Adamant: Hardest metal
Friday, May 30, 2003

COMPRENDIENDO A CUBA

La firma del acuerdo entre la “oposición” y el régimen CASTRO-COMUNISTA de los señores Chávez y Castro llevada a cabo ayer jueves 29 de mayo (de 2003), tuvo para mí una importancia extraordinaria pues con ella terminé de comprender total y absolutamente el drama de mi madre patria, Cuba; además, ha complementado la explicación que vengo dándole a muchos personajes de la comunicación social en Venezuela sobre los motivos por el cual se produjo el triste y dramático destierro cubano donde millones de seres humanos se lanzaron al mundo en busca de oxígeno de libertad, dejando atrás el terruño, la familia, los amigos de toda una vida, nuestras raícesy  pertenencias.

Ayer vimos al grueso del liderazgo nacional venezolano apoyando la firma de un garabato histórico que tiene menor consistencia física y material que las bombas de gases lacrimógenos que nos lanza este régimen autoritario y de oprobio en cada una de nuestras manifestaciones pacíficas y constitucionales.  Vimos la representación de ese liderazgo opositor sentarse en una mesa para firmar un documento que ellos – sin excepción -- sabían tendrá el valor de un pedazo de papel higiénico… y sin embargo, ahí estaban todos.  Uno de ellos, despojado totalmente de su dignidad, se persignó en desesperanza antes de estampar su histórica firma sobre la burla de un pueblo que esperaba de sus “negociadores” alguito mejor luego de seis meses de “ardua labor” y a un costo de sabrá-Dios-cuántos-millones.

Si todo esto sucedió en el Siglo XXI, en un mundo globalizado y en un país saturado de medios de comunicación social adversos al régimen, con una libertad de expresión casi absoluta, donde la Internet existe como un medio de divulgación y de presión extraordinario… y en el ámbito de una campaña publicitaria de alerta jamás desarrollada en Venezuela, ¿qué podíamos esperar los cubanos en una Cuba disminuida por la dictadura y la corrupción, ante un líder de tanto poder carismático como Castro, donde la comunicación estaba en pañales, el control absoluto se hacía sentir desde el primer día en que bajaron los barbudos de la sierra y se fusilaba un “contrarrevolucionario” en cada esquina y a cada minuto?

Si el liderazgo de una sociedad políticamente madura como la venezolana, acostumbrada a más de cuatro décadas de continua democracia, no tuvo la entereza moral y política para erguirse dignamente ante lo que todos sabemos nos espera, ¿qué se podía esperar en una Cuba recién emancipada de España que arrastraba un pesado bagaje dictatorial, embochinchada por sus insaciables dirigentes y que acababa de salir de un escenario de enfrentamiento armado muy similar a una guerra civil?

No hay que engañarse.  En ambos países sus líderes democráticos no estuvieron a la altura de las circunstancias, de las realidades políticas y de la historia misma.  Todavía peor, en Cuba, los medios de comunicación social – en gran medida y salvo dignas excepciones -- se entregaron en su mayoría a la “conchupancia revolucionaria”; no así en Venezuela, donde emergieron como una quinta columna de oposición.  Al final de este “alerta”, incluyo la tan tristemente famosa nota suicida de Miguel Ángel Quevedo, editor y fundador de la revista Bohemia en Cuba… un documento que debemos llevar todos presente mientras tengamos un hilo de esperanza al cual aferrarnos y por el cual dar, incluso, la vida.

En Cuba, cuando nos vinimos a dar plena cuenta de la necesidad de enfrentar al régimen por la vía radical, se había hecho demasiado tarde.  No obstante, tenemos 44 años poniendo los muertos, los presos políticos y la división de la familia.  Faltaría ver si en Venezuela nos daremos cuenta a tiempo, para – entre otras cosas – ahorrarnos la atroz desgracia de Cuba.

El cubano puso parte de su fe en los “americanos” y la cercanía con el país más democrático del planeta.  Los venezolanos se engatusan pensando que la ayuda vendrá de la llamada “comunidad internacional”.  Esta última se limpió sus manos y nos dejó ayer la “papa caliente” en su momento más álgido.   Ya lo dijo CLÁRAMENTE el embajador “americano”, Shapiro, al salir del bochornoso, denigrante y desesperanzador acto de ayer: “… la salida de la crisis política depende de ustedes, los venezolanos…” (sic), qué más queremos, ¿qué lo repita ante un notario?

En Cuba no había ejército (imparcial o no) que nos defendiera del totalitarismo y en Venezuela el que existe está minusválido y achicopalado ante un Comandante-en-Jefe avasallador que lo apabulla, lo divide, lo corrompe y controla al máximo; pero Castro engañó al pueblo cubano, al contrario de Chávez quien desde que tuvo la primera oportunidad de hacer sentir su verbo nos dejó claro su eterno y maléfico sueño de poner a navegar a Venezuela en el mismo “mar de felicidad” en el cual ha venido navegando Cuba desde que el comunismo y la más oscura noche cargada de pesadillas se adueñó de ella.

A Castro lo ayudó la guerra fría y su adhesión al bloque soviético.  Chávez pudiera contar con una alianza todavía más sólida y duradera: la sociedad con el mundo libre occidental mediante la entrega en concesión de los recursos energéticos de Venezuela, lo que lo atornillaría en el poder hasta el 2021 y más allá… ¡muchísimo más allá!

Estamos viviendo los acontecimientos que forjarán la historia contemporánea de Venezuela.  Somos hoy testigos de excepción y no debemos olvidar los eventos que nos precipitan al mayor desastre que este país haya conocido e imaginado jamás.  Estamos chapeando con nuestras acciones Y OMISIONES el camino hacia el control total de todo y de todos por parte de este régimen CASTRO-COMUNISTA.  Lo único que nos queda ahora es determinar -- lo más pronto posible – en cuál momento el oficialismo incumplirá el acuerdo.  Todavía no se había terminado de firmar la ofensa histórica cuando ya arremetía fuertemente contra GLOBOVISIÓN, el mayor medio informativo audiovisual del país… un botón como muestra de lo que nos espera de hoy en adelante.  Tendríamos, además, que ir pensando qué haremos TODOS cuando demos por violado el histórico acuerdo… y quién convocará “LA GUARIMBA”.

Bien lo decía mi sabio abuelo, Don Alonso: “Cada pueblo se labra su propio destino…”

Caracas, 30 de mayo de 2003

ROBERT ALONSO robertalonso2003@cantv.net Envíen sus comentarios – UNICAMENTE – a robertalonso2003@cantv.net pues otros buzones colapsan con la cantidad de correo que reciben.  Se envía por e-mail, el mismo escrito vía “anexo” en caso de fallas técnicas. SOLAMENTE RESPONDEREMOS CORRESPONDENCIA ENVIADA A NUESTRO SERVIDOR DE CANTV

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CARTA SUICIDA DEL EDITOR MIGUEL ÁNGEL QUEVEDO

(Quien se suicidó en su exilio en la ciudad de Caracas, Venezuela)

Sr. Ernesto Montaner Miami, Florida

Caracas, 12 de agosto de 1969

Querido Ernesto:

Cuando recibas esta carta ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado — ¡al fin! — sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.

Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como «el único culpable» de la desgracia de Cuba. Y no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera «el único culpable». Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.

Culpables fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos los gobernantes. Buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe, vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca. No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública. El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.

Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder.  Los periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.

Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía (la cual sacó a Castro de la prisión tras el ataque al Cuartel Moncada).  Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República.

Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando inventó «los veinte mil muertos». Invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.

Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones de la Sierra Maestra. Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.

Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros.

Y fue culpable el State Department, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.

Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico, por no ceder y llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron.

Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que como Bohemia, les hicieron el juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.

Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más «virtuosos» y los más «honrados» eran los pobres.

Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa «Izquierda Democrática» que tan poco tiene de «democrática» y tanto de «izquierda». Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran antiquevedistas.  Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.

Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que puedan aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.

Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Núñez de Arce cuando dijo:

Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano.

Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.

Miguel Ángel Quevedo

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