Adamant: Hardest metal
Tuesday, April 8, 2003

Comandante no siga acabando con Venezuela

Paraninfo <a href=www.el-carabobeno.com>El Carabobeño Iván Olaizola D’Alessandro iolaizol@etheron.net

Señor comandante, no sé si su revolución es bonita, ni siquiera si es revolución. No me consta que usted sea un comunista o fascista. No me atrevo a decir con propiedad que sea de derecha o de izquierda. Tampoco puedo aseverar que usted apoye la guerrilla y el terrorismo. No sé si los Círculos Bolivarianos son los mismos círculos del terror, ni si a éstos últimos usted los comanda. Cuando veo y oigo sus cadenas, y en especial Aló Presidente, me surgen dudas sobre su capacidad de gobernar. No sé si creerle cuando saca el crucifijo, lo besa y, en nombre de Él, dice cosas hermosas; igual cuando habla de paz. Me sazono el cerebro tratando de entender si las medidas que usted toma desde el gobierno son debidas a falta de capacidad suya y de sus colaboradores o es que son tomadas con el propósito expreso de que la cosa salga mal. No sé qué pensar cuando viaja por los sitios más recónditos del mundo contando anécdotas familiares y hablando de la revolución bolivariana mundial en los escenarios más disímiles. Quedo confundido al recordar sus acusaciones a los gobernantes de la que usted llama IV República y ver que repite con creces esos y muchos otros disparates. Río al oírle decir cosas propias de un Cantinflas o de un Joselo (que me disculpe el primero por la comparación). No me consta que maltrate a las mujeres. No sé si encubre y apaña tanto robo y corrupción que muchos dicen existen en su gobierno; tampoco si usted y su familia se están volviendo ricos con los dineros de los venezolanos. Comandante, he hecho muchos ejercicios de credibilidad con relación a su forma de ser y actuar, a su gobierno y a sus colaboradores y a las causas y consecuencias de sus actos, y no llego a conclusión racional alguna. En fin, comandante, no sé si usted tiene o no razón con lo que le está haciendo a Venezuela.

Lo que sí sé, comandante, es que lo que veo y palpo a mi derredor no tiene nada de bonito. Que sus acciones un día se enmarcan dentro de una estrategia comunista, al otro día parecen más bien fascistas y otras liberosalvajistas. Unas veces lanza su “rabo e’ cochino” con la zurda y en otras con la diestra. Lo que sí veo y oigo son sus continuos mensajes de solidaridad para con la guerrilla colombiana y para con los gobiernos llamados terroristas y su pública amistad con los más connotados jefes de esos gobiernos. También sé que, inmediatamente después de uno de sus frecuentes discursos incendiarios, los llamados círculos del terror salen a convertir en realidad exactamente lo por usted ha dicho. Lo que sí palpo es que todas las decisiones que toma el gobierno son un total fiasco y que las cosas que dice son un total disparate y una contradicción permanente. Pienso en lo del beso y recuerdo a Judas, y pongo en duda una paz con la espada desenvainada. Cuando analizo sus medidas creo que no son tomadas por incapacidad, sino que lo fueron con total intención. También sé, comandante, que siento pena ajena cuando las cámaras enfocan los rostros de quienes lo oyen en los foros mundiales al oír sus discursos. Su credibilidad se pierde cuando dice cosas y hace otras y cuando critica unas y las hace peores. Después de reír sus cantinfladas o joseladas, caigo en cuenta que no es Rolando Salazar quien las ha dicho, sino nada más y nada menos que el señor Presidente. Igual me he enterado, comandante, de las declaraciones de sus ex cónyuges. También oigo por todas partes que militares, ministros, directores y dirigentes y diputados del MVR han adquirido tremendas mansiones, andan en carros de lujo último modelo, viajan por doquier, comen y beben cinco estrellas. Que ya casi toda Barinas se ha convertido en un gran latifundio familiar. En resumen, que lo que dice hacer y ver no concuerda con lo que en realidad vemos y sentimos el resto de sus compatriotas.

De lo que sí estoy seguro, comandante, es de lo que veo y palpo todos los días. Las escuelas bolivarianas sólo existen en la mente de su ministro pepetista. Ya no hay programas de alimentación escolar, ni vaso de leche, ni uniformes escolares. Tampoco Hogares de Cuidado Diario. Los niños de la patria se fueron a la calle. Los mendigos, indigentes e indígenas deambulan por las ciudades. Los dignificados de Vargas andan damnificados. En el campo no se siembra ni se come, sólo se invade y destruye. Las universidades no tienen cómo funcionar, ni siquiera pagan a sus trabajadores. Los jubilados mueren más de viejos que de hambre. Los presos comen gatos y se matan entre ellos. Sí veo, comandante, cómo se dilapidan los dineros del pueblo en propaganda para difundir una revolución que nadie entiende ni ve. Veo cómo inmuebles de las zonas caras de las ciudades son comprados en efectivo por personeros de su entorno. Veo cómo se reparten créditos que sólo alcanzan para el brindis inicial y no serán devueltos jamás. También noto que no hay dólares, pero tampoco bolívares; la inflación nos acogota; no hay medicinas, los alimentos escasean, las empresas cierran sus puertas y los inversionistas no invierten, se van o no vienen. Veo cómo se violan la Constitución y las leyes, no hay Estado de Derecho, se atropella a personas e instituciones. Comandante, veo que mi país se destruye; no hay familia que no tenga un desempleado, un atracado, un preso, un herido y hasta un muerto. Vemos a familiares, amigos, vecinos y conocidos haciendo maletas para abandonar el país. Veo el fantasma de Cuba rondando la mente de todos. Quién lo diría, comandante, que los alegres viajeros de antaño ahora son emigrantes menesterosos. Recapacite, comandante. Es posible que lo esté haciendo de buena fe. No sé si engaña o lo engañan. Pero sí sé que su tal revolución es un disparate, no existe; la inmensa mayoría no la quiere, no la acepta. Que está acabando con Venezuela, la está llevando al caos y a la ruina total. Que Bolívar está “arrebravo”. Renuncie, Presidente, váyase. Déjenos en paz para reconstruir y recomponer al país. Aproveche la retirada para someterse a un tratamiento profundo, hágale caso a nuestro común amigo, el Dr. Edmundo Chirinos.

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