Vargas Llosa: Todos somos Venezuela
Con fanfarria y tronío, los latinoamericanos firmamos la Carta Democrática y dijimos: nunca más. Bastó la primera prueba para que la Carta quedase reducida a papel mojado y sus suscriptores a la condición de Tartufos. Venezuela lleva un año haciendo lo que los peruanos no tuvimos el valor de hacer durante ocho y cada día que pasa es más desgarradora la insolidaridad latinoamericana con su resistencia civil. Afortunadamente, esa resistencia exhibe un arrojo, una organización y -con la paralización de dos terceras partes de la industria petrolera- unos resultados, que podrían tumbar al régimen. Pero si ello ocurre, habrá sido a pesar de América Latina.
No será nuestra fiesta. Hugo Chávez ganó las elecciones en 1998 y de inmediato desfiguró la democracia, primero diseñando una Constitución-delirio a su medida, luego haciéndose reelegir con una extensión de mandato, más tarde capturando las instituciones fiscalizadoras mientras armaba milicias que apodó "Círculos Bolivarianos" y, finalmente, asumiendo poderes para capturar por decreto el sistema económico. El año pasado precipitó la crisis con 49 decretos expropiatorios que concentraban en la Presidencia el destino de todos los hogares. El 10 de diciembre del 2001, con el primer paro contra Chávez, nació la resistencia civil. Desde entonces no ha cesado. Chávez ha sustentado su poder en los militares, las turbas que aterrorizan a políticos, periodistas y manifestantes del montón, y el petróleo, que con casi tres millones de barriles diarios, de los cuales dos millones se exportan, daba oxígeno a una economía en ruinas. En lo que va de la lucha, Chávez ha apadrinado dos matanzas, una en a! bril y otra en diciembre, y ha seguido negándose a un reclamo desproporcionadamente cauto: elecciones adelantadas o referéndum.
Mientras este drama se despliega, América Latina hace unas morisquetas de vez en cuando para que no parezca que no hace nada. César Gaviria, con una pachocha de proboscidio, se dejó caer por Caracas. No llegó como líder de la OEA para decirle a Chávez: Usted ha desbordado la legalidad, de modo que, honrando la Carta Democrática y a menos que usted fije fecha electoral aceptable, le aplicaremos sanciones. No: sin el mandato que no le dieron, pero también sin el liderago que no se dio a sí mismo, llegó de turista. Proclamó la equivalencia de las partes y pidió salida negociada, mientras que los sesos de los opositores volaban por los aires en la Plaza de Altamira, las hordas chavistas asaltaban canales de televisión y los soldados capturaban capitanes de la Marina Mercante sumados al paro cívico a bordo de naves (potenciales brulotes) cargadas de combustible.
La Mesa de Diálogo, como pasó en el Perú, es virtual. Lo real es lo que ocurre afuera: sin vladivideo, Fujimori no hizo una sola concesión a pesar de la baba gastada en esa "negociación", y, sin la suma de Petróleos de Venezuela y la Marina Mercante al paro, Chávez ni siquiera hubiera ofrecido una consulta popular para agosto. La OEA es un barco a la deriva y llega a buen puerto sólo cuando la deriva la conduce allí -después de muchos muertos y heridos.
Los gobiernos latinoamericanos creen que, evitando aplicar la Carta, evitan ser víctimas de sus propios pueblos. Pobres diablos. El problema número uno del continente, aquel que precisamente tiene bajo amenaza de desborde civil a los gobiernos, es la deslegitimación de la clase dirigente.
Sostener al tirano de un país vecino y abandonar a su suerte a un pueblo al que le están disparando en las calles, es la peor forma, para un gobierno latinoamericano, de legitimarse ante su propio pueblo. La ilegitimidad de la clase gobernante nace de la pérdida de la credibilidad.
Es un abismo sentimental que la traición contra el pueblo venezolano aumenta en lugar de reducir. Por eso, el cálculo acobardado de nuestros gobiernos, que creen comprar paz interna haciendo de la vista gorda en Venezuela, es en el fondo la mejor demostración de que sus rebeldes sociedades civiles tienen razón en creer que ellos no son creíbles. Puede que los gobiernos les hayan dado la espalda, queridos venezolanos.
Pero nosotros, los de a pie, no lo hemos hecho. Recuerdo con emoción haberlos acompañado en las calles el año pasado y haber previsto, en Letras Libres, que ese 10 de diciembre era el inicio de una gesta memorable. En esta era en que no son tanto los gobiernos, allá arriba, como las sociedades, aquí abajo, las que representan a los países, sepan que no están solos. Nuestros gobernantes no se han enterado, pero, en el llano, ¡todos somos Venezuela!
ALVARO VARGAS LLOSA