fidel castro en pekin
mapage.noos.fr por Manuel Malaver Domingo, 02 de Marzo 2003
El reporte que envió el pasado jueves la agencia de noticias DPN desde Pekín contando la sorpresa que hizo presa del primer ministro de Cuba, Fidel Castro, en su reciente visita a la capital china merece un comentario, unas líneas que llamen de nuevo la atención sobre el futuro de los proyectos políticos que abogan por la resurrección del socialismo y contribuya en algo a despejar la diferencia entre los países que deciden modernizarse y avanzar por la vía del crecimiento y la distribución de la riqueza y los que eligen vivir en el pasado, colgados de antiguallas y anacronismos que ya fueron desechos y desechados por la historia. China, por si lo han olvidado, es aquel inmenso territorio de Asia oriental de 1500 millones de habitantes que optó en la segunda mitad del siglo pasado por la revolución socialista y marxista como vía para poner fin al atraso político, social y económico que lo convirtieron en uno de los países más pobres e injustos del mundo. Fue un esfuerzo gigantesco, con un carácter de cruzada y gesta titánica que lo mantuvo en una suerte de laboratorio de ensayo y error hasta la segunda mitad de los años 70, de marchas y contramarchas, de revoluciones y contrarrevoluciones, en medio de una agitación persistente y obsecuente, con poco tiempo para pensar y menos para crear y todo para concluir que la revolución por la que se empeñaron sirvió apenas para establecer un poder autocrático, intolerante y excluyente no distinto al de los antiguos emperadores y una sociedad donde el atraso y las injusticias, no solo no se terminaron, se exponenciaron. Se hizo entonces urgente e inaplazable reconocer los fracasos, poner el dedo en la yaga de la inviabilidad e inutilidad de la utopía marxista y tomar el camino que ya transitaban otros países de Asia oriental y con un enorme coraje y riesgo tratar de que el sentido común y las leyes de la economía corrigieran lo que décadas de voluntarismo y dogmatismo destruyeron de manera quizá irrecuperable. Establecer el quántum de pobreza y de injusticias sociales reducidas en China por el nuevo modelo de desarrollo es aventurado, pero no hay dudas que tanto el gobierno como la sociedad están en la vía, en posibilidad creciente de que China recupere el liderazgo que hace 3 siglos ejerció en el mundo y, desde luego, triunfe en la guerra contra la pobreza y su transformación en otro de los gigantes del siglo XXI. Fue la China que, según la agencia de noticias DPA, encontró Castro en su reciente visita en Pekín, le provocó un no disimulado asombro y comentarios ante el presidente chino, Jiang Semín, que ...¡ ojalá!.. comparta con sus pares de la élite cubana y... ¿por qué no?... con los miles de seguidores que con frecuencia se acercan a oír sus discursos. Dice DPA que “El presidente de Cuba comprobó que la primera vez que visitó China el país le había parecido de una forma y que la situación de ahora era muy distinta. ‘Ocho años de economía de mercado socialista introdujeron grandes cambios’, afirmó Castro”. También: “ Tanto en Cuba como en China hay un Partido Comunista, un Comité Central y un Congreso del Pueblo. Sin embargo, desde 1959 Cuba es gobernada exclusivamente por Castro, mientras que Mao Tse Tung murió en 1976. Sus sucesores abrazaron el capitalismo y hoy día el comunismo solo tiñe de rojo las banderas y estandartes. Los dos grandes bastiones del comunismo no podrían ser más distintos. El viejo revolucionario Castro se hizo varias preguntas al ver las altas y brillantes fachadas de los edificios y los modernos centros comerciales”. Por último: “Castro dijo al presidente chino, Jiang Zemín, que quería aprender de la experiencia china. Sin embargo, su compañero asiático lo puso algo incómodo al preguntarle, cortésmente, cómo está la situación en Cuba. Cada vez, dijo Castro, que alguien le preguntan cómo están las cosas en su país, todo el mundo dice que muy bien. No conozco a nadie que diga que está regular o mal, observó el líder cubano”. O sea, que Castro admitió que la situación de Cuba está mal, o, por lo menos, no igual a la de China y quien sabe si hasta peor de aquellos mediados de los 70 cuando el liderazgo chino reconoció que el socialismo no era la vía para escapar de la pobreza, las injusticias y el atraso y había que pensar en otro camino para corregir siglos de desequilibrios. La pregunta es: ¿Por qué ante pruebas tan contundentes de lo que significa persistir en una economía estatizada cuyo signo es no superar jamás la pobreza crónica, y otra que por lo menos genera la riqueza a partir de la cual pueden empezar a corregirse las injusticias, un líder como Castro insiste en mantenerse en la dogmática marxista, con los riesgos que representa en el futuro próximo que una Cuba sin Castro proceda a llegar a las mismas conclusiones que llegó China después de la muerte de Mao? Indudablemente que por el hecho de que la revolución castrista, al igual que la mayoría de la revoluciones, prioriza los objetivos políticos a los económicos y sociales, y aplaza cualquier tipo de reivindicación que no compagine con el establecimiento de poderes personales omnímodos tras de los cuales una élite pueda garantizarse su permanencia en el poder más allá de sus resultados. O sea, que no es la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales de los pobres, de los explotados, la que guía las acciones de los salvacionistas, sino la muy humana ambición de sentirse por encima de los demás, planeando en las alturas, con poderes no controlados ni cuestionados y todo a nombre se los “sacrificios” que genera la “redención” de los otros. Sin ir muy lejos, es el tipo de prédica y de política revolucionarias que los venezolanos sufren desde hace 4 años, con una sociedad disparada a acceder a niveles de pobreza que no soñó ni en la peor de sus pesadillas y una élite gubernamental lanzada al remache de un proyecto político que solo sobrevive a cambio de hurtarle el bienestar a los demás. Ahora bien, debe reconocerse que más allá de cualquier juicio de valor sobre el desempeño de la élite cubana como clase gobernante, se trata de ciudadanos de un país pobre con enormes dificultades para acceder a la riqueza, y que, tanto en la época en que hizo la guerra contra la dictadura de Batista, como durante los últimos 40 años, ha realizado inmensos sacrificios para mantenerse en el poder. Lo cual no es el caso de la actual élite gobernante venezolana, aterrizada como por el azar de haberse ganado un billete de lotería, al centro del poder político y económico del país, disponiendo de los inmensos recursos de un país petrolero y decidida a monopolizar su disfrute en la idea de empobrecer de tal manera a las mayorías que no puedan articular ni un solo pensamiento, ni una sola acción, tendentes a enfrentarlos, a desafiarlos. Que es, sin duda, el mensaje de los sucesos que condujeron recientemente al colapso de la industria petrolera venezolana y de la conversión del presidente, Hugo Chávez, en una suerte de predicador evangélico de la revolución, multimillonario y del primer mundo, que viaja en aviones tan lujosos que ni siquiera usan los explotadores capitalistas que tan ardorosamente condena. Como un Billy Graham cualquiera.