“CRISTINA”
Alertas de Robert Alonso Robert Alonso
Quise pasarle por delante al Capitolio de La Habana, una réplica a menor escala del Capitolio de Washington y en un semáforo se me metió una “jinetera”. Fidel se había ufanado de haber erradicado la prostitución en Cuba. Ahora me transporté a la Cuba de Batista, al obstinadamente llamado “ el burdel de los norteamericanos”, solo que no vi un solo “gringo”. Una muchacha en sus treinta años, de voluminoso cuerpo, piel blanca y ojos tristes, me preguntó para dónde iba a lo que yo le respondí de inmediato, por decirle algo --- pues yo no sabía todavía a dónde me dirigía --- que camino al “reparto” (urbanización) de El Vedado. Me dijo que también iba para allá y que tal vez podríamos “hacernos un poco de compañía”. Era evidente que estaba “jineteando”.
Estacioné el carro en San Rafael y Galiano y la invité a tomar un refrigerio cerca de donde estacioné el lujoso vehículo japonés que había alquilado en el aeropuerto. Fui a trancar las puertas y me dijo que no hacía falta, pues en Cuba no se robaban automóviles... y mucho menos uno como ése. Me dijo que la gasolina se vende en dólares... así que a nadie en su sano juicio se le ocurriría agarrar una “máquina” (un carro) y “salir volando por ahí”. La historia es larga, pero la haré corta. La muchacha era casada con tres hijos pequeños y su marido --- sin ser proxeneta o chulo --- permitía que “jineteara” para “ayudarse”. Vivía en la casa que sus padres compartían con sus abuelos, donde ella llevaba a sus “clientes”. Cuando llegaba, cualquier familiar (incluyendo niños) salía de la casa alegando cualquier excusa, dejando que ella hiciera su trabajo, el cual mitigaría en algo la miseria de todo su núcleo familiar.
El padre administraba en su casa un “paladar” que es un pequeño restaurante casero --- “en dólares” --- con un máximo permitido de sillas, donde los turistas --- o cualquiera que pague en dólares --- pueden comer a un costo inferior al de los hoteles de lujo.
Los cubanos no hablan ni del gobierno ni de la “Revolución”, hablan de Fidel. “ Fidel no lo permite...”, “A Fidel no le gusta eso...” y así por el estilo. A Fidel, sin embargo, no le importa mucho que los cubanos se rebusquen “alguito” “jineteando” o montando “paladares” que no sean muy grandes. Los dólares que se hacen “bisneando” (como ellos llaman a la actividad de hacer negocios por fuera... “matando tigres”) van íntegros para el bolsillo de los cubanos, sin que “Fidel” se quede con nada. En el caso de los “paladares”, el cubano comparte sus ingresos con el gobierno y la comida que consumen los comensales en estos improvisados y primitivos restaurantes caseros se compra en dólares y generan divisas que terminan en manos del Estado como parte de esa “economía informal”. Es parte del dinamismo económico que ayuda a mantener “contento” al golpeado pueblo que un día vertió todas sus esperanzas en la “Revolución”.
Hace apenas unos años, si Fidel agarraba a un cubano con dólares en el bolsillo, lo mandaba de patas a la prisión, con un “juicio” similar al de mi madre, cuya pena mínima era de cinco años. Ahora el peso cubano, prácticamente está en desuso, además de ser repudiado y despreciado. Dólares, dólares y más dólares. El cubano que no consiga dólares se las ve muy mal. Lo triste del caso es que conseguir dólares es, en demasiados casos, tremendamente difícil y otras veces: ilegal. Fidel ha convertido a los cubanos en “ilegales-legales”. La corrupción es INIMAGINABLE. Venir de un país como Venezuela, uno de los más corruptos del universo y caer en Cuba es impactante porque uno se enfrenta a la corrupción al más mínimo de los niveles, pero de una manera constante, intensiva, contumaz. El que un venezolano se impresione con la corrupción exagerada en Cuba es indicativo del grado de corrupción que rige cada paso de esa sociedad.
La nueva constitución cubana habla en su preámbulo de aquellos “obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales que lucharon durante más de cincuenta años contra el dominio imperialista, LA CORRUPCIÓN POLÍTICA, la falta de derechos y libertades populares, el desempleo y la explotación...” Evidentemente que a casi medio siglo del triunfo, falta mucho trecho por recorrer.
Seguía conversando con mi “ jinetera” quien notaba que yo estaba más interesado en la conversación con ella que en ella. De repente, sin que viniera al caso, la muchacha me pidió que le regalara un dólar. Así, de repente, sin ton ni son: “Oye, regálame un dólar...” Se lo di y continuamos conversando. Jamás pensé que me encontraría en una situación tan penosamente absurda. Le pregunté si había visitado alguna vez mi pueblo de crianza, Pinar del Río y me dijo que ella no va para allá, porque allá no hay turistas, solo miseria.
La vida en Cuba se desarrolla hoy en torno, no al turismo, como industria... sino a los turistas. Los turistas se aprovechan despiadadamente de los cubanos y de las cubanas en particular. Muchos se las llevan a la cama y después no pagan, según “ Cristina”, mi amiga “jinetera”.
“Cristina” me dijo que vivía bien en Cuba y que sentía un profundo amor y respeto por Fidel. ¿Cómo es posible?, me pregunté ingenuamente. Fidel había hecho de su miserable vida algo “normal”. Su familia abandonaba, “normalmente”, la casa cuando ella llegaba “jineteando”, pero eso a nadie le incomodaba, al contrario, llegaba parte del pan que mitigaría el hambre... y unos cuántos dólares para seguir “bisneando”. Turistas como monte, más turistas que “jineteras”, aunque parezca absurdo. La competencia, según “Cristina”, era atroz.
Si bien Castro es detestado y temido, también es amado y reverenciado como lo son -- entre los primitivos -- las deidades sangrientas, pues para el pensamiento del hombre adormitado en su esencia, tan sólo aquel capaz de ser temido merece ser amado, ya que sin odio no puede haber amor, como es timbre de sinceridad, para el que ha sido engañado muchas veces, la brutal felonía. También existe “el frente”, es decir, el hacer creer que se ama al “Padre de Cuba” cuando lo que existe es un absoluto desprecio.
“Cristina” me propuso que si tenía un “pituza” (blue jean) me llevaba a su casa. Le dije que todo lo que había traído para mis primas me lo habían quitado en el aeropuerto, a lo que me aclaró que aceptaba un “pituza” de hombre, para su esposo. Sentí un profundo dolor por aquella muchacha; era un poco mayor que mi hija, pero no mucho. Una tremenda necesidad de llorar, ahí mismo -- frente a ella -- se adueñó de mí. Busqué la “Revolución” en “Cristina”, pero no la encontré por ningún lado. Ahora estaba en Maicao, en los barrios de mala muerte de Santo Domingo, o en algún burdel de quinta categoría de mi patria adoptiva. Levantaba la cabeza y me encontraba en San Rafael y Galiano, una de las intercepciones más concurridas del centro habanero, que antes de la “Revolución” se parecía a cualquier intercepción importante del “downtown” de Miami, donde se erguía entonces orgullosa la famosa tienda de “El Encanto”. Un lugar donde jamás uno se hubiera sentado en una mesa con una “callejera”, so pena de fomentar un escándalo social. Tal vez ahí estaba la “Revolución”. Los escándalos sociales ya no existen, son eventos burgueses del pasado.
“Cristina” me dijo que ella fue “artista” y una vez salió de Cuba en una gira por las islas del Caribe, cerca de Venezuela. Le pagaban dos dólares por día y pasó hambre, la que no pasa en Cuba, me dijo. Lo único que le pudo traer a su mamá de su viaje -- según ella -- fueron unos jaboncitos que se llevó del hotel de mala muerte donde la hospedaron. Entonces no era “jinetera”, era “artista”.
Extracto del libro Las vivencias de “Paquito” con la “jinetera” Cristina “Regresando al Mar de la Felicidad” de Robert Alonso
El Hatillo 25 de marzo de 2003 robertalonso2003@cantv.net