos cubanos CASTRO-COMUNISTAS… así y todo se nos colaron unos cuantos que echaron no poca “varilla” en varios países de la región.
No podemos olvidarnos de la “coronación” de CAP en su segundo mandato, cuando Castro fue invitado y casi se “asila” en Venezuela. Muchos – y muchas – se morían por visitar al barbudo caribeño en su hotel… y nosotros, los cubanos dignos ANTICASTRISTAS y ANTICOMUNISTAS: ¡mascando vidrio!.
Un famoso periodista (hoy en la furibunda oposición antichavista) de broma no le pidió matrimonio a Castro cuando lo entrevistó. CAP no le regaló mucho petróleo a su socio Fidel, pero inundó a Cuba con pollos venezolanos cuyos pagos, él (CAP), garantizaba. El sátrapa mayor le dio “medio palo” a Venezuela (¡cosa rara, mi sangre!) y se quedó debiendo cualquier millonada en pollos vernáculos. ¿Qué tal?
En Venezuela no se le paraba mucho al CASTRO-COMUNISMO desde que las guerrillas comunistas fueron derrotadas a punta de plomo limpio en los años sesenta; en los últimos tiempos se le veía a Castro como un “fenómeno” exótico e interesante y tal vez todavía hoy a la “vedette” del Caribe no se le comprenda en su justa y peligrosísima dimensión, razón por la cual no me canso de alertar y alertar hasta el punto de obstinación.
Ahora tenemos al monstruo “latiéndonos” en nuestras propias y humildes cuevitas y lo único que se nos ocurre es abogar por el “revocatorio”, cuando deberíamos estar preparando – CUANTO ANTES -- la artillería más pesada. Además, la estrategia de lucha que se le ha ocurrido a algunos “comunicadores sociales” para combatir al “Ejército Cubano de Ocupación” (“médicos”, “entrenadores” y “alfabetizadores” incluidos) es la del insulto, la burla y el descrédito GENERALIZADO al gentilicio cubano, sin detenerse a pensar que muchos cubanos expusimos nuestra seguridad física durante décadas para prevenir lo que hoy sufre este pueblo.
Cuando Castro termine de conquistar a Venezuela, todos los cubanos en este país (dignos o no) seremos – gracias a estas campañitas cobardonas, sin sentido y estériles -- unas verdaderas lacras para la mayoría de nuestros hermanos y aliados venezolanos y la bandera de la estrella solitaria diseñada para Cuba por el venezolano Narciso López, terminará asociada con el monstruoso régimen de oprobio que nos mando al mundo – dejándonos sin patria -- como si fuésemos gitanos.
Aprovecho aquí, antes de despedirme de mis lectores y lectoras, para recordarles que Fidel Castro llegó al poder en Cuba en enero de 1959 con una popularidad de un 99% (mi padre dignamente se encontraba – sin ser batistiano – en ese 1% que desde un principio rechazó a “bola-de-churre”), luego de “derrocar” una dictadura, tras algo muy parecido a una “guerrita civil”, sin embargo, a los DOS AÑOS y POCO MENOS DE CUATRO MESES, la “oposición” le metió una invasión a gran escala que hubiera tenido éxito si no hubiese sido porque hubo “arrugamiento” por una de las partes. Hugo Chávez tomó posesión del poder el 2 de febrero de 1999, hace CUATRO AÑOS y más de cinco meses y a estas alturas del juego estamos sentados esperando cuando será que este régimen CASTRO-COMUNISTA desacatará la convocatoria soberana al REFERENDO REVOCATORIO “INDEFINIDO”, mientras los soldados rasos “cachean” y desarman a los coroneles y generales de estas gloriosas Fuerzas Armadas que una vez liberaron a cinco países.
Los cubanos, luego de decenas de miles de muertos (ver la lista en www.geocities.com) terminamos perdiendo la patria. Les juro a todos ustedes sobre este puñado de cruces, que si no nos “ponemos pila”, nos pasará lo mismo en Venezuela y este pueblo acabará diciendo “Adbedto”, “codbata vebde”, “Adtamira” y todas esas cosas que ahora – de repente – suenan tan desagradables.
Caracas, 7 de julio de 2003
ROBERT ALONSO
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Los asombrosos acontecimientos se sucedieron uno tras otro. Primero apareció el “Informe Técnico R.A.R.D.E.” de la Royal Armament Research & Development Establishment – de 31 folios y 48 fotografías --, escondido durante varios años por los que siempre han controlado el sistema judicial venezolano, el cual ponía a los cuatro indiciados por la “voladura del avión cubano” de paticas en la calle. Luego cayeron en mis manos TODAS las fotografías de TODAS las víctimas que supuestamente murieron frente a las costas de Barbados aquel 6 de octubre de 1976 en el vuelo CU-455 del DC8 de Cubana de Aviación. Castro había acusado la muerte de unos supuestos 73 pasajeros y tripulantes, incluyendo al equipo de esgrima que venía de haber ganado la medalla de oro en Caracas… pero la realidad era TREMENDAMENTE DISTINTA; fueron ochenta y no setenta y tres los muertos de aquella tragedia. Mis ojos vieron las fotos de siete pasajeros – hombres todos – que no correspondían con las que publicó el régimen CASTRO-COMUNISTA de Cuba; más tarde supimos que se trataban de “los generales de Castro”.
Aquellas fotos que fueron tomadas dentro del avión siniestrado por Hernán Ricardo (un agente venezolano de la DISIP, quien terminó pagando como un pendejo 18 años de prisión por la autoría material del siniestro de aquel avión de “Cubana”), dieron la pista que – entre muchas otras evidencias – llevó a los magistrados del Consejo de Guerra Permanente de la ciudad de Caracas a declarar inocentes a los cuatro indiciados por lo que se conoció entonces como “la voladura del avión cubano”. La sentencia del Consejo de Guerra jamás sería confirmada por la instancia superior: la Corte Marcial. El juicio que terminaría en la jurisdicción civil, duraría unos 18 años y Venezuela sería condenada dos veces en la O.N.U. por violar descaradamente los derechos humanos de los cuatro indiciados de aquel horripilante crimen.
Cuatro venezolanos y dos partidos políticos pasarían por la presidencia durante el tiempo que demoró aquella pesadilla judicial, durante la cual se fugó – para siempre – uno de los enjuiciados: Luis Posada Carrilles, mejor conocido en los “medios” como el “Comisario Basilio”… y en mi Cienfuegos natal como “El Bambi”.
La verdadera historia de cómo, quién y por qué se “voló” el DC8 de Cubana de Aviación aquel 6 de octubre de 1976, se la conté a la opinión pública internacional en mi primer libro titulado “LOS GENERALES DE CASTRO” (ISBN 980-258-010-4 – Editorial Torino), publicado en diciembre de 1985… va hacer, muy pronto, VEINTE AÑOS.
Mi “alerta” de hoy será extremadamente largo, pero se lo recomiendo a las oficiales ACTIVOS de nuestras gloriosas Fuerzas Armadas (muy en especial a los miembros del “Ejército Forjadores de Libertades”) y a sus familiares. Transcribiré a continuación el primer capítulo de ese libro, “Los Generales de Castro”.
A continuación podrán conocer el papel de los llamados “oficiales políticos”, que tienen mayor poder de mando que cualquier general combatiente dentro del ejército CASTRO-COMUNISTA cubano.
Les pido a gritos que se miren en ese espejo y vean cómo a Castro no le tembló el pulso para “sembrar” a siete de sus mejores generales, que venían de pelear – con éxito – batallas en Angola, en el vuelo CU-455 para enviarlos para siempre al fondo del mar, donde se encuentran “descansando” desde aquel fatídico 6 de octubre de 1976.
Capítulo I
“DISIDENCIA”
El año de 1976 Fidel Castro lo comienza con un peligroso dolor de cabeza: el descontento generalizado de su plana mayor en el frente de batalla que su gobierno tenía en Agonía. Los rumores de deserción masiva, sobre todo por parte de los altos oficiales de sus tropas en aquel país africano, se hacían cada vez más insistentes.
Para Castro, Angola era una de las tantas facturas que sus acreedores del Kremlin le pasaban y a la que tenían que hacerle frente, a pesar de los miles de jóvenes cubanos que perecían anualmente por la “libertad” de los “hermanos” africanos. La intervención en la guerra por el poder, de aquella lejana nación, le ocasionaba al dictador caribeño mayores contratiempos que la sangre cubana derramada en las dantescas batallas y escaramuzas en las selvas angoleñas.
El problema que más atormentaba a Castro en los últimos meses era de carácter no sólo disciplinario, sino político. Sus generales se fortalecían cada día más, dentro de un contingente militar de cientos de miles de hombres. Eran oficiales hechos y curtidos en la guerra. Una guerra impopular y cruel, en donde la traición y el desprecio por parte del pueblo angoleño hacia los soldados cubanos eran tan evidentes como el implacable clima africano que agobiaba a los “asesores militares” castristas.
El ocho de febrero de 1976, se libró en las afueras de Luanda una de las más sangrienta batallas entre las fuerzas gubernamentales y los insurgentes. La dirección del encuentro estuvo a cargo del General Modesto Trilles, conocido cariñosamente por el apodo de “Mirringa”.
“Mirringa” era un guerrero nato, de unos treinta y ocho años de edad. Considerado demasiado joven para ser general, sus condiciones profesionales le habían llevado a tan alta posición. Era además un individuo querido por sus tropas y un verdadero líder dentro de la oficialidad. Al igual que la gran mayoría de los altos dirigentes del ejército castrista, no participó en la pintoresca guerra de guerrillas que derribó al General Fulgencio Batista. Había sido formado por “la revolución” y asignado al tercer batallón de infantería “Camilo Cienfuegos”, en cuyas filas se encontraba sirviendo voluntariamente su segunda temporada en Angola.
Era un tipo simpático, solterón empedernido y famoso por su repulsión al olor de las negras angoleñas, de quienes decía que eran muy diferentes a sus homólogas cubanas, aunque no pasaba una noche de descanso sin la compañía de alguna de ellas, -- entre tiro y tiro – como solía comentar.
El afrontamiento terminó aquella tarde a las cuatro y cuarenta y cinco, hora aproximada en que se reunían los oficiales en el “bunker” número uno.
‘—¡Esta mierda no hay quien la aguante!— gritó “Mirringa” al entrar en el “bunker” que servía de refugio a la oficialidad cubana. —¡Nos han pateado por el culo como han requerido! ¡Hemos perdido una tercera parte de nuestros hombres y todavía queda la noche, cuando seguro nos caerán con todos los hierros!
El teniente Serafín Ruiz, más partidista que guerrero, se levantó con altanería e insubordinación para comentar, dándole la espalda al joven general:
‘—Las guerras no se ganan con oficiales “aburguesados” por los galones. Las guerras se ganan callando y luchando…
—Yo no lo vi disparar un tiro allá afuera— comentó “Mirringa” sin disimular su enfado, ‘—es más, yo nunca lo he visto disparar su arma en todo este tiempo que le conozco‘— continué el general, sin prestarle atención al resto de los oficiales que observaban asombrados y avergonzados la incómoda situación.
‘—Hay batallas que son mucho más importantes que las que se deciden con pólvora y balas— le respondió Ruiz en todo burlón, sin ocultar su emoción por haber llevado al general al campo de la polémica, en donde el teniente era experto. ‘—¿Y dígame cuáles son esas batallas? ‘— preguntó “Mirringa” dando muestras de evidente alteración, al mismo tiempo que volteaba al oficial hacia él de manera brusca y amenazante. ‘—Las batallas filosóficas, mi genral…‘— respondió el teniente, seguro de haberlo humillado y ofendido.
‘—Perdone que le reprima, mi general, pero como oficial político…
‘—¡Usted es un teniente y me importa un carajo que sea diferenciado de los demás oficiales por el “apodo” de “Oficial Político…”! ¡Se está dirigiendo a un general y si de calificativos se trata, a un “GENERAL COMBATIENTE!”
‘—Un general “complaciente”, diría yo…‘— concluyó Ruiz mientras asumía una postura desafiante y prepotente para agregar: ‘—Su interés por cultivar la amistad de sus hombres y velar por el bienestar del batallón le han debilitado, no sólo a usted, sino a sus soldados. Permítame que le recuerde que es, en efecto, un “general combatiente”, no un líder político. Para hacer política está el partido. Usted está para luchar y hacer que sus hombres luchen hata el último cartucho y no para hacer política, como la mayoría de los generales cubanos en Agngola, que han perdido las perspectivas y se han aburguesado en los laureles del liderazgo, cultivando entre sus soldados.
‘—Es usted un hijo de la gran…
Antes de que el general hubiera terminado la insultante frase, ya Ruiz había abandonado el lugar, habiendo dicho la última palabra. “Mirringa” fue conducido por sus colegas a un taburete cercano a la única ventana que había en el “bunker”. Al igual que él sus compañeros sentían la humillación y la impotencia ante el poder de los “oficiales políticos”.
Los llamados “oficiales políticos” tienen en el ejército de Castro la función de velar por la filosofía marxista-leninista del régimen y son individuos sumamente peligrosos y aun más influyentes que el más alto de los “oficiales combatientes”. El teniente Ruiz tenía una opinión muy clara sobre los generales cubanos en Angola. A todos los consideraba sádicos sangrientos, sedientos de batallas por el mero hecho de disparar y saborear la sensación de la adrenalina en los momentos de peligro. No encontraba en ninguno de ellos el espíritu de lucha por una causa justa. El teniente Ruiz a veces se preguntaba qué sería de ellos cuando regresaran a la tranquilidad y seguridad de la isla cubana, lejos de la excitación de la guerra. Sentía – y así estaba convencido – que serían elementos sumamente peligrosos para la estabilidad política del régimen. Ruiz no era el único que pensaba así.
Aquella noche se reanudó la batalla y en efecto, los resultados fueron desastrosos. La mitad de los soldados cubanos yacían muertos o heridos en el campo que rodeaba el campamento. Más de un centenar fue hecho prisionero, lo que significaba una muerte horrible, que culminaba en un ritual de canibalismo horripilante. Ente los pocos sobrevivientes de la masacre del ocho de febrero de 1976, estaban dos enemigos mortales: el general Modesto Trilles y el “teniente político” Serafín Ruiz.
Dos meses más tarde y casi simultáneamente, ambos hombres sufrieron cambios sustanciales. “Mirringa” fue trasladado a la capital y se le designó como supervisor general del almacén balístico del Tercer Batallón. Era un puesto seguro y por sobre todo tranquilo, demasiado tranquilo para un “general combatiente”. El teniente Ruiz fue sacado repentinamente de Angola y trasladado sigilosamente a Cuba. Nunca más se supo de él.
Por su parte, “Mirringa” se encontraba dedicado casi totalmente a sus negras con olor a aceite de hígado de bacalao y en lugar del teniente Ruiz, enviaron a un capitán, también “político”, pero con ideas más sociables que socialistas, lo que le sirvió para cosechar rápidamente el afecto de todos los oficiales “combatientes” de Angola. “Mirringa” y el nuevo capitán trabaron una gata amistad y hasta compartían las negras del “general burócrata”, como ahora se llamaba a sí mismo “Mirringa”.
En poco tiempo había crecido una relación de camaradería entre ambos oficiales que fue acentuada a partir de la noche en que el general arriesgó su vida para salvar la del capitán, en una oportunidad en que se dirigían hacia la casa de la “Negra Tomasa”, una matrona que se dedicaba a “conectar” a las mejores negras angoleñas con los muy odiados oficiales cubanos.
Aquella noche habían salido ambos del campamento y caminaban jovialmente por las calles de Luanda cuando un jeep de fabricación soviética se abalanzó sobre ambos soldados con la intención de eliminarlos. “Mirringa” se interpuso entre el vehículo y su compañero, abrazándolo y tirándolo al suelo, mientras recibían una ráfaga de ametralladora AK-47, que milagrosamente no alcanzó a ninguno de los dos hombres. De haberlo hecho, el general hubiera recibido la metralla, debido a que se encontraba sobre su amigo que yacía en el asfalto de la carretera. Esa noche la disfrutaron más que nunca, agotando las provisiones del vodka que Tomasa mantenía en sus neveras, el cual procedía de las bodegas del Ministerio del Interior de Angola y había sido obtenido de forma ilegal, gracias a la corrupción de los funcionarios angoleños que habían implementado en corto tiempo un fructífero mercado negro.
El capitán político Pedrito León era un hombre que proyectaba una interesante personalidad. Hablaba cuatro idiomas y poseía un gran repertorio de anécdotas sobre sus viajes a los países del bloque soviético, en la Europa oriental. Jamás se jactaba de su influyente posición en el partido y como cosa extraña, solía criticar el sistema de tanto en tanto. Estaba siempre dispuesto a cualquier fiesta espontánea que se inventara y nunca se imponía sobre los demás compañeros, lo que lo convertía en el “camarada” perfecto.
No había pasado un mes cuando “Mirringa”, al igual que los ocho restantes generales cubanos que servían en Angola, fue convocado a lo que se podría llamar el “Ministerio de Guerra Angoleño”, un edificio casi en ruinas que había pertenecido a un terrateniente portugués de la época de la colonia y conocido con el nombre de “C-3”. Esa noche, el general Modesto Trilles y su amigo, el “capitán político” León, tenían una de sus ya famosas citas en casa de la “Negra Tomasa”.
‘—Tenemos que aplazar la fiesta de esta noche…‘—Le dijo “Mirringa” al capitán León en un tono que denotaba gran decepción. ‘—Hemos sido convocados a una reunión urgente en el “C3”. Ojalá me manden de nuevo a la acción, lo que tendríamos que celebrar con el mejor vodka de Tomasa.
‘El capitán se limitó a encogerse de hombros y comentó indiferentemente: ‘—De cualquier modo habrá algo que celebrar. Nos veremos mañana aquí, en el dormitorio‘— Dio media vuelta y salió rumbo al primer bar que encontrara en ele camino hacia la “Negra Tomasa”, dispuesto a hacer uso de las dos morenas contactadas por la eficiente matrona.
‘—El alto mando militar ha decidido trasladar inmediatamente a Cuba a todos sus generales‘— comenzó diciendo tajantemente y sin rodeos el cónsul Cápiro.
Orlando Cápiro era un funcionario que pertenecía a la vieja guardia comunista de Cuba. Había servido más como agente de la seguridad cubana que como diplomático en una docena de países de América latina. Era un individuo seco que tenía fama de solitario. Le dedicaba más de diez horas al día a su trabajo como primer cónsul de Cuba en Angola y jamás se le vio compartir las consuetudinarias fiestas que montaba la alta oficialidad cubana en aquel país, ni las que daba el cuerpo diplomático acreditado en Luanda.
‘—Todos y cada uno de los generales aquí presentes serán congregados a primera hora de la mañana en el cuartel general, hasta que reciban instrucciones más específicas. Queremos agregar que estarán incomunicados del resto de la oficialidad hasta que dejen el país, que será en cualquier momento a partir de ahora.
La reunión terminó sin derecho a aclaratorias. El cónsul salió del recinto con el mismo dinamismo con el cual entró. Los desconcentrados generales estaban incapacitados para hacer comentarios. Había sido para ellos una sorpresa el recibir órdenes tan repentinas de dejar la acción. No faltaron, entre el grupo de los nueve generales, quienes sintieron un escalofrío aterrador. Otros se despidieron de los planes de deserción. Para “Mirringa” había sido el fin de una aventura que disfrutó a cada momento. Se preguntaba qué le aguardaba en Cuba. Había experimentado un poder que iba más allá de la lucha armada. Al igual que el resto de los generales, se sabía querido y admirado por su tropa y subalternos, cosa que jamás logró en la Cuba sedentaria de la cual había salido hacía ya casi dos años y a la cual no quería regresar tan pronto.
Pasó esa semana y la siguiente y aún los generales vegetaban en los mugrientos y calurosos muros del cuartel general. Salvo la buena comida y una que otra emborrachada, el tiempo pasado en aquel absurdo acuertelamiento era frustrante. La total incomunicación les intrigaba cada día más. Algunos hablaban de medidas de seguridad exageradas. Otros hacían conjeturas sobre este o aquel tratado internacional, que ameritaba esconder a la oficialidad cubana en Angola para dar la impresión de que habían sido retirados del país. “Mirringa” añoraba los ratos agradables que pasaba últimamente en compañía de su camarada, el capitán León. Al comenzar la tercera semana de encierro, los generales comenzaron a destaparse entre ellos mismos, reuniéndose y comentando sobre los errores de aquella guerra. Cada día que pasaba el descontento crecía entre cada uno de aquellos hombres de acción, que se veían enclaustrados en la inactividad, sobre todo cuando sabían que más allá de los muros se estaban librando batallas sin la dirección de ninguno de ellos.
Los generales se dividieron en varios grupos. De acuerdo a la compatibilidad de cada quien con su compañero. Una noche se reunieron todos con el fin de analizar la absurda situación. Había en el ambiente una densa atmósfera de descontento que le daba a aquella junta un carácter conspirativo.
El primero en hablar fue el general Evelio Tio, el oficial de más edad en el grupo y con mayor antigüedad en Angola, quien se había convertido en el líder natural de aquellos desconcertados hombres de guerra.
‘—Tenemos que tomar una decisión sobre nuestro encierro, creo, y estoy seguro de que será la opinión general que tenemos todo el derecho a ser informados sobre esta orden, la cual hemos recibido verbalmente de boca de un civil. Estimo que hemos ido más allá de nuestro deber y nos encontramos subordinados ante un organismo que no debería tener inherencias sobre la militancia del ejército.
Hasta ese momento las miradas de los demás generales estaban fijadas en el hombre que tenía la osadía de hacer públicamente tan peligroso análisis. Aunque se tratara tan sólo de una audiencia de ocho colegas. Era la primera vez que se aceptaba abiertamente el ánimo que había acompañado a todos y cada uno de los generales allí presentes Era como una aseveración del poder militar con que se sentían aquellos oficiales que habían dirigido a más de trescientos mil soldados (entre cubanos y angoleños) en una de las guerras más crudas y difíciles de la era militar moderna.
Lo que allí salía de los labios del general Tio era, más que una insubordinación, una clara y llana conspiración.
‘—Nosotros hemos llevado adelante el peso de esta guerra. Hemos experimentado lo que ningún oficial de la historia de Cuba ha tenido oportunidad de experimentar. Hemos dirigido grandes contingentes de soldados por las selvas de este condenado país y hoy nos encontramos como corderitos entre los ladrillos carcomidos y el barro d este decadente cuartel. Yo no seguiré más órdenes de agentes disfrazados de diplomáticos. Por mi parte exigiré un mejor trato y una digna participación en el forjamiento de esta historia que vaya de acuerdo con nuestra investidura militar.
Lo que siguió a este improvisado discurso del general Tio, fue aún más comprometedor para todos los generales allí presentes. Al final, cada quien tomó la palabra y la reunión se convirtió en una pequeña asamblea con carácter más bien político, que podría confundirse con el nacimiento de un nuevo movimiento conspirativo, de inconmensurables consecuencias. En aquel pequeño y asqueroso cuarto del cuartel general de Angola, estaban reunidos los hombres más poderosos del ejército de Castor. Soldados capacitados para dirigir cualquier empresa armada en cualquier rincón del mundo y lo que era más importe. Generales que arrastraban, entre todos, un contingente de experimentados soldados de la Cuba comunista.
A pocos metros del cuartel general se encontraba un oficial político oyendo todas aquellas conspiraciones, mientras se grababan en un sofisticado aparato de fabricación soviética. Ya había oído más que suficiente, cuando consultó el reloj. De repente se acordó de su cita en casa d ela “Negra Tomasa”. Dejó los audífonos en la mesa al lado del grabador y se atragantó con un buen trago de vodka. Mientras salía de su oficina, recordó con cariño las fiestas con su compañero ”Mirringa”, a quien había dejado de ver hacía exactamente tres semanas y dos días y con quien no tuvo oportunidad e “celebrar” los resultados de aquella urgente reunión en el “C-3”. El capitán León se echó una última mirada en el manchado espejo de su oficina y salió del edificio, rumbo al encuentro con las negras de Tomas, mientras el grabador continuaba su misión…
Después de haber escrito hace casi VEINTE AÑOS este primer capítulo de mi libro – “Los Generales de Castro” –, basado en hechos reales, no me extrañó para nada ver cómo los soldados rasos (o “distinguidos”) requisaron a los altos oficiales (coroneles y generales) de las Fuerzas Armadas venezolanas el día de la “celebración” de ascenso. A todos los oficiales de carrera les aconsejo que vayan poniendo sus bardas en remojo, porque lo que les viene encima es enea, o como ya dijo nuestro presidente: “¡candanga con burundanga!”.
Caracas, 6 de julio de 2003
ROBERT ALONSO
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QUÉ ESPERANZA!
Hace un par de años me dirigí al destacamento No. 5 (creo que era el No. 5) de La Guardia Nacional en “La Mariposa” acompañado de un ciudadano coronel -- “RETIRADO” -- de esa misma fuerza. Había un oficial en “La Mariposa” quien supuestamente tenía un buen ejemplar de caballo “paso fino”, el cual era de mi interés adquirir. El “susodicho” coronel (repito: ¡RETIRADO!), serviría de intermediario – “willer & dealer” – ya que sabía quién estaba interesado en vender y quién en comprar.
Nos citamos a las 10 de la mañana en el destacamento, pero como soy muy impulsivo y tremendamente “fosforito”, a las ocho de la mañana ya estaba en el sitio, indagando cuánto podía.
Mientras hacía labor de RP con los guardias allí presentes, dejé colar el hecho de que a las 10 am se presentaría el “Coronel Tal”, quien me acompañaría a las oficinas del “Comandante Mas Cual”, propietario del semental que tenía interés en vender.
Estaba yo sentado plácidamente disfrutando del “friíto” que pega en “La Mariposa” cuando de repente hizo presencia mi amigo el coronel (RETIRADO), lo que produjo una verdadera e IMPRESIONANTE algarabía entre la tropa de aquel destacamento. “¡Llegó mi coronel, llegó mi coronel!”, gritó el sargento segundo que estaba al frente del puesto de entrada. Inmediatamente noté que cualquier soldado que estaba por ahí – holgazaneando -- se levantaba… revisaba su uniforme, su armamento, su “cachucha”.
En Venezuela hay un dicho que dice: “hombre casado, hombre castrado…” y otro: “militar retirado, militar anulado…” Evidentemente hay muchas excepciones a esas reglas a las cuales hacen referencia los sabios refranes vernáculos, pensé yo. Al menos en el Destacamento No. 5 (creo que era el No. 5) de “La Mariposa”, un coronel es coronel… aunque esté retirado y/o casado.
“¡Mi coronel!”, por aquí… “¡Mi coronel!” por allá. “¡Cuánto no hubiera dado yo por haberme recibido de oficial -- “manquesea” -- de la Guardia Nacional… que es la “cenicienta” de las Fuerzas Armadas venezolanas!”, pensé yo al ver aquel impresionante espectáculo. ¿A quién no le gusta que se le guinden de vez en cuando? ¡Eso es muy sabroso!. Eso de llegar a un destacamento y que se le cuadre el regimiento entero debe “dar mucha nota”. No sé si “Mi Coronel” (RETIRADO) estaba ya saturado de “jalabolas” (guatacas o “chupamedias”), pero parecía que tanta condescendencia (“jaladera”, “guataqueria”) no era con él. “!Qué rico es vivir en un país tercermundista!”, me repetía yo internamente. “Mi Coronel” parecía un pavo real de lo “jinchao”, caminando hacia la oficina del encargado de aquel pequeño cuartelito -- que mientan “destacamento” – caminado por los pasillos como si no fuese con él; despreciando cuidadosa, meticulosa y estudiadamente aquellos saludos… desoyendo el ruido que produce el taconeo de los calcañales cuando los soldados se cuadran en posición de firme ante el oficial de alto rango, retirado o no.
El caballo resultó ser un verdadero “flocho” (“penco”), al punto tal que si lo hubiera cambiado por excremento, se hubiera perdido el envase. Pero no perdí mi tiempo. Conocí de cerca la “prosopopeya” militar en cuanto a rendirle homenaje a un coronel – RETIRADO – como mi amigo… a quien le terminé regalando un estupendo caballo enfermo de anemia infecciosa equina, que – luego de varios años – acabó su vida muriendose totalmente en su finca cercana a Puerto La Cruz; pero eso es otra historia que tal vez algún día me anime a contárselas.
Desde ayer está circulando por la INTERNET (yo lo he recibido NO MENOS DE QUINIENTAS VECES), un par de fotos que si no fuera por lo mucho que quiero a esta tierra venezolana, hubiera provocado en mí aquella frase: “Oye vieja, ¡apaga la vela y vámonos!”
Se trata de unas fotos tomadas por el periodista gráfico David Bracamonte – del periódico “El Siglo” – en el acto de ascenso militar. Ambas “instantáneas” las anexo a continuación, pero para quienes no tengan la posibilidad de verlas en sus respectivos “e-mails”, se las describo.
En la primera gráfica se muestra a un oficial del Ejército de la República Bolivariana de Venezuela – ese ejército que mientan “forjador de libertades” – cuadrado ante un soldadito raso (qué se yo… tal vez un distinguido, cabo… o sargentico) de la “Casa Militar” (la institución que vela por la seguridad física de nuestro señor presidente) mientras éste lo ausculta por un lado con un detector de metales para ver si “su oficial” (ACTIVO o “EFECTIVO”) está armado.
La segunda foto es todavía más humillante, porque el oficial se para “en cruz” como los zamuros (las auras tiñozas), mientras el soldadito (el “bocadito”, como le llamaban los rebeldes al soldado raso de Batista) lo requisa en busca de un “hierro” que pudiera ser utilizado en contra del segundo-a-bordo de esta “revolución bonita”: el Teniente Coronel (Ej. Retirado a la fuerza) Hugo Rafael Chávez Frías. ¿Qué tal?
Como ahora yo envío como anexo una copia de cada uno de mis escritos enviados por la red, cualquiera que quiera ver tan indignantes cuadros puede bajar el documento y gritar como yo: “¡Qué esperanza!”
Caracas 4 de julio de 2003
ROBERT ALONSO
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