Golpe de opinión
Paulina Gamus (Venezuela)
La revolución chavista, al igual que la fidelista, posee un diccionario propio cuya terminología es de difícil comprensión para los no iniciados. No se necesitan académicos de la lengua, de historia ni de ciencias, para corregirlo o aumentarlo. Chávez inventa, modifica, manipula, tuerce, acomoda, revuelve, tritura y licua palabras, conceptos, nombres, fechas y acontecimientos históricos o recientes y sus amanuenses: Ministros, magistrados, jefes militares, parlamentarios, gobernadores y hasta intelectuales con cierto brillo; los asumen de inmediato como su catecismo particular. Algunas veces, sin embargo, la realidad le tranca el serrucho a esa suerte de glosario. Por ejemplo, la palabra golpe y una fecha, el 4 de febrero de 1992, aparecían hasta el mes de abril de 2002, en el capítulo de fechas patrias trascendentales, al lado del 19 de abril de 1810, del 5 de julio de 1811 y de la Batalla de Carabobo. Fieles a esta interpretación de los hechos, los chavistas de todo nivel y grado de instrucción, se unían jubilosos a la celebración presidencial de tan magno suceso. El 11 de ese mes de abril, unos generales y almirantes que parecían buena gente, es decir, incondicionales del Gran Jefe, decidieron desobedecer sus órdenes de disparar contra el pueblo indefenso, Chávez se fue, vino Carmona y le dio un palo a la lámpara, salió Carmona y volvió Chávez, ahora como víctima plañidera nada menos que de un golpe, pero eso si, fascista. El calificativo se incorporó de inmediato al glosario. De esta manera, venezolanos y extranjeros, ciudadanos de este país y de todo el planeta, podrían en lo sucesivo distinguir entre golpes buenos, heroicos, populares, como el que dio Chávez y golpes nefastos y repudiables. Entiéndase, en este caso, cualquier acción destinada a sacar a Chávez del poder, incluida la vía electoral.
Aún nos parece oír los alaridos destemplados del mártir del 11 de abril, cuando el Tribunal Supremo tuvo la osadía de leer otro diccionario y allí encontró que el término vacío de poder, era el aplicable a esos oficiales disidentes. ¡Golpistas, son golpistas! gritaba el ventrílocuo, ¡Golpistas, golpistas! repetían los muñecos del susodicho, en la Asamblea Nacional y en todos los foros nacionales e internacionales. Golpista la Coordinadora Democrática, golpista el paro cívico nacional, golpistas los empresarios, golpistas los trabajadores petroleros en huelga, golpistas los medios de comunicación, golpistas los millones de venezolanos que marchaban y marchan, que recolectaban y recolectan firmas para que Chávez se mida electoralmente. Golpista todo el que quiere que Chávez desaparezca del mapa y así este país recupere una mínima normalidad. Y así, con millones de golpistas de todas las edades, sexos, colores, profesiones, oficios, condiciones económicas y clases sociales, llegamos al 4 de febrero de 2003.
¿Qué hacer? ¿Celebrar o pasar agachados? That is the question. No contábamos con la astucia del bombero mayor del régimen. En medio de aquel lánguido acto recordatorio, una idea genial vino a la mente del adulador ilustrado: El 4 de febrero del 92 hubo un golpe de opinión. Algunos periodistas, impertinentes como siempre, pidieron que se explicara mejor: Es que ese fue un movimiento apoyado por todo el pueblo contra la corrupción, etcétera, blablabla. Las palabras fracaso, soledad, ni un alma en las calles para secundarlos, rendición, muertos, asedio criminal y cobarde contra la residencia presidencial, donde solo había mujeres, niños y trabajadores domésticos; no existen en el diccionario enciclopédico de la revolución bolivariana. ¿Y los decretos frustrados de los golpistas Chávez y CIA? No dejaban títere con cabeza, ni siquiera gobernadores y alcaldes recién electos por vez primera ni Corte Suprema ni Congreso. Uno de esos decretos creaba el Comité de Salud Pública, una copia disfrazada del Comité de Salvación Pública, que le permitió a Robespierre guillotinar a media Francia. Y aquello, con su saldo de muertos, heridos, atropellos, violaciones constitucionales y toda clase de barbaridades, fue apenas de opinión.Este aporte a la semántica chavista nos permite al menos entender algo: Nadie es asesino, golpista, cobarde, corrupto, asaltante, tomista, malandro, saboteador, bruto, patán, abusador, jalamecate, sumiso, arrastrado o indigno, mientras preste servicios al que escribe el diccionario. La palabra eructo la acaba de incorporar como sinónimo de fidelidad revolucionaria.