¡FUERA! ¡FUERA!
Mi amiga cubana y del alma – Vivian Smith de Cárdenas – tenía un noviecito que no era del agrado de Yoya, su madre. Un día Randolf -- el novio de la infancia de Vivian -- me pidió que lo acompañara para llevarle una serenata a su suegra. Para mi sorpresa, la única canción que le cantó, desde la planta baja del edificio donde quedaba la “Discoteca Hawai Kaii”, en Colinas de Bello Monte (donde vivía entonces la familia Smith) fue “Señora”, de Joan Manuel Serrat, quien era por aquellos días un desgarbado, greñudo y peludo catalán -- medio ñángara -- que cantaba canciones de protesta y – para aquel tiempo – subida de tono en cuanto a lo moral, lo ético… y las normas de nuestra puritana y muy castiza sociedad venezolana.
“Musiuto”, uno de los hijos del desaparecido, recordado y respetado Marco Antonio -- “Musiú” -- de la Cavalerie, estaba rondando a mi hermanita y la llamaba cariñosamente “Penélope”. Más tarde ambos – mi hermana y él – tomaron caminos diferentes, pero a su primera hija, “Musiuito” la llamó “Penélope”, en honor a una de las canciones más famosas del poeta y cantante catalán que dejó huellas en todos nosotros que crecimos huyéndole -- sin éxito -- a la influencia musical y social de los melenudos Beatles.
Mi abuelo, Don Alonso, solía decirnos: “Caminante, no hay camino… se hace camino al andar; y al volver la vista atrás se ve la senda que no se ha de volverse a pisar. Caminante, no hay camino: solo estelas en la mar!” Cuál no sería mi sorpresa aquel día, al sintonizar al Capi Doncella en mi radio transistor comprado en la quincalla del chino Jung, ubicada en el Edf. Rubén Darío de la Av. Galipán en San Bernardino, cuando oigo una canción de un cantante con un marcado acento catalán, donde aparecía – en una de sus principales estrofas – la advertencia que tanto escuché de boca de mi ya desaparecido y tan añorado abuelo asturiano-cubano, quien un día – a principios del siglo pasado – llegó a Cuba como emigrante español, para morir en Venezuela como exiliado cubano, faltándole poco para cumplir los cien años de edad; cuyos huesos reposan en Caracas en espera de ser repatriados parcialmente al Oviedo de su infancia y a la Santa Clara de su vida.
Anoche, enredado en el recuerdo de un inmenso e inolvidable amor que quedó plasmado en mi alma hace treinta años, asistí al Poliedro de Caracas para vivir un par de horas en la reminiscencia de los tiempos que tanto nos duele, acompañado en la casi intimidad de aquel catalán que una vez me cautivó con su poesía hecha música, la cual produjo en mí – hace tres décadas – un rechazo forjado por su ideología de izquierda liberal, imposible de ser entendida entonces por un joven como yo que dejó sus raíces enterradas en el patio de la casa que lo vio nacer… allá, en el todavía bien-recordado Cienfuegos .
El siempre exuberante Poliedro estaba repleto a rabiar cuando -- faltando segundos para comenzar la presentación de Serrat -- nos pasó por delante la figura encorvada, macabra, huidiza, desconfiada, deformada y ladina de uno de los personajes íconos del régimen CASTRO-COMUNISTA que hoy pretende ocupar el alma y los huesos de este noble pueblo acostumbrado a vivir en paz, armonía, hermandad y dignidad: CALIXTO ORTEGA.
A Calixto lo conocí hace muchos años cuando intentaba ahorcarse en el palo de un engendro liderizado por “El Loco Olavarría” (Jorge Olavarría), llamado “La Nueva República”; experimento político que terminó – tal cual decimos en Cuba – como la fiesta del Guatao… en donde mi gran amigo de la infancia en San Bernardino – Alexis Ortiz, hoy alcalde digno de Lechería, en el Estado Anzoátegui – salió con las tablas en la cabeza y otro que se dio un feo “culazo” fue mi hermano Ricardo.
De aquella “moña” se catapultaron dos personajes que hoy representan al grupo de traidores que intentan – sin alma – entregarle la patria al CASTRO-COMUNISMO INTERNACIONAL: Calixto Ortega y un fotógrafo, al cual tengo como “buena-gente”, quien obedece por el remoquete de “Fraso”, llamado oficialmente: Francisco Solórzano… ambos miembros oficialistas hoy de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela.
Calixto siempre me pareció un individuo servicial más que servil, como muchos le decían cuando se esmeraba en demasía por cargarle las maletas al “Loco Olavarría” cuando éste llegaba de visita a Maracaibo. “El Loco” fue su mentor y su trampolín para meterse de cabeza en el “Movimiento Quinta República” (MVR), donde hizo carrera destacándose entre tanta mediocridad… no que él sea una lumbrera, ojo, pero en un movimiento donde campean tantos ciegos – incluyendo “poetas” que no saben conjugar el verbo haber --, el tuerto, miope y cegato, puede llegar a ser rey… o – en su defecto, como en el caso del personaje que hoy nos ocupa – un temporalmente-útil cortesano.
De repente el Poliedro entero notó la presencia de mi amigo Calixto y se ha prendido una algarabía tremendamente impresionante, donde los gritos de “¡Fuera! ¡Fuera!” se confundían con improperios tan groseros y fuertes que me abstendré de repetir aquí para evitar irrespetar a mis distinguidas lectoras de la tercera edad.
Joan Manuel no podía salir al escenario mientras duraba la sesión de más de media hora de gritos, pitas, ruidos hechos con los pies en las tarimas metálicas, tiradera de cerveza y mentadas de madres que incluían a la pobre progenitora del Diputado Ortega y aquella que vive -- cual reina -- en Sabaneta de Barinas. En un intento por calmar a los miles de asistentes, se apagaron las luces del inmenso local y el escándalo se incrementó como si los protestantes estuviesen dirigidos por un director de orquesta sinfónica.
Me dio mucha pena, porque cuando ya presentimos el final del extraordinario espectáculo, vi pasar fugazmente la fantasmagórica figura de un Calixto Ortega traumatizado por el profundo desprecio de sus hermanos… luego me di cuenta que él, el segundo personaje de aquella inolvidable e histórica velada, se había perdido lo mejor del show. Apenas había abandonado el recinto protegido por guardaespaldas -- dejando atrás los insultos -- el poeta Serrat llamó a la tarima a un cantautor muy querido por su pueblo, Simón Díaz – hermano del hoy despreciado Joselo, entregado incomprensiblemente al régimen de los traidores – y juntos cantaron “Sabana”, canción llanera que le llegó al alma a un público ávido de sentimientos patrios, agobiado por la pesadilla de la ocupación de una asquerosilla “potencia” extranjera representada por el ya Comandante-en-Jefe de Cuba y Venezuela: Fidel Castro Ruz.
Faltaron canciones estelares que Calixto Ortega no llegó a oír -- producto de haber tenido que huir del recinto cual gata ladrona -- como “Caminante”, “Penélope”, “Lucía”, “Gloria a Dios en las Alturas” y una nueva que hizo delirar a la repleta audiencia, titulada: “¡Libertad!”.
No será solamente el fin de un buen espectáculo musical lo único que el Diputado Ortega se perderá en su vida. Cuando recuperemos a Venezuela – la patria que le dio la vida a este ingrato maracucho – de las garras criminales y sanguinarias del CASTRO-COMUNISMO INTERNACIONAL, aquel que fue mi amigo se perderá muchísimo más que unas canciones que nos transportan por un rato a nuestros años de juventud y a una Caracas donde se podía caminar sin peligro hasta la madrugada… y más allá; cuando el temor a una dictadura CASTRO-COMUNISTA solamente existía en la mente más retrógrada, fantasiosa y absurda y los venezolanos solamente nos peleábamos por defender el cetro de belleza de una rubia llamada Cherry Núñez versus el de la morena Peggy Kopp… una “reina pepeada” costaba un bolívar y en un lejano y oscuro pueblo de Barinas un muchacho a quien mentaban Hugo – apodado “Tribilín” --, todavía no se había puesto su primer par de zapatos.
ROBERT ALONSO
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