Demencia Imperial / Loja
Quito - Domingo, Abril 6, 2003 Artículos de opinión <a href=www.lahora.com.ec>La Hora por Giovanni Carrión Cevallos
Admitir que la invasión norteamericana a Iraq se explica por la necesidad de derrocar al régimen autoritario de Sadam Hussein y de eliminar, por otra parte, las células terroristas vinculadas con Osama Bin Laden, denotaría una candidez extrema en el análisis; pues, en ese caso, se soslayan los verdaderos motivos que han impulsado a los EE.UU a intervenir militarmente en esa región. En efecto, la política exterior norteamericana tiene como prioridad principal la consolidación de su hegemonía en el planeta y, por lo mismo, desde esa óptica, sus relaciones internacionales se explican y ejecutan, en buena medida, por la teoría del realismo político en la que el interés se define en términos de poder. Es decir, los EE.UU no tiene países amigos ni enemigos sino simplemente intereses de por medio. Solamente así podríamos explicar el hecho de que al finalizar la década de los setenta, la CIA haya capacitado a Bin Laden (hoy el mayor terrorista del globo) a fin de ofrecer resistencia a la invasión soviética a Afganistán. Igual criterio se aplica al hecho de que la potencia haya apoyado en su momento al propio Sadam Hussein en la guerra que Iraq libró con Irán en los años ochentas. Además, la supuesta defensa de la democracia ha sido el caballo de batalla empleado recurrentemente por los estadounidenses para justificar su tendencia expansionista. No olvidemos que en nombre de la democracia el Norte intervino en el derrocamiento y asesinato del Presidente Salvador Allende en Chile; en la invasión a Haití que promovió luego el ascenso del sátrapa de Douvalier; en República Dominicana que dio pasó a la dictadura temeraria de Leonidas Trujillo; en Nicaragua a la administración cruel de Somoza; en Venezuela, recientemente, apoyando subrepticiamente el golpe de Estado liderado por Pedro Carmona, entre muchos otros ejemplos que registra nuestra convulsionada Latinoamérica. En el caso que nos ocupa, podemos señalar, por lo menos cuatro motivaciones que han empujado a que los EE.UU, sin respetar la legalidad internacional, haya asumido una actitud arrogante, temeraria y demencial: Primero, está el control de la industria petrolera en la zona con lo cual no solamente asegura el abastecimiento energético que demanda el Imperio sino que influye también, en forma importante, en la fijación de los precios del crudo, factor este último altamente sensible en la economía norteamericana. Segundo, la posibilidad de posicionarse geopolítica y estratégicamente en el área a fin de ejercer una fuerte presión sobre las potencias regionales, tales como Rusia, China, India, Irán, entre otras. Tercero, al haber fracturado a la Unión Europea (UE), le ha restado, sin duda, peso político a su inmediato rival; pues, al confrontar, por un lado, a Francia y Alemania y, por otro, a Inglaterra y España, lo que se ha logrado es dejar en entredicho la tan labrada unión económica y política de la UE, así como de la propia OTAN. Cuarto, el círculo macabro del negocio de la guerra no termina con la producción y venta de armas sino que éste se cierra con la reconstrucción de las ciudades devastadas. En el caso de Iraq, habrá que construir nuevos aeropuertos, carreteras, puentes, hospitales, centrales de comunicación, infraestructura urbana en general, tareas que, con seguridad, serán asumidas por las empresas transnacionales pertenecientes a los EE.UU y los países miembros de la coalición invasora quienes, luego de "liberar al pueblo iraquí" de sus verdugos, se entregarán al gran festín. giovanny.carrion@javeriana.edu.co