UNA NOCHE EN EL PANTEÓN
Esa noche, el cielo caraqueño se venía abajo sobre la ciudad. La lluvia caía implacable, y los truenos y rayos estallaban con gran estruendo, sembrando el pánico entre los niños de la ciudad desvelados por la tormenta.
Cerca del Panteón Nacional, un mendigo buscaba refugio del diluvio que caía, y, dado que los guardias del recinto se habían metido en sus garitas a secar sus empapados uniformes, aprovechó y sigilosamente se introdujo en el lugar donde reposan los restos mortales del Libertador y de tantos otros héroes patrios.
A pesar de su evidente desaseo y afición por la bebida, este pobre hombre no era inculto, sino más bien un ser desafortunado, maltratado por la vida, viudo, sin hijos, carente de familia, un profesor jubilado de Historia de Venezuela al cual un estafador dejó en la calle robándole sus últimos ahorros.
Sin tener a donde ir, juntó sus pocas pertenencias (unos libros de Historia y de Pensamientos del Libertador) y comenzó a vivir de la limosna en los alrededores del Panteón Nacional, cerca de la última morada donde descansaban los héroes que poblaban su mente, y los vecinos de la zona se apiadaban de él dándole diariamente algunos sobrantes de comida, ropa vieja y periódicos del día anterior que el Maestro Roncañolo, como se le conocía por el vecindario por su voz grave y ronca y gusto por la bebida, usaba para arroparse luego de leerlos para mantenerse informado de la dura situación del país y del desastre que el Presidente había creado, en una absurda revolución "bolivariana" llena de errores y fracasos.
Ni corto ni perezoso, el Maestro Roncañolo se acurrucó detrás de la tumba del Libertador, en un rincón cálido y oculto donde no se le podría descubrir, y donde tendría el privilegio de pasar la noche junto al Padre de la Patria.
Lejos de allí, a altas horas de la noche, en el Palacio Presidencial, el jefe de Estado, totalmente loco, disfrazado como un general de tiempos de la Independencia, desesperado por la situación ingobernable del país, rodeado de aduladores medio dormidos que no se atrevían a sugerirle cómo rectificar sus graves errores, ante la mirada sorprendida de los presentes pidió a sus escoltas preparar la caravana presidencial porque, ante tanta confusión y no pudiendo confiar en ninguno de los seguidores que lo rodeaban, dijo que sólo en el Panteón Nacional, a solas con el Libertador, podría tomar decisiones sobre el futuro del gobierno, oyendo los consejos que, desde el más allá, de seguro le enviaría Simón Bolívar a él, su máximo devoto.
Dormía acurrucado el Maestro Roncañolo entre trapos y periódicos, cuando de repente escuchó ruido de carros y botas, rejas que se abrían en la oscuridad de la noche, y, asustadísimo, se asomó en la oscuridad y vio como el portón principal del Panteón se abrió dejando entrar el resplandor de las luces de la calle.
Con el corazón en la boca, pensó que serían los guardias que revisarían el recinto y se lo llevarían preso, a golpes de peinillazos y patadas, por haberse atrevido a violar el sagrado lugar.
Pero, su asombro, vio como, entre las sombras, avanzaba un hombre, vestido con uniforme, capa y sombrero de plumas como los militares del siglo XIX.
¡Pero es el Presidente!, pensó para sus adentros...¿Y ese loco qué hace aquí? Asustado e inmóvil, vio como el Presidente se arrodilló en las escaleras que conducen al sarcófago que contiene los restos del Libertador, y en alta voz exclamó: ¡Bolívar, Padre Mío, Ayúdame! ¡No sé cómo gobernar a mi pueblo! ¡Estoy poniendo la torta!
El Maestro Roncañolo, asustado y sorprendido, pensó que, con su voz grave, y con sus amplios conocimientos del pensamiento del Libertador, podría jugarle una broma al Presidente y sugerirle algo por el bien del país.
Total, no tendría nada que perder, pues si lo descubrían y se lo llevaban preso, al menos dejaría de vivir en las calles, se alejaría a la fuerza del alcohol y quizás en una cárcel podría volver a enseñar historia a los demás presos, siendo de nuevo un hombre útil para la sociedad.
Decidido, se acomodó detrás de la base del monumento para ocultarse adecuadamente, y, con voz grave y estruendosa, exclamó ¡Qué dolor siento al ver cómo, en mi nombre, se ha hecho tanto daño a mi querida Venezuela! ¡Mi país se encuentra más dividido que nunca, pues se ha sembrado el odio y el rencor entre los venezolanos! ¡Es necesario divulgar mi mensaje por el bien de mi país!
Y con su voz grave, como del más allá, el Maestro Roncañolo comenzó a decir de memoria frases y pensamientos célebres del Libertador, ante un Presidente congelado por el pánico y el asombro de creerse ante el espíritu del Padre de la Patria.
¡La suerte de Venezuela no me puede ser indiferente ni aún después de muerto! ¡Por eso estoy aquí, comunicándome contigo por el bien de mi país!, dice el maestro con su voz ronca y fuerte.
El Presidente, asombrado por las palabras del Libertador, le pregunta angustiado: ¿Porqué ha fracasado esta revolución bolivariana? ¡La revolución es un elemento que no se puede manejar. Es más indócil que el viento! El Presidente desde el suelo, casi llorando, exclama: ¡Pero yo tan sólo quise compartir contigo la gloria! El Maestro Roncañolo, haciendo de Libertador, le responde: ¡La gloria está en ser grande y ser útil!
El Presidente entristecido pregunta desde las sombras: ¿Por dónde habría que empezarse a trabajar para componer al país? El Maestro responde con alta voz: ¡La mejor política es la honradez! Además, ¡La justicia es la reina de las virtudes republicanas, y con ellas se sostienen la igualdad y la Libertad! Por otra parte, ¡La impunidad de los delitos hace que éstos se cometan con más frecuencia, y al fin llega el caso de que el castigo no basta para reprimirlos!
El Presidente exclama: ¡He prometido muchas cosas que no he podido cumplir! El Maestro le responde: ¡Mal hecho! ¡Me vería como un hombre indigno si fuere capaz de asegurar lo que no estoy cierto en cumplir! ¡Mi gloria se ha fundido sobre el deber del bien!
El Presidente, triste y avergonzado, dice: ¡Quisiera gobernar hasta el 2021, pero me quieren sacar del Poder! El Maestro, haciendo de Libertador, exclama: ¡Nada tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder!
¡Debes renunciar para que vuelva la estabilidad al país!, porque ¡Sin estabilidad todo principio político se corrompe y termina siempre por destruirse!
Y así siguió el Maestro Roncañolo desempeñando su papel entre las sombras del Panteón, ante un Presidente que estaba triste y desorientado ante su fracaso...¡Renovemos la idea de un pueblo que no solo quería ser libre, sino virtuoso!...
¡Saber y honradez, no dinero, es lo que requiere el ejercicio del Poder público!...
¿Un hombre sin estudios es un ser incompleto!...¡Un militar no tiene virtualmente que meterse sino en el ministerio de sus armas!...
¡Un necio no puede ser autoridad!...¡Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción!...¡Valor, riqueza, ciencia y virtudes: estas son las cuatro potencias del alma del mundo corporal: estas son las reinas del universo!...¡Yo valdría algo si me hubiesen alabado menos!...
Cuentan que el Presidente, después de esa noche no volvió a ser el mismo. Entendió que el pensamiento del Libertador es algo muy alto, que no debe ser manipulado con intenciones políticas, sino más bien fundido entre la juventud para que sea bien entendido y aplicado. Renunció a su cargo y se fue a vivir a una isla del Caribe donde una revolución "bonita", como la que él quería imponer en el país, le dio asilo...Y el país volvió a enrumbarse, el pueblo aprendió de sus errores, y todos trabajaron unidos en busca del bienestar y la felicidad...
Cualquier semejanza de este cuento con nuestra realidad es pura coincidencia...
PD: Nunca se supo más del Maestro Roncañolo, aquel mendigo bueno quien fue un héroe anónimo esa noche en el Panteón Nacional, pero hay quienes cuentan que en las noches se escuchan en el Panteón las carcajadas y aplausos de quienes, desde el más allá, fueron testigos de ese episodio pintoresco que cambió el rumbo de nuestra historia contemporánea...
Daniela Domínguez Salas - 15 años, 9° grado