El tratado “chucuto” con Brasil
Domingo Alberto Rangel Quinto Día
Luiz Inacio Lula da Silva y Hugo Chávez Frías representan o encarnan a sendos sectores de la oligarquía brasileña o venezolana. Mientras un gobernante no declare su propósito de abolir la propiedad privada de los medios de propiedad y de cambio y marque inequívocos y solemnes pasos en tal dirección, tendrá el apoyo o expresará en el poder las miras, intereses o esperanzas de un sector de la oligarquía existente en un país. Pero hay una diferencia entre Lula y Chávez aparte de sus personalidades, harto dispares. La oligarquía que envuelve a Lula es coherente y lúcida, un verdadero estrato dominante y tiene en el Gobierno brasileño de hoy a dos intelectuales orgánicos como los hubiera llamado Gramscci: Alencar y Meirelles. La oligarquía que rodea a Chávez es zafia, trepadora y rapaz. Aquí vuelve a darse y se está dando la vieja relación entre el caudillo mesiánico y una oligarquía sin ambiciones propias, podada y recortada por la escorfina de la historia. Mientras Lula tiene una orientación clara y va a sus objetivos como el astro hacia el cenit, Chávez zozobra y se contradice entre ministros que sólo sobresalen por sus dotes de aprovechadores y postulantes con mucha codicia y poco talento. El reciente tratado con Brasil para animar el comercio entre los dos países viene a demostrarnos por ironía la superioridad de Lula y de su equipo. Hablando como Bolívar o con su estilo, podríamos decir que la Providencia parece habernos creado para demostrar la superioridad diplomática de otros.
El tratado con Brasil Ese tratado tiene un acierto, el de abrir una comunicación o labrar un camino de acercamiento a Suramérica. Brasil es hoy Suramérica, es tal su peso actual y va a ser tan grande su peso futuro que toda Suramérica gravitará en torno de ese país. No es atrevido ni arbitrario decir ahora que América del Sur será en veinte años un continente concéntrico, de países que giren alrededor de un eje llamado Brasil. Ignorar o soslayar tal eje sería estúpido. Pero entregarse a tal eje es un suicidio. Venezuela no debe olvidar jamás que en tanto subsista el Estado-nación, tal como existe desde el siglo XV, los intereses nacionales pesan o influyen de alguna manera en la conducta de todo estadista. Quien quiera verlo como a través de un prisma, puede acudir a un texto que sería como la Biblia. Es la recopilación, publicada en Estados Unidos tras la evaporación de la URSS y en la cual se recogen las minutas de la primera conversación entre Stalin y Mao-Tse-Tung (al ascender el último al poder). Detrás de Stalin o con la voz de Stalin parece hablar allí Iván el Terrible y por la de Mao, uno de los muchos emperadores de China. La diplomacia brasileña es la más ilustrada y habilidosa de todo el continente americano, como lo reconoció The Nation en un número reciente. Y nos ganó una batalla y obtuvo una ventaja en el reciente tratado. Allí se satisfacen sólo los intereses brasileños, no los nuestros.
Brasil: hasta Puerto La Cruz El tratado o convenio otorga a Brasil el derecho de usar nuestras instalaciones portuarias de oriente y de cruzar, con vehículos suyos, nuestras carreteras entre los límites de los dos países y el mar Caribe. Acertada tal concesión que redundará en beneficio de nuestras deprimidas zonas orientales. Fue la concesión que la estúpida política exterior de Chávez retiró a Colombia en 1999, y en la cual se manifiesta ese complejo de inferioridad que nuestros militares sienten ante el país vecino. Entre más gandolas recorran nuestras carreteras, sean de Jehová o de Luzbel, tanto mejor para nuestra economía. Pero en la cabeza de un militar no parece entrar la lógica de la economía. Porque es una cabeza nutrida de prejuicios. Venezuela, cuando otorgue el beneficio de las facilidades en sus carreteras y puertos debe, al mismo tiempo, alcanzar o reclamar ventajas para sí que sean compensatorias de las que haya concedido. Con Brasil parecen haberse olvidado de tal precepto o creo que ni siquiera lo vislumbraron los negociadores venezolanos a quienes no conozco. No se trata de pedir que nuestras gandolas lleguen hasta Manaos, tal concesión carece de importancia. Nuestra exigencia para Brasil pertenece al universo de la política petrolera. ¿Por qué no haberle arrancado a Brasil el derecho para Pdvsa o para empresas suyas filiales de tender un oleoducto entre Anaco o El Tigre y Manaos? Con ese derecho, el de erigir una refinería en la misma Manaos y las redes de gasolineras y otros establecimientos en todo el norte de Brasil.
Nuestro problema Venezuela sufre de una debilidad extrema hoy en el campo internacional. Ya su petróleo dejó de ser vital. El paro de sesenta días demostró que Estados Unidos y Europa pueden prescindir por completo de los abastecimientos petroleros desde Venezuela. Y cuando funcionen, en menos de cinco años, todos los oleoductos entre el mar Caspio y el Mediterráneo nuestra debilidad será mayor. Estamos como el rico heredero que olvidó trabajar y sus riquezas se evaporan de repente. Buscar nuevos mercados, diversificar nuestros clientes es cuestión hoy de vida o muerte. En los mercados tradicionales somos ya abastecedores marginales. El único mercado emergente de envergadura es el de Brasil, país que no tardará en ser segunda o tercera potencia económica del mundo. ¿No es vital para nosotros tomar posiciones en el mercado brasileño de energía? Y dentro de tal mercado, en aquellas zonas de mayor dinámica relativa de crecimiento y más proximidad a Venezuela. Ninguna otra zona como la amazonía brasileña cuya capital, Manaos, fue una joya del arte hasta hace unas décadas y ahora es el corazón de un imperio selvático que viene surgiendo en silencio, pero con pasos audaces y firmes. Cuando Brasil termine la conquista ya avanzada de sus selvas será como Estado Unidos en 1890, cuando el presidente Cleveland dijo a lord Salisbury a propósito de Venezuela: somos ya la primera potencia del hemisferio occidental. Un imperio se agazapa ya en la selva. Vamos a darle el petróleo que necesite.