Asunto: El Reencuentro - por Robert Alonso G12
De: "Robert Alonso" robertalonso1996@hotmail.com Fecha: Sab, 19 de Abril de 2003, 2:40 pm Para:
EL REENCUENTRO
Allá, al final de la cuadra repleta de casas apuntaladas con troncos roídos por el comején, estaba la casa de mis tíos en la ciudad cubana de Camagüey. Queda en una urbanización muy similar al Paraíso en Caracas, pero que parecía haber sobrevivido a un ataque nuclear. Una vez fue una zona de “gente bien”, como lo fueron mis tíos. En algún lugar del tiempo hubo un bello jardín a la entrada de una casa cuadrada, muy al estilo “perezjimenista”, con ventanas de macuto y todo. Como en Cuba hay mucha plaga de mosquitos, lo único nuevo que pude notar mientras entraba hacia la puerta, eran los mosquiteros.
En Cuba no hay “apagones”, sino “alumbrones”. En los hoteles de lujo jamás se va la luz, porque Fidel les pone plantas eléctricas como en el Centro Comercial Sambil de Caracas, y ellos generan su propia electricidad. Cuando llegué a casa de mis tíos me di cuenta que había un “alumbrón” porque en el cuarto que da a la derecha noté que un antiquísimo aparato de aire acondicionado estaba funcionando, pateando y haciendo más ruido que un Caterpilar. Los malditos yanquis hacen aires acondicionados que duran toda una “revolución”. Éste, al menos, tenía más de cuarenta años funcionando, entre “alumbrón” y “alumbrón”.
Toqué la puerta y salió una linda cubanita, chiquita, para el promedio de una familia en donde todos somos grandotes, linda y coqueta como ella sola. Por su corta edad y por intuición, pensé inmediatamente que era Laurita, mi prima más pequeña, la que lleva el nombre de mi fallecida madre. Lo era. Se me quedó mirando un corto instante que me pareció una eternidad y se lanzó en mis brazos. Gritó un par de cosas que hoy no recuerdo y llamó a su madre, Tía Carmelina.
Había llegado el primo “venezolano”... y tenía tres días para sentarse a oír. Ahora hablaríamos de todo y de más. Estaba en un hogar “revolucionario” venido a menos y caído en desgracia, como todos. En Cuba, Fidel implantó la igualdad más absoluta, todos eran pobres, al menos de espíritu lo eran. Incluso los “pinchos” lo son. Como toda regla tiene su excepción, Fidel la confirmaba. Más allá de Fidel no hay nada, incluso Raúl es pobre y tal vez hasta el propio Fidel lo sea. Solo Dios sabe qué hay en el corazón de los hombres.
De política no hablamos hasta la noche del día siguiente, cuando ya los niños estaban durmiendo. La política es algo que los niños no deben oír; menos, aún, cuando se espera alguna crítica al “sistema”: a Fidel. El cubano, como ya he dicho, no es muy dado a hablar de política, mayormente, porque en Cuba no existe la política... o todo es política. No existe una división que marque una frontera. Los niños aprenden a leer con la “C” de Castro, la “F” de Fidel y la “R” de la “Revolución”... es cosa de todos los días, por lo tanto no hay diferencia. En Venezuela uno se acostumbra al dinamismo de la política, en Cuba se vive la inercia de los 40 años que vienen con mucho desgano rodando desde la época de Batista. Batista y el “bloqueo”. De eso habla Fidel, no el cubano. El cubano se levanta para ver cuántos dólares consigue. Esa es Cuba. Los dólares se logran, en muchos casos, vendiendo la dignidad. Muchos “se acomodaron” y reciben dólares de sus familiares en Miami, que para mí pudiera ser tan indigno, tal vez, como “jinetear”. Uno se acostumbra al “qué-me-van-a-dar” y eso es indignamente indigno.
Luego de un par de horas intentando “politizar” aquella reunión familiar, mis primos se abrieron y comenzaron a criticar al régimen, pero en cosas que para mí no tenían importancia. Lo crítico, lo sustantivo, no se critica pues se da por supuesto. El cubano no sabe qué vale la pena criticar. La “Revolución” no es cosa de un día... ni de cinco décadas. El pueblo cubano debería imitar al judío “pentateuco” y hablar de generaciones. Dentro de 40 generaciones más, la “Revolución” proveerá al pueblo cubano con un servicio de luz normal y agua corriente y continua en sus grifos... si es que quitan el “bloqueo”, por supuesto. “Lo malo” es que la “Revolución” no dure – pudieran pensar los “revolucionarios” -- y regrese el capitalismo y con él los gringos de camisas floreadas y billeteras repletas de más dólares. Entonces se materializará aquel pensamiento de un cubano prosaico, cuyo nombre no me viene a la mente en estos momentos, que decía que la “Revolución” cubana pasará a la historia como el período que hubo entre capitalismo y capitalismo. ¡Vaya gracia!
Hurgando con gran esfuerzo en sus mentes “revolucionarias” los llevé a intercambiar preguntas sobre cómo veían el mundo político fuera de Cuba. No era una conversación amena y entusiasta, todo lo contrario. El desgano dibujaba el ambiente. Me hicieron unas cuantas preguntas, por no dejar, en relación a mi criterio sobre tal o más cual sistema. El común denominador era comparar lo malo con lo peor. Fue mi prima, la pequeña, quien disparó una que me puso a la defensiva cuando me preguntó qué pensaba de Augusto Pinochet. Para mí era un tema viejo. Ya lo había tocado en Venezuela con más de un afecto al “fidelismo”. Sabía que la conversación se entubaría entre un dictador malo, Pinochet, y otro muchísimo peor: Castro. Es como si no existiera un término medio u otra vía... otros líderes. No había interés en conversar sobre dirigentes contemporáneos quienes muchos beneficios lograron para sus pueblos, como Luis Muñoz Marín, por ejemplo, creador del Estado Libre Asociado de Puerto Rico (que es aceptado y deseado por más del 97% de los puertorriqueños); un José “Pepe” Figueres Ferrer, que tanto hizo por Costa Rica, y quien por cierto era de tendencias socialistas, abolió el ejército suplantándolo por la policía, hizo su muy particular revolución implantando en el país un eficiente sistema de seguridad social, nacionalizó los bancos y elevó los impuestos a la United Fruit Company --- sin pelearse con los norteamericanos --- enrumbando a su nación hacia el éxito o, sin ir muy lejos, un Rómulo Betancourt, tan criticado estos días, quien sacó adelante a Venezuela en tiempos tan difíciles como los que se vivieron durante la turbulenta década de los sesenta, luego de una prolongada dictadura derechista que sin duda – en términos generales -- atrasó al país y un desastre económico que dejó su populista predecesor, el Vicealmirante Wolfgang Larrazabal.
Mis primos estaban interesados en comparar a Castro con Pinochet, es decir: negro vs. blanco. Comencé dejando bien claro que no aprobaba ninguna dictadura: ni de derecha ni de izquierda. Puse sobre la mesa mi país ideal. Una nación con sólidas instituciones donde los distintos poderes se respeten mutuamente, con un Poder Judicial verdaderamente autónomo, justo y decente. Con un Parlamento representativo que defienda los derechos de las minorías tanto como los de las mayorías, sin corrupción, con justicia social y en donde se respeten todos y cada uno de los derechos fundamentales del hombre. No pude dejar de comentarles, sin embargo, que si me daban a escoger entre una dictadura derechista y una izquierdista --- si el asunto era o negro o blanco --- no dudaría un micro segundo escogiendo la primera. De una dictadura derechista el país tiene la opción de salir relativamente bien parado, como era el caso que a ellos les interesaba: Chile. De las dictaduras izquierdistas (comunistas, por decirlo más claramente) se sale con todas las tablas en la cabeza: Rusia, Polonia, Checoslovaquia, Rumania, Alemania Oriental, etc. No obstante, enfaticé en el hecho de repudiar cualquier tipo de dictadura en donde los ciudadanos pierden sus derechos (incluyendo a las dictaduras de derecha) y las bases institucionales nacionales retroceden siglos. A Pinochet, evidentemente se le pasó la mano... de eso no me cabe la más mínima duda. En su momento histórico --- y por un ratico --- cumplió el papel de sacar a Chile del más absoluto caos que ya navegaba hacia ese mismo “mar de felicidad” por el que Castro ha venido navegando con su isla a modo de tabla de “surfear” durante cuatro largas décadas. No dudé un segundo en dejar claro que en su momento aplaudí la gesta del ahora enjuiciado ex dictador sureño. Pero todo tiene su límite y como decimos en Venezuela, “bueno es cilantro (culantro), pero no tanto...”.
La conversación comenzó a ponerse incómoda. Los ojos de mi familia divagaban y se desató esa tos generalizada y seca que indica incomodidad. Supuse que ellos esperaban ver en mí a un “ultroso” de la derecha, pero rematé asegurándoles que justificar a Pinochet es un insulto y una bofetada para tantas madres, padres, hijos e hijas, hermanos y hermanas, abuelos y abuelas que perdieron a sus seres más queridos, así como un insulto y una bofetada es justificar a Castro. Ambos dictadores sembraron de llanto y sangre la noble tierra que mancillaron. Sería una infamia y un inmenso irrespeto hacia las viudas y huérfanos que han dejado ambos “procesos”. Cuánto no hubiera dado América por no haber tenido un Castro, un Pinochet... un Batista, un Allende.
Caracas, 18 de abril de 2003
Encuentro con “Paquito” y sus primos de Camagüey, Cuba
Extracto del libro de Robert Alonso
“REGRESANDO AL MAR DE LA FECILIDAD”
Robert Alonso robertalonso2003@cantv.net
Nota explicativa: “Paquito” es un cubano que luego de 40 años de ausencia, la mayoría de ellos viviendo en su exilio en Venezuela, decidió regresar a Cuba como “turista”. A su regreso, luego de 15 días en ese “mar de felicidad”, me contactó para que escribiera las experiencias vividas durante su corta visita a la tierra que lo vio nacer.