De un Venezolano a un Cubano.
Caracas, 5 de enero de 2003 Sr. Roberto Fernández Retamar La Habana
Querido Roberto:
Supongo que estás enterado de la grave situación que atraviesa nuestro malhadado país. Sin embargo, tengo la convicción de que ustedes, en Cuba, como mucha otra gente de mi más cercano afecto en otras partes del mundo, tienen una información inexacta y en muchos aspectos deformada de lo que realmente ocurre. Por ello te escribo estas letras, con el ánimo de que tengas una versión distinta y confiable ?espero? de los hechos, y puedas formarte un criterio lo más cercano posible a la tan ansiada, como inalcanzable objetividad.
Lo primero que quiero que sepas es mi firme lealtad a los principios del Marxismo, el socialismo y el comunismo, fundamentos ideológicos de la Revolución Cubana. Para ti, así como para los otros grandes amigos cubanos, sigo siendo el compañero de siempre. Una vez leí en un diario madrileño una entrevista al Premio Nóbel José Saramago, donde decía ?y con ello titulaban? que él seguía siendo comunista, porque no veía ninguna razón para no seguir siéndolo. Desde entonces adopté esa frase como mi lema. Cada vez estoy más convencido de que lo que fracasó con el llamado ?socialismo real? no fue la doctrina, sino un modelo falso de supuesta aplicación de esos principios, de los cuales se hizo el más grotesco y fraudulento uso, hasta convertirlos en mala parodia de lo que realmente son. ¿No te parece que el mismo hecho de haber tenido que ponerle al socialismo un apellido era ya una señal de su adulteración y de su falseamiento? Pero nadie podrá negar que la doctrina marxista, y el socialismo como su realización práctica, han sido y siguen siendo la idea más hermosa para la construcción de una sociedad nueva, donde imperen la justicia, la paz y la libertad intrínsecas a la condición humana. Por ello, una sociedad donde no haya paz, justicia o libertad, aunque haya muchas otras cosas buenas, no podrá llamarse socialista. Claro que se trata de una utopía, pero ¿quién puede asegurar que la utopía es, por esencia, irrealizable? Hasta ahora lo ha sido, mas eso no autoriza a creer que lo seguirá siendo siempre. Por supuesto que el Marxismo, como doctrina y como método, tiene que autorrevisarse, a la luz de los acontecimientos mundiales de los últimos tiempos, autorrevisión constante y revitalizadora que ya está prevista en el fundamento dialéctico de la propia teoría marxista.
En el caso de la Revolución Cubana, tú sabes que siempre he sido muy crítico ante ciertas realidades que no puedo entender, pero lo he sido con la convicción de que los errores cometidos, las fallas y los vicios subsistentes, productos muchas veces de las difíciles condiciones y circunstancias en que ustedes han venido construyendo una nueva sociedad, dejan a salvo los principios por los cuales se lucha. Y no tengo ninguna reserva en afirmar que, aun con esos errores, vicios y fallas, en el específico orden social el balance de la Revolución para el pueblo cubano ha sido positivo.
En lo que atañe a Venezuela, las cosas vistas desde afuera ?aunque se trate de un país tan cercano por la geografía, por la historia y por la cultura, como Cuba? son muy distintas de como se ven y se sufren desde dentro. En 1998 el pueblo venezolano, con una mayoría abrumadora de votos, eligió presidente a Hugo Chávez, tras la ávida necesidad de un nuevo gobierno que sacara al país de la grave crisis a donde lo habían llevado los malos gobernantes de Acción Democrática y el Partido Social Cristiano COPEI. Un país donde la corrupción había llegado a cotas escandalosas, y se buscaban las posiciones de poder, en cualquiera de sus ramas, sólo con el propósito de hacerse millonarios en pocos años, como en efecto ocurrió muchísimas veces. Un país donde la justicia era tarifada al mejor postor. Donde los hospitales públicos estaban permanentemente desprovistos de los más elementales insumos, pero no siempre porque el Gobierno no los dotara de lo necesario, tal como en efecto ocurría, sino también porque cuando, esporádicamente, los dotaban, eran saqueados por sus propios médicos y enfermeras, para llevar o vender esos insumos a clínicas privadas. Un país cuyas clínicas privadas eran verdaderas cuevas de Alí Babá, donde a los pacientes y sus familiares los hacían víctimas de una vil expoliación, y la salud se había convertido en el más innoble objeto de comercio y especulación. Donde la educación había llegado a límites inauditos de postración, que era, como de la de su tiempo dijo Cecilio Acosta ?tan grato a Martí?, ?un cadáver que sólo se mueve por sus andas?, con las escuelas cayéndose a pedazos, los maestros pagados ?es un decir? con sueldos de hambre y una enseñanza a espaldas de la realidad del país y del mundo, y, lo que es peor, mirando hacia el pasado e ignorando el presente y el porvenir. Un país donde la delincuencia crecía geométricamente, mientras los servicios de seguridad lo hacían aritméticamente, con policías cuyos sueldos miserables los llevaban a ellos mismos a la delincuencia. Donde las calles de las grandes ciudades eran eficaces escuelas del delito para miles de niños abandonados, víctimas tempranas de la droga, el hambre, la desnudez, la prostitución precoz y la delincuencia infantil y juvenil. Donde las Fuerzas Armadas eran un verdadero antro de corrupción, como cada día se denunciaba en la prensa y en programas de radio y TV. Un país, en fin, en un rápido proceso de disolución.
No es cierto, sin embargo, que los cuarenta años de democracia imperfecta y frustrante corridos desde el derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, en enero de 1958, hayan sido totalmente un fracaso. Muchas cosas buenas también ocurrieron en ese lapso, de algunas de las cuales tú mismo tienes conocimiento. El esfuerzo que a partir de 1958 se hizo por extender y mejorar los servicios de educación fue admirable. En poquísimo tiempo se duplicó el presupuesto dedicado a la educación, y se incrementó enormemente la matrícula escolar. Se crearon centenares de nuevas escuelas y liceos, y se formaron miles de nuevos maestros y profesores. En 1958 había en todo el país apenas tres universidades oficiales y dos privadas, recién abiertas. En pocos años se sembraron universidades, colegios universitarios e institutos tecnológicos, que hoy forman una vasta red de varias decenas de planteles de educación superior. Se revitalizó el sistema hospitalario. Se construyeron miles de kilómetros de carreteras y autopistas. Se continuó y amplió considerablemente el sistema hidroeléctrico de Guayana. Se construyeron represas. Se inició y adelantó la construcción del Metro de Caracas. En un reportaje publicado en 1998, en el diario El Nacional, el periodista Jesús Sanoja Hernández demostró con cifras irrefutables que, en los primeros diez años de democracia la construcción de obras públicas fue mucho mayor que todo lo construido en los diez años de la dictadura.
Otras realizaciones importantes fueron la nacionalización del petróleo y del hierro; la creación del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), antecesor del actual Consejo Nacional de la Cultura (CONAC); la creación de Monte Ávila Editores, de la Fundación Biblioteca Ayacucho, de la Fundación Casa de Bello, de la Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG); la creación del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Imber, de la Galería de Arte Nacional, del Museo Jacobo Borges y de muchos otros museos en Caracas y en diversas ciudades del interior; la institución del Premio Internacional de Novela ?Rómulo Gallegos? y del Premio Internacional de Poesía ?J. A. Pérez Bonalde?, este último de carácter privado, pero con aporte financiero del Estado; la creación de las orquestas juveniles desparramadas por todo el territorio nacional; de la Fundación Biblioteca Nacional, que abrió bibliotecas en todos los rincones del país; el fortalecimiento de los museos y de las orquestas que ya existían antes de 1958; en fin, sería interminable la enumeración de todo lo positivo que se hizo, en diversos órdenes de la vida, a partir de 1958.
Sin embargo, para 1998, como es natural, lo más notorio y que más golpeaba a los venezolanos de las clases media y popular, e incluso a muchos sectores de las altas, eran la corrupción de los gobernantes, la especulación mercantilista con los bienes de uso y de consumo y con la salud y otros servicios vitales, el desorden económico y el aumento constante de la inflación, la devaluación brutal de la moneda, el pésimo funcionamiento de los servicios públicos y privados, el derrumbe de la educación y del sistema hospitalario, el hampa desatada que parecía incontenible? Todo ello trajo el absoluto desprestigio y la quiebra de los partidos políticos, causantes de ese catastrófico fracaso de la democracia en aspectos fundamentales de la vida venezolana. Y a eso es que el pueblo venezolano quería ponerle fin, confiando en aquel hombre joven, pugnaz, vigoroso, carismático, locuaz, que se ofrecía como candidato a la presidencia. No importaron a los electores ni su pasado golpista, ni ciertos rasgos de su carácter que, seguramente en otras circunstancias hubiesen alertado acerca de los riesgos que se corrían con un gobernante como él, que a esos rasgos de conducta agregaba su total inexperiencia en las funciones de gobierno. Su agresividad, los signos de intolerancia ante los contrarios, síntomas así mismo vehementes de autoritarismo, de egolatría y de narcisismo, muestras palpables de inmadurez, nada de eso fue óbice para que el pueblo, con un inusitado entusiasmo, como hacía mucho tiempo no se veía, le diese su confianza y pusiese en sus manos el futuro del país. Mucha gente tenía la convicción, yo entre ellos, de que aquella agresividad e intolerancia eran propias de una campaña electoral, pero que ante la realidad del poder el joven líder iría aprendiendo y apoyando los pies sobre la tierra. Lo importante era que traía un pensamiento nuevo, algo incoherente en sus ideas, pero con una apariencia bastante confiable de sinceridad, patriotismo y honestidad.
Te confieso que, aun cuando lo veía así, siempre tuve cierta desconfianza de Chávez, hasta el punto de que no voté por él. Y te advierto que no tengo ninguna razón personal para rechazarlo. Todo lo contrario, mas bien hay factores que me acercan a él y mueven a su favor mi simpatía. En primer lugar, somos del mismo pueblo, ya que también nací en Sabaneta, aunque él es mucho menor, pues tiene la misma edad de mi hijo mayor, lo cual es también motivo para tenerle afecto. Además, mi madre, que fue maestra de escuela en Sabaneta, fue quien le enseñó las primeras letras a la abuela de Chávez, Rosinés, a quien él ha hecho famosa por nombrarla con frecuencia. Su abuela fue quien lo crió, y, según me lo dijo él mismo una vez, lo enseñó a leer y escribir. En la ocasión en que me lo dijo sonrió muy complacido cuando yo le contesté: ?Ella te enseñó a tí lo que mi madre le enseñó a ella?.
La misma noche del día de las elecciones, ya conocido su triunfo, frente al Ateneo de Caracas pronunció un discurso que afirmó la confianza que habían puesto en él la inmensa mayoría de los votantes. Fue un discurso unitario, alentador, tolerante, auspicioso, que hizo pensar en que la agresividad mostrada en la campaña electoral no había sido, efectivamente, sino una táctica para electrizar al pueblo a su favor, y que ahora empezaba el estadista, que, sin desertar de su pensamiento progresista y avanzado, inauguraría desde el gobierno una política destinada a lograr el imprescindible respaldo del pueblo, y de al menos parte de las llamadas ?fuerzas vivas? ?la burguesía nacional no reaccionaria?, para un vasto plan de reforma del Estado, por el que se venía clamando hacía tiempo, y de corrección de las injusticias sociales que agobiaban sobre todo a la gente de menos recursos.
Pero la ilusión duró muy poco. Inesperadamente, en los primeros días en el ejercicio del poder el discurso cambió radicalmente, y se fue haciendo aún más agresivo que en la campaña electoral. Al mismo tiempo, en lugar de preparar, con el debido asesoramiento, un plan orgánico de reformas políticas y sociales, dentro del marco por él concebido de antemano de convocar una Constituyente, que nos dotase de una nueva constitución donde se plasmase la reforma del Estado, optó por la idea de una revolución, a la cual puso el cognomento de bolivariana. Parece que rebrotó en su espíritu el antiguo golpista, que había fracasado en el intento de derrocar el gobierno de entonces por la vía armada, seguramente con una visión revolucionaria que en aquel momento fue ciega para no ver la inviabilidad de ese movimiento en las circunstancias en que se produjo, y que ahora volvía a ser ciega para no darse cuenta de que tampoco en esta nueva coyuntura había condiciones para iniciar una verdadera revolución en nuestro país. Pero sí las había para un plan de reformas importantes, sustanciales, que, sin pretender cambiar el sistema político-social capitalista, modificasen a fondo algunas instituciones y atendiesen eficazmente a la población, sobre todo la más pobre, en aspectos esenciales como la salud, la educación y el trabajo. Para ello, como es obvio, era indispensable ganarse el apoyo de amplios sectores de la población, en especial la clase media y una parte importante del empresariado, particularmente entre los pequeños y medianos productores, muchos de los cuales eran, y son, grupos e individualidades progresistas, miembros de una burguesía y una pequeña burguesía nacional que no teme a las reformas sociales, y hasta estaría dispuesta a colaborar con ellas.
Pero Chávez se enguerrilló en lo que creía una revolución de verdad y viable, y en vez de atraerse el respaldo de aquellos sectores, se los fue enajenando, por su discurso cada vez más agresivo, arrogante y excluyente en contra de una supuesta oligarquía que se oponía a sus designios revolucionarios. Desde luego, en la medida en que esa actitud fue tomando cuerpo, sectores y personalidades que lo habían apoyado se le fueron desertando. Al mismo tiempo fueron surgiendo las críticas y discrepancias a través de los medios de comunicacón, ante lo cual Chávez, en lugar de comprender la realidad y acercarse a esos medios en busca también de su respaldo, o al menos de su comprensión y neutralización, comenzó a agredirlos e insultarlos, tanto en sus entes institucionales, como en las personas de los dueños de los medios y en las de los periodistas que trabajaban en ellos.
Que el respaldo de importantes sectores empresariales a un plan audaz y realista de reformas sociales y económicas era posible lo demuestran los hechos. ¿Sabes tú que actualmente un expresidente de FEDECÁMARAS, el organismo gremial de los empresarios, que ejerció su presidencia no hace mucho tiempo, es ministro en el gabinete de Chávez? Y es lógico pensar que no sería el único dispuesto a colaborar con su gobierno.
El caso de los medios de comunicación es de una gran elocuencia. Nadie niega que los dueños de los grandes diarios y de las plantas de televisión son gente rica, de la oligarquía económica, como es natural. Sin embargo, durante la campaña electoral de Chávez por la presidencia todos los medios fueron bastante receptivos y tolerantes con su candidatura, y varios de ellos no disimularon la simpatía que les provocaba y hasta lo apoyaron, no obstante aquella agresividad de que antes hablé. El más cercano a él fue el diario El Nacional, hasta el punto de que el primer ministro de su gabinete que nombró fue Alfredo Peña, hombre vinculado a ese periódico y a sus propietarios, la familia Otero, lo mismo que al Canal 4 de TV, de los Cisneros. Igualmente designó directora de la Oficina Central de Información (OCI), con rango de ministra, a Carmen Ramia, la esposa de Miguel Henrique Otero, director y uno de los dueños de El Nacional. Incluso el diario El Universal, al que siempre se ha tenido como conservador, mantuvo durante la campaña electoral y en las primeras semanas del gobierno de Chávez una actitud por lo menos neutral. Pero, como es natural, porque para eso están, cuando reanudó, ya desde el gobierno, el lenguaje agresivo y el comportamiento intolerante y excluyente, comenzaron las críticas desde los medios de comunicación, a las cuales Chávez respondió cada vez más agresivamente y en forma desproporcionada, recurriendo incluso a la injuria personal contra dueños y directivos de los medios, y hasta contra simples periodistas que en ellos trabajan, apelando, además, a la vulgaridad, la chabacanería y el lenguaje escatológico, nada cónsono con la dignidad de un jefe de Estado y de Gobierno. Al mismo tiempo el lenguaje de los medios se fue también agriando hasta límites inauditos, y hoy nos hallamos ante un diario y lamentable torneo de insolencias, de insultos y de procacidad, que hacen irrespirable la atmósfera en que vivimos. Justo es pensar, no obstante, que los periodistas son seres humanos, que tienen, como todo el mundo, emociones, sentimientos y pasiones, y que por más que sea el esfuerzo que hagan por lograr la tan cacareada objetividad, no pueden despojarse totalmente de un mínimo de subjetividad cuando ejercen su oficio. Lo mismo, por supuesto, puede decirse de quienes ejercen las altas funciones en todos los poderes públicos, con la diferencia de que, por razones obvias, la posición de estos es de mucho mayor responsabilidad, y que su comportamiento, sin dejar de ser enérgico, tiene que ser ejemplar y ejemplarizante, aun cuando se trate de responder a los ataques de la oposición, incluso cuando esta pueda catalogarse de injusta.
Desde luego que la oligarquía venezolana existe, como en todo país capitalista, y es natural que defienda sus intereses. Así como es natural también que un gobierno popular, que se debe primordialmente al pueblo y a los altos intereses nacionales, ejerza los controles necesarios para que los grandes capitalistas no disfruten de odiosos privilegios, en detrimento de la población de menos recursos. Pero esos controles deben ejercerse con sindéresis, con una equilibrada firmeza y estricto apego al Estado de Derecho, y no en forma desafiante y altanera, que es como lo ha hecho el gobierno de Chávez. Desde el primer momento, ya durante la campaña electoral y luego en su acción de gobierno, Chávez ha estimulado de manera vehemente, ni siquiera una lucha de clases, sino un odio de clases. Y de una manera torpe ha pretendido identificar con esa oligarquía incluso a la clase media, a la pequeña y mediana burguesía, a la cual ha golpeado inmisericordemente, no obstante que en forma mayoritaria votó por él, pero cuyo respaldo perdió de manera abrumadora, por su política arbitraria, por la agresividad de su discurso, por la inmensa corrupción que ha propiciado, por la total ineficacia administrativa de su gobierno, por su autoritarismo y su arrogancia, por el desbarajuste a que nos han conducido sus políticas económicas, por su total ineptitud como gobernante.
Fue precisamente esa actitud arrogante y agresiva de Chávez lo que condujo, o al menos fue el pretexto para lo que él ha calificado de conspiración de la oligarquía. Los famosos decretos-leyes dictados por el Poder Ejecutivo al amparo de la llamada Ley Habilitante, contienen importantes medidas de reforma jurídica y social, destinadas a mejorar las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría de la población, pero no constituyen instrumentos verdaderamente revolucionarias, ni afectan profundamente los intereses de las clases poderosas. Éstas, sin embargo, han tenido frente a esas leyes una actitud irracional, desproporcionada y reaccionaria, que en gran medida ha sido fomentada por el propio Chávez, quien en lugar de procurar una actitud de comprensión y de cooperación ante medidas de elemental justicia social, ha jugado la carta de la agresividad y de la amenaza, haciendo ver que los cambios propuestos iban mucho más allá de meras reformas. Un caso emblemático es el de la llamada ley de tierras. Durante meses Chávez mantuvo una constante amenaza sobre una supuesta ley de tierras que afectaría radicalmente los intereses de la oligarquía. Cada semana, en sus verborreicos e indigeribles programas de radio y TV, amenazaba con esa ley que estaba en camino, hasta convertirla en un verdadero fantasma, en un satánico instrumento revolucionario de supuesto corte comunista. De suerte que mucha gente, que incluso no leyó nunca dicha ley, ni como proyecto ni como normativa ya promulgada, empezó a combatirla como un engendro del demonio. Todas estas leyes, además, no obstante ser en lo esencial positivas, tienen fallas y errores de técnica legislativa, que deben revisarse con la cabeza fría y corregirse en lo que sea necesario, incluso para mejorarlas. Pero el Gobierno se ha encerrado en una posición irreductible, negándose a aceptar todo intento de revisión, haciendo de ello un punto de honor por definición incompatible con la función de gobierno.
¿A qué nos ha conducido todo esto? A una profunda crisis, que, ciertamente, no es producto directo de la gestión gubernamental de Chávez, puesto que, como ya dije antes, venía de muy atrás, pero que la torpeza y la ineptitud del actual gobierno ha agravado al máximo, produciendo una situación de peligrosa ingobernabilidad. Ante ello, se ha venido agrupando y fortaleciendo una oposición que, como me escribiera recientemente un común amigo uruguayo residente en Suecia, no se entiende muy bien desde afuera, porque es una oposición que va de la extrema derecha a la extrema izquierda. Agreguemos que mayoritariamente es una oposición por definición no política, de gente que nunca se habían interesado por las cuestiones políticas, en especial gente de clase media, cuya única aspiración es vivir y trabajar en paz, y que ahora comprenden que su pasividad ante los factores de poder es irresponsable y funesta, y que deben corregir lo que fue su comportamiento predominante en el pasado, lo que las hace cómplices por omisión de lo que en ese pasado condujo a la situación caótica en que nos hallamos ahora. ¿Cuáles son los síntomas concretos de tal situación? Veamos.
En primer lugar, la corrupción se ha agigantado, dejando atrás los escandalosos hechos del pasado aún reciente. Desde las más altas esferas oficiales, en las funciones ejecutivas, legislativas, judiciales y de control de las funciones públicas y privadas y en el estamento militar, hasta las más modestas filas de la administración estatal, campea la corrupción de los funcionarios. Con el más insolente descaro, empleados de diversas jerarquías, diputados nacionales y regionales, funcionarios de todos los poderes del Estado, militares en servicio, a quienes antes conocimos como seres modestos, de escasos recursos, exhiben hoy con ofensiva impudicia sus riquezas mal habidas, notorias en vestimentas costosas, automóviles de lujo, viviendas de precios y costos de mantenimiento muy elevados, viajes turísticos y francachelas orgiásticas, verdaderos aquelarres de despilfarro y corrupción.
El mismo presidente de la República, de aquel muchacho humilde, notoriamente de modestos haberes, cuyo comportamiento reflejaba su proveniencia de sectores pobres y desamparados de la población semi campesina, una vez en el poder ha venido sufriendo una grotesca transformación, en un ser arrogante, ostentoso en el vestir y en las costumbres, amante de los lujos, con una maniática obsesión por los viajes, todos muy costosos y la mayoría innecesarios, en los cuales, además, se hace acompañar por comitivas exorbitantes, e incluso por familiares y amigos suyos y de otros de sus afectos. Mucho se le criticó la compra de un avión presidencial, cuyas características lujosas van mucho más allá de las necesidades reales de un jefe de Estado, pagado a un precio exorbitante, que ronda los setenta millones (70.000.000,00) de dólares, en un país que, no obstante su riqueza petrolera, exhibe graves penurias económicas y sociales, con densas capas de la población hundidas en la miseria, el hambre, la desnudez, la ignorancia y la falta de vivienda y de trabajo. A esas críticas el presidente no hizo el menor caso, y mas bien las convirtió en motivo de befa y escarnio público.
A ello se agrega el agravamiento igualmente desmesurado de los problemas sociales. La pobreza se ha ido extendiendo como un cáncer que pareciera irreversible. El desempleo ha aumentado en proporciones francamente patológicas para cualquier sociedad moderna. Miles de empresas grandes, medianas y pequeñas han quebrado, evidenciando igualmente una economía enferma de cuidado. Los llamados niños de la calle, a los que el presidente prefirió llamar niños de la patria, infantes abandonados que deambulan por las grandes ciudades, víctimas del hambre, las drogas, la desnudez, la ignorancia, la prostitución y la delincuencia precoces, desafían cada día la perorata presidencial, que se comprometió a erradicar tan terrible mal en el plazo de un año, prometiendo solemnemente que si no lo hacía dejaría de llamarse como se llamaba, y hoy la terrible lacra se ve notoriamente incrementada en proporciones escandalosas, no obstante lo cual el presidente se sigue llamando Hugo Rafael Chávez Frías.
La educación continúa siendo uno de los servicios más desasistidos, y los supuestos avances en ese campo es una de las grandes y descaradas mentiras del gobierno, pues a la vista de todos están los destartalados edificios escolares, con centenares de planteles que funcionan en viejas casas construidas inicialmente para viviendas, hoy en el máximo grado de deterioro, y el contenido y los métodos de enseñanza siguen siendo atrasados, y en algunos casos francamente primitivos. Los maestros, por su parte, pese a los aumentos de salario recibidos, son todavía los profesionales peor pagados, por lo que continuamente realizan paros y huelgas en demanda de sus reivindicaciones salariales y por mejores condiciones de vida y de trabajo. Algo semejante ocurre con la red de hospitales, muchos de los cuales han llegado a un estado deplorable, sin los más básicos insumos para la asistencia de los pacientes, los cuales, no obstante que la mayoría son personas de una pobreza crítica, tienen que pagar de su precario o inexistente peculio materiales tan elementales como inyectadoras, gasa, algodón, medicinas, etc.
A todo ello se agrega la represión y la violencia brutal, desatada en las calles contra quienes se oponen al gobierno. Inicialmente esta represión era realizada mediante grupos de civiles armados, organizados, dirigidos, financiados y azuzados de manera sistemática y descarada por organismos gubernamentales y por el propio presidente, que arremetían contra las manifestaciones pacíficas y desarmadas de la oposición. Pero en los últimos meses, a esas brigadas civiles, verdaderas fuerzas de choque, se han unido las fuerzas armadas y policiales, especialmente la guardia nacional, lanzadas despiadadamente contra manifestantes pacíficos y desarmados, habiendo causado hasta el presente varias decenas de muertos y heridos en las calles de Caracas y de otras importantes ciudades.
El caso de los medios de comunicación continúa siendo uno de los más graves. La violencia verbal propiciada desde las más altas esferas gubernamentales, respondida también con violencia verbal del lado de los medios, mantiene un clima de zozobra y de alta tensión, que ha venido generando graves daños en la salud mental de los venezolanos. En este punto es necesario aclarar ciertas cosas. Es verdad que hasta el presente el gobierno ha mantenido un amplio margen de libertad de expresión, como nunca se había conocido en el país en toda su historia. A los agravios y las injurias emitidas contra los medios, sus propietarios y trabajadores, y en general contra los grupos e individualidades de oposición, se ha respondido con virulencia, en un lenguaje que emula al del presidente y otros altos funcionarios, en un torneo de insultos y de procacidades hasta ahora desconocido en Venezuela. Nunca un presidente, ni siquiera los dictadores del pasado, habían sido objeto de denuestos tan ofensivos y agraviantes como Hugo Chávez. Ello, que, como te dije, es la reacción, lamentable pero comprensible, ante el discurso destemplado y procaz del presidente, se esgrime a menudo en favor del Gobierno, señalándolo como evidencia de un comportamiento democrático por parte de este. Sin embargo, el ejercicio de esa libertad de expresión se realiza en medio de un clima de amenazas reales y concretas, en contra incluso de la integridad física de los periodistas que laboran en los medios. Las pobladas a las puertas de los medios, de insólita agresividad verbal y física, se han realizado numerosas veces. Las amenazas anónimas por teléfono y otros medios privados de comunicación, no sólo contra periodistas y propietarios, sino también contra sus familiares, se producen constantemente. Son numerosas las agresiones físicas contra periodistas en la realización de su trabajo. De tal modo que el ejercicio de esa libertad de expresión, en semejantes condiciones, se ha tornado en algo verdaderamente heroico. Además, ¿de qué vale la más plena libertad de expresión, si la opinión adversa que se emite al amparo de ella es absolutamente ignorada por el gobierno, y hasta con frecuencia es motivo de burlas y escarnio públicos? La libertad de expresión no puede quedarse sólo en el hecho de que quien lo desee emita las opiniones que quiera; es también necesario, para que esa libertad sea realmente tal, que los pareceres que se emitan sean escuchados y atendidos en las esferas gubernamentales, y se rectifiquen o corrijan aquellas situaciones que la opinión pública rechace razonablemente.
Todo ese comportamiento del Gobierno ha traído consecuencias funestas. Como evidencia de que la gestión de gobierno de Chávez ha estado cada vez más alejada del proyecto original que ofreció como candidato, y que motivó el entusiasta apoyo de millones de venezolanos, está el hecho de cómo muchos de sus seguidores más conspicuos lo han abandonado. Y lo han hecho, no sólo personalidades, algunas de mucha prestancia y significación nacional e internacional, que, sin pertenecer a su entorno, vieron en su candidatura una esperanza de renovación del país y de salida de la postración en que se encontraba, sino también sus entrañables camaradas en el movimiento que culminó en el golpe militar del 4 de febrero de 1992, los juramentados en el Samán de Güere, compañeros de armas y de ideales, que en más de una ocasión han denunciado el alejamiento del presidente Chávez de los ideales que los reunió en aquella oportunidad, a los cuales ha traicionado al convertirse en un gobernante personalista, despótico, autoritario, propiciador de la corrupción y diáfanamente antipatriótico y antidemocrático. A la deserción de esos compañeros ha seguido la pérdida de apoyo popular, pues una gran parte de quienes votaron por él en las dos ocasiones en que fue candidato, hoy no disimulan su arrepentimiento, y se evidencia en las numerosas encuestas que coinciden en que la popularidad del presidente ha ido y va disminuyendo sensiblemente, hasta convertirse el caudal de votos que obtuvo en ambas elecciones en una minoría.
Es así como se ha ido formando un enorme frente de oposición al Gobierno, que significativamente abarca de la extrema derecha a la extrema izquierda. Por supuesto, en ese gran frente cada quien actúa en defensa de lo suyo, de intereses y convicciones que no todos comparten, puesto que entre los opositores hay grupos e individualidades radicalmente opuestos entre sí, sólo unidos en este caso ante un enemigo común. Es lo que yo he llamado en otras ocasiones una alianza promiscua, cuya existencia sólo es posible por la necesidad común de sacar a Chávez de la presidencia, para que no siga haciendo graves daños al país. Entre tanta gente distinta hay de todo: no puede negarse que coexisten allí sectores golpistas, dispuestos a sacar a Chávez por la violencia armada, y gente de signo contrario, que están en contra de un golpe de estado, y propician una cualquiera de las salidas constitucionales y democráticas que prevé nuestro ordenamiento jurídico. Estos últimos somos mayoría abrumadora, esa mayoría consciente y serena que se ubica entre los dos extremos, que no quiere nada con el pasado, pero tampoco está dispuesta a aceptar un gobierno corrupto, despótico y autoritario en nombre de una supuesta ?revolución bolivariana?, que no existe sino en la mente afiebrada del chavismo más recalcitrante, porque entre los mismos partidarios de Chávez abundan los que no creen en la fementida revolución, pero piensan que aún no es el momento de dar un paso al frente para denunciar la gran falacia, como sí lo han hecho otros.
En lo que a mí atañe, quienes me conocen desde hace tiempo ?y tú estás entre ellos? saben que nada me identifica con FEDECÁMARAS, que ha sido una institución funesta en la historia contemporánea de Venezuela, y que incluso la he combatido muchas veces desde mi débil trinchera de escritor y periodista. Tampoco con la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), muchos de cuyos actuales dirigentes son también cómplices de la corrupción y del desastre a que los gobiernos pasados condujeron al país, lo que hizo posible la insurgencia triunfal de Chávez en las elecciones de 1998. Mi caso es el de miles de personas y de grupos que forman parte de ese inmenso frente opositor que hoy pugna por salir de Chávez. Entre esos miles de venezolanos hay muchos conocidos tuyos, compañeros de ruta de los verdaderos revolucionarios, donde quiera que estos estén. Gente que, incluso desde posiciones medias y bajas de gobierno, y aun con las reservas que a muchos de ellos les inspira la Revolución Cubana, tuvieron siempre una disposición favorable a mantener entre Venezuela y la Cuba revolucionaria excelentes relaciones de fraternidad y cooperación en diversos aspectos, especialmente en el campo de la cultura en que tú y yo siempre nos hemos movido, actitud natural dada la cercanía geográfica y la hermandad histórica que existe y existirá indefinidamente entre los pueblos venezolano y cubano. Tú sabes a quiénes me refiero.
Una alianza promiscua como esta fue lo que hizo posible, en 1958, derrocar la dictadura de Pérez Jiménez. Y en esta ocasión, lo mismo que en aquella, una vez logrado el objetivo de forzar la salida de Chávez la alianza se disolverá, se deslindarán los campos ideológicos y vendrá una nueva etapa en la cual habrá un elemento novedoso, sumamente importante, como es el pueblo en la calle, sin miedo y decidido a no permitir que se repita el pasado, pero tampoco que se consolide este horrible presente. Y a propósito, ¿sabes que Chávez, primero como candidato, y después ya investido del cargo de presidente, ha expresado más de una vez, públicamente, su entusiasta simpatía hacia el vesánico y corrupto tiranuelo que fue Marcos Pérez Jiménez, y que incluso quiso invitarlo a la toma de posesión de la presidencia, lo que no hizo porque se lo impidieron algunos de sus más cercanos colaboradores?
Uno de los más graves errores de Chávez y sus adláteres, verdadera deformación intencional de la realidad, es calificar de oligarcas, golpistas, fascistas y traidores a la patria a toda la oposición, indiscriminadamente, haciendo de ella un totum revolutum, movido por los más bajos intereses. ¿Cómo puede ser oligarca una enorme masa de más de un millón de personas, como es la que periódicamente ha venido marchando o concentrándose pacíficamente en las calles de Caracas y otras ciudades de todo el interior del país, reclamando la salida de Chávez y la instauración de una verdadera democracia participativa? La misma enorme cantidad de venezolanos reunidos en esas marchas y concentraciones, y su heterogeneidad étnica, de clases y de nivel cultural, desmiente ese calificativo de oligarcas que se le ha pretendido dar. ¿Cómo puede ser golpista esa enorme masa de ciudadanos que sólo piden, pacíficamente y sin armas, una solución electoral a la grave crisis de ingobernabilidad que vivimos, dentro de las normas constitucionales y por medio del instrumento supremo de la democracia, como es el voto popular?
Siempre he dicho que el problema que representa Chávez no es ideológico. Él no es realmente un revolucionario ni un demócrata, y mucho menos un líder de ideología izquierdista, marxista, socialista o comunista, como la derecha ha pretendido hacer ver, y como se lo han creído muchos de ese sector mayoritario de la oposición.
El problema de Chávez no es, pues, ideológico, sino simplemente de incapacidad para las delicadas funciones de gobierno. Hay en él una evidente inmadurez, que hace que no discrimine entre las cuestiones personales y domésticas y los requerimientos de la conducta de un jefe de Estado y de Gobierno. No es tampoco una cuestión de inexperiencia, pues lo común es que se llegue por primera vez a esa alta posición sin experiencia anterior como gobernante. Pero Chávez ha demostrado su incapacidad para adquirir esa experiencia, para aprender en el ejercicio del poder. Cuatro años lleva ya al frente del Gobierno venezolano, y su actuación es cada vez más errática, arbitraria y carente de sentido. Todo lo cual se agrava al máximo por su arrogancia, su narcisismo, su concepto mesiánico del poder, su propensión al despilfarro y la malversación, su tolerancia de la corrupción, su tendencia al soborno y el chantaje como medios para obtener lo que se propone? Un comportamiento que, como es obvio, es lo más alejado de un verdadero líder de una revolución. El propio lenguaje de Chávez en su función de presidente desprestigia la imagen del líder revolucionario. ¿Cómo puede erigirse en modelo de revolucionario un gobernante que, en audiencia oficial y pública, ante los medios de comunicación, califica de ?plastas? a los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia porque dictan una sentencia contraria a sus designios, violando de paso el precepto constitucional de la separación de los poderes del Estado y el mutuo respeto que es obligatorio entre ellos? ¿Un sujeto que tiene la avilantez de instruir públicamente a sus subalternos militares y civiles a que desacaten las decisiones judiciales cuando contravengan sus pareceres? ¿Un individuo que, en presencia de todo el cuerpo diplomático acreditado en el país, califica de ?tumor maligno? a los más altos jerarcas de la Iglesia Católica, con quienes personalmente siempre he tenido profundas reservas y disensiones, pero que merecen respeto y consideración, máxime del jefe del Estado y del Gobierno? ¿Un personaje que es capaz de irrespetar y de humillar públicamente y ante los medios de comunicación a su propia esposa, aludiendo groseramente a sus relaciones íntimas? ¿Un señor que, utilizando una expresión eufemística, pero torpe y chabacana, pide a los propietarios de empresas periodísticas que enrollen sus periódicos y se los metan por el trasero? ¿Cómo puede ser revolucionario un gobernante que se niega a un referendo consultivo, para conocer la opinión del pueblo sobre su permanencia o no al frente del Gobierno, aduciendo argumentos baladíes e impedimentos constitucionales inexistentes? ¿Cómo puede ser eso paradigma de un líder revolucionario? Todo lo contrario, si algo ha logrado Chávez en su función de gobierno es desprestigiar los conceptos de revolución, izquierdismo, Marxismo, socialismo y comunismo, con lo cual ha hecho un grave daño al proceso revolucionario que está siempre latente en nuestros países del Tercer Mundo, donde aún imperan, como nunca, las injusticias sociales. Hoy es evidente y notorio en Venezuela un repunte vigoroso de la derecha reaccionaria, que ha hecho mella sobre todo entre la gente joven, que de buena fe repudia todo proceso revolucionario, pensando que la revolución es lo que representa Chávez, cuando eso es absolutamente falso.
A este respecto te llamo a reflexionar sobre algo que me parece de una enorme gravedad. El pueblo venezolano ha sido tradicionalmente anti-comunista, y consecuencialmente antifidelista y contrario a la Revolución Cubana. Sin embargo, nunca ese sentimiento se había manifestado en forma beligerante, pues mas bien se veía atenuado por un profundo sentimiento de tolerancia muy arraigado en el pueblo venezolano. Pues bien, por primera vez en nuestro país se ha puesto en evidencia, incluso de manera violenta, ese sentimiento de repudio, como reacción a la forma como Chávez ha manejado las relaciones bilaterales con Cuba, confundiendo su relación personal de amistad y familiaridad con Fidel Castro con los parámetros que oficialmente deben fijar las relaciones internacionales del Gobierno con todos los países del mundo. En este punto ratifico lo que antes te dije. Venezuela puede y debe mantener con Cuba las más fraternales relaciones y debe haber entre ellas la más fructífera cooperación mutua. A ello nos obligan la cercanía geográfica y la hermandad histórica y cultural. Pero esas relaciones deben ser independientes de la simpatía personal y camaradería que pueda existir entre sus gobernantes, que deben expresarse en la esfera privada, y no de una manera que, inevitablemente, se vea como un desafío al gobierno estadounidense, ante el cual, igualmente, es preciso mantener una celosa actitud de independencia y de soberanía, sin apaciguamientos, pero también sin estridencias ni provocaciones. Creo que la política internacional del presidente Chávez, basada en el derecho soberano a tener relaciones con todos los países del mundo, con independencia del signo ideológico de sus gobiernos, ha sido correcta en el fondo, pero imprudente en la forma. Los supremos intereses de la Nación venezolana obligan a que sus relaciones internacionales se enmarquen en la prudencia y el tacto, sin hacer negación en lo más mínimo de su firmeza e independencia. La actitud de desafío infantilista y ostentoso a los Estados Unidos, o a cualquier otro país con el que se tenga diferencias, es nociva a los intereses del país, y está muy lejos de configurar una política genuinamente revolucionaria y antiimperialista.
Con esto termino. Te ruego excusar lo extenso de esta carta, pero no podía dejar de decirte todo cuanto en ella te digo. Quiero que sepas, además, que aun cuando va a tu nombre, en realidad va dirigida a muchos otros amigos cubanos, compañeros de ideales y en el mundo maravilloso de la labor y la creación intelectual. Ojalá pudieras publicarla, o al menos hacerla conocer de todos ellos. Pero, además, va dirigida también, a través de ti, a muchos amigos y compañeros de otros países, igualmente identificados con las mejores causas de la humanidad, pero cuya información sobre lo que ocurre actualmente en Venezuela es parcializada, incompleta y en muchos aspectos adulterada. Siento, al mismo tiempo, que, aun cuando sólo mi firma avala cuanto aquí queda dicho, lo digo en nombre de muchos otros compañeros venezolanos que sienten y piensan en términos parecidos, y entre los cuales se cuentan buenos amigos tuyos.
Recibe, junto con Adelaida, hijas y nietos, un gran abrazo de Año Nuevo mío y de Mercedes, con nuestros mejores deseos de todo lo bueno para tí y los tuyos, para todo el pueblo cubano y para la humanidad entera, en el año que comienza, y en los muchos que vendrán después.
Tu afectísimo amigo y compañero,
Alexis Márquez Rodríguez