EL SACRIFICIO DE LA SOCIEDAD CIVIL VENEZOLANA
OPINION PARA "LA VANGUARDIA DIGITAL" (Barcelona)
Cuando el 2 de febrero de 1999 Hugo Chávez asumió la presidencia en medio de una gran esperanza popular, jamás hubiera imaginado que años después los venezolanos saldrían en forma masiva a las calles, día tras día, en Caracas y en muchas ciudades del país, para pedir su renuncia o elecciones anticipadas. Quien se creía dueño absoluto del fervor popular, quien gobernó prácticamente sin oposición al menos durante los dos primeros años de su mandato, tiene ahora a gran parte del país en su contra. El inicial respaldo ciudadano, y una personalidad autoritaria, que el entrenamiento de años en la Academia Militar había ido exacerbando, le llevaron a concebir su gestión en el gobierno como una campaña militar en la cual los objetivos se van alcanzando de modo frío e implacable, sin consideración alguna para los daños y desastres que ese esfuerzo provoque.
Creyendo que su presidencia estaba dando forma a una nueva epopeya histórica, teniendo como bandera el combate a la corrupción y la redención de los desposeídos, Chávez jamás percibió que el respaldo electoral en sucesivas votaciones no eran más que el fruto de las expectativas -siempre incumplidas- que despertó en base a una demagogia suicida.
En la soberbia de creer que seguía siendo amado hasta morir por un pueblo que lo respaldó en el pasado, pero que terminó dándole la espalda, y aferrado a los cartabones de una fantasiosa revolución que ha pagado con pobreza y autocracia la ingenuidad o negligencia política de los venezolanos, Chávez ha seguido gobernando con desdén por las preocupaciones fundamentales de la población. En esas circunstancias, el derroche descarado del dinero público, el rápido enriquecimiento de la "nomenclatura" chavista, la ineficiencia administrativa, el colapso del sistema productivo, las violaciones consuetudinarias al marco constitucional y legal, la descalificación ruidosa de toda disidencia y el atropello violento a los opositores políticos con ayuda de bandas financiadas desde el palacio presidencial de Miraflores, han sido los rasgos más destacados de un gobierno cada vez más arbitrario.
Pese al desastre económico y la tremenda fractura social provocada por la gestión del presidente Hugo Chávez, el enfrentamiento actual con la oposición no es una lucha por el poder político dentro del sistema democrático. Es una lucha entre dos sistemas políticos que no pueden coexistir: la democracia por un lado y una revolución autoritaria por el otro, a la que no hay que ponerle etiquetas de marxista, castrista, ni cualquier otra definición de alguna ideología política. Se trata del chavismo, que nadie sabe qué es ni a donde conduce. La única certeza es que con Chávez en el poder no hay posibilidad de tranquilidad social, ni progreso, ni inversión, ni finanzas transparentes. La creciente militarización del país en todos los sectores de la vida nacional conduce a una autocracia cuartelera en la que ya apenas existen instituciones, Estado de derecho o separación de poderes.
El analista Alberto Quirós Corradi señalaba en el diario "El Nacional" que en Venezuela la negociación para que "gane" uno u otro bando, como se hace en unas elecciones normales dentro de un sistema democrático, no es posible. "Nadie 'negocia' su propia destrucción. Por tanto, cualquier salida negociada a esta crisis habrá que verla como un paso hacia un conflicto que, hoy por hoy, parece inevitable y que, tarde o temprano, decidirá quién se va y quién se queda", señala Quirós Corradi.
A pesar de recurrir al dinero público para comprar acarreados, Chávez perdió la capacidad de movilizar a sus partidarios: las veces que ha osado medirse en la calle con la oposición ha sido vapuleado. El viernes 20 de diciembre, mientras la disidencia movilizaba a cientos de miles de personas, Chávez a duras penas lograba meter a unos 6.000 "bolivarianos" frente a la sede de la compañía petrolera PDVSA en La Campiña. El 31 de diciembre, para despedir el Año Viejo y recibir el 2003, volvió a evidenciarse que el presidente ha perdido la calle. Sólo un puñado de "boinas rojas" logró reunir en el convite, mientras centenares de miles de opositores participaban en una fiesta que levantó el ánimo por su alegría y optimismo. El episodio era tan bochornoso para el chavismo que el canal oficial Venezolana de Televisión, cortó la transmisión y optó por reponer viejos videos de salsa.
Lo que ocurre en Caracas se repite en todo el país. Las encuestas y demás sondeos de opinión muestran el derrumbe de la popularidad de Chávez en todos los sectores sociales. La última medición de Datanálisis apenas le daba el 20 % de apoyo.
Sin embargo, a Chávez no parece importarle las manifestaciones populares ni las encuestas que sentencian su impopularidad. Actúa como si ignorara todas las expresiones de descontento. Habla del "soberano" como si todavía le apoyara el 80 por ciento de los venezolanos. Pero sabe bien que eso es mentira. Por eso no acepta elecciones anticipadas ni permite celebrar el referéndum consultivo convocado por el Consejo Nacional Electoral para el próximo 2 de febrero. En la Mesa de Negociación y Acuerdos bloquea cualquier salida electoral que cerraría la enorme fractura que separa al país. Los argumentos que esgrime para rechazar una consulta a las urnas que demanda la gran mayoría del país están sustentados en una Constitución que ha irrespetado en muchas ocasiones, pero que contempla muchas fórmulas para celebrar la votación sin violar la institucionalidad.
La sociedad civil venezolana experimenta en el último año el cambio más notable que se recuerda en la historia nacional. Trino Márquez recuerda en "El Globo" que lo que más se aproxima a lo que se vive en la actualidad son las transformaciones que se produjeron en Venezuela después de la muerte de Juan Vicente Gómez, cuando aparecen los grandes partidos políticos, se fortalecen los sindicatos y los gremios profesionales, y surgen las federaciones empresariales.
Todos los analistas e historiadores coinciden en que nunca hubo una movilización ciudadana como la que ahora se observa a diario. La pasión que se vive actualmente, promovida en buena parte por la incorporación a las manifestaciones de los jóvenes y las mujeres, es un fenómeno reciente. Este es un movimiento inspirado por la defensa de la libertad y la democracia, valores que podrían parecen excentricidades en un país con el 80 % de pobreza y en el que la clase media pasa a ser una franja cada vez más reducida. Una nación con estas características socioeconómicas es la que sale a luchar, no por ésta o aquella reivindicación salarial, sino por un valor a la vez universal y abstracto como es la democracia.
Chávez tacha de "golpistas", "terroristas" y "fascistas" a quienes piden elecciones. Sus desplantes e insultos frente al inmenso esfuerzo de una sociedad que está dispuesta a sacrificarlo todo se afincan en la prepotencia que le insuflan los fusiles y las tanquetas de los militares con los que busca frenar la indignación los ciudadanos armados con cacerolas, pitos, gorras multicolores y banderas.