Cuando yo me vaya
TOMÁS POLANCO ALCÁNTARA EL NACIONAL - Sábado 08 de Marzo de 2003
Con la muerte del escritor e historiador Tomás Polanco Alcántara, ocurrida el pasado 21 de diciembre, salió a la luz un texto que legara póstumamente a sus hijos y en el que reitera su condición de venezolano de altos valores morales. Cercano a su desaparición física, el intelectual recordó a sus descendientes los principios esenciales de la honestidad, el trabajo y la eficiencia, y la necesidad de que Venezuela sea siempre un país donde exista libertad, tolerancia y progreso
En los vuelos largos, los viajeros veteranos o muy sensibles advierten, cuando más o menos falta una hora para llegar, que algo está pasando. Se ha iniciado el descenso que obliga a calibrar la presión interior con la altura. Un rato más tarde, el descenso es evidente y se observan previsiones para preparar el fin. Cuando falta poco, el capitán, con la pista enfrente, lo anuncia. En poco tiempo todo terminará.
La vida humana es similar. En determinado momento se siente que algo está pasando. Nada es igual que antes. Por más esfuerzos que quieran hacerse, es inútil. Pronto se acelerará el proceso hasta que llegue el final.
No tengo en estos momentos, según dicen Luis Enrique e Istúriz, ningún problema especial, pero el descenso se ha iniciado y quiero, antes de formar parte de mi querido Avila, hablarles de unas cuantas cosas de las cuales solamente se hablará después que yo me vaya.
Lo que más me importa es que ustedes traten y enseñen a sus hijos a vivir dentro de tres normas permanentes: el trabajo, la honestidad y la eficiencia.
El trabajo no es una maldición ni un castigo. Nunca dejen de trabajar.
Es el precio de la vida: ganarás el pan con el sudor de tu frente. Todo trabajo es bueno, es digno, es honesto.
Recuerden siempre que el trabajo tiene dos modalidades, una, la de servir de instrumento para alcanzar los medios materiales que necesita la vida. La otra, cumplir con la obligación de contribuir a la fortaleza de la colectividad. Pero nunca entiendan al trabajo como un fin, sino como un medio. Como fin es un disparate.
Como medio es la forma legítima de vivir.
La honestidad resulta fundamental para la vida. La aprendí de mi padre y de mi abuelo. Es no tomar lo que no es de uno, es hacer lo que se debe hacer y no hacer lo que no se debe hacer.
La eficiencia requiere hacer bien lo que se debe hacer o al menos procurarlo.
Nunca duden en trabajar, en ser honestos, en ser eficientes.
Hablar con Dios.
Crean siempre en Dios. A él nunca se le puede ver pero siempre lo sentirán, sobre todo en caso de necesidad.
Hablen con Dios. Eso es orar. Decirle lo que uno quiere, lo que se necesita y pedirle ayuda, no la que uno quiere sino la que él le dé. Rezar no es recitar una oración formal que no se entiende, rezar es eso, hablar con Dios. Sin embargo, de las oraciones formales, el Padre Nuestro lo abarca todo, el Credo señala nuestras creencias como cristianos, el Ave María, el ruego a la Santísima Virgen para que ella ruegue por nosotros en el momento de impetrarla y en la hora de la muerte.
Les pido que procuren ser católicos con todo lo que ello significa. Nunca dejen de practicar esa religión a la que hemos pertenecido todos. Respeten a sus sacerdotes y ayúdenlos en sus obras en cuanto sea posible. Todo sin perder de vista la tolerancia, el respeto por las creencias y conductas de los demás y la solidaridad humana.
No le guarden rencor a nadie. No odien a nadie. Esos sentimientos hacen mucho daño a quien los experimenta.
Procuren siempre hacer el bien, incluso a quienes les hubiesen causado algún daño o sean personas desconocidas.
No causen, voluntariamente, daño a nadie. No olviden que se trata de una norma cristiana que tiene un profundo contenido práctico: quien recibe un daño puede que no lo cobre, pero es muy probable que sí lo lleguen a hacer sus hijos, sus nietos, sus parientes.
Hacer un daño es tener, por tanto, una espada sobre la cabeza, que no sabemos cuándo nos va a herir.
No discrimen a nadie por su raza, su nacionalidad, su idioma, sus costumbres, el color de su piel. Por nada.
La discriminación es una forma cruel de dañar a gente inocente. Por eso es abominable.
Respeten su hogar, pase lo que pase. Cada hogar tiene su forma de ser respetado, la de uno no es la de otro, pero en todos ese respeto es indispensable.
Atiendan a ese hogar. Educar a un niño es una seria tarea. Lo que ustedes hagan, el niño lo verá cuidadosamente y será su guía. Manejar bien el hogar, con un profundo respeto, es la mejor educación para los hijos.
Sean generosos, nunca avaros. Es mejor tener menos y dar más que tener más y dar menos o nada.
Procuren leer constantemente para así conocer nuevas ideas y mejorar las existentes, para estar al tanto de los avances de la cultura, para una continua superación de sí mismos. Por parecidas razones escuchen música, no cualquier tipo de música, sino la que eleva el alma.
Venerar a la Patria
Ojalá siempre los anime, a ustedes y a mis nietos, un fervoroso amor por Venezuela. Debemos querer, amar y venerar a la Patria. No hay que ocuparse tanto de morir por ella, que casi siempre es inútil, sino de vivir por ella y para ella. Así decía don Augusto Mijares.
Sean siempre venezolanos, orgullosos de su país. Este es el nuestro. Hay que darse cuenta que cada ser humano, para poder existir, supone, desde los tatarabuelos, 30 otros detrás de él.
Y de los que corresponden a ustedes, casi 90% nacieron, vivieron y murieron en Caracas. Aquí están sus restos, sus costumbres. Afuera hay que comenzar de nuevo. No crean que eso es sencillo y que se justifica. Sólo se puede hacer en casos muy extremos y con plena conciencia de no ir al Paraíso sino al Purgatorio.
Los demás no son mejores que nosotros. Puede que se alimenten mejor, que tengan mejor salud, que vivan más tranquilos. La verdad es que solamente son distintos.
Contribuyan a que el nuestro sea un país donde exista libertad, tolerancia, progreso. Cada uno debe hacer lo suyo sin creerse redentor de la Patria.
Les ruego ocuparse de mis libros.
La biblioteca la pueden regalar a la institución que estimen conveniente.
Pero los libros que escribí, procuren que, al ser ofrecidos al público, el modesto beneficio que produzcan sea utilizado en beneficio de estudiantes que necesiten ayuda para seguir estudiando.
No se olviden nunca de rezar por mí para que alcance la vida eterna.
De mí quedarán unas cenizas y cuando observen el Avila recuerden que allá está su padre, contento de verlos y siempre bendiciéndolos.